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Tribuna:BALANCE DEL 41º FESTIVAL DE CANNES
Tribuna
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Signos de un cambio

La mayor parte de los comentaristas que la siguieron día a día considera que la selección oficial del recién terminado festival de Cannes ha sido mala. Unos pocos, por el contrario, pensamos de otra manera.Hubo, es cierto, muchas películas mediocres, a las que hay que añadir algunas bien hechas, pero de tan poca entidad que no se entendió qué hacían en el más importante acontecimiento cinematográfico mundial, mientas otras quedaban incomprensiblemente fuera de él.

En primer lugar, no hay mucho donde elegir en un cine como el actual, que, considerado en bloque, lleva mucho tiempo estancado, ante una encrucijada de caminos, sin saber cuál de ellos tomar. Esto es lo peor que puede ocurrirle a un arte que, por llevar a cuestas el fardo de una industria que maneja cifras muy importantes y que inevitablemente condiciona sus orientaciones, requiere agilidad, movilidad imaginativa, y que, debido a ello, necesita creadores capaces de tomar los caminos difíciles y las opciones formales arriesgadas.

No abunda ya este tipo de cineastas. Baste decir que las noticias más gratificantes del aluvión informativo que produce Cannes han sido los anuncios del retorno detrás de las cámaras de dos ancianos: Antonioni y Kurosawa, maestros que saltaron a la fama desde Cannes con filmes de insuperable audacia y sentido del riesgo. Junto a ellos, o más tarde a su sombra, en el Cannes de los años cincuenta y sesenta, el cine se movió, se hizo emprendedor. Pero, poco a poco, en años posteriores, su capacidad para abrir nuevas rutas a la imaginación fue debilitándose y en ocasiones llegó a asomar la amenaza de extinción.

No ha sido éste el caso de lo ocurrido este año. Ha habido pocas películas rompedoras, de las que abren caminos, pero han existido, y esto hoy no es poco.

Hubo cinco obras conscientes de la necesidad que el cine tiene de salir del atolladero en que lleva metido desde hace muchos años y de recuperar sus hilos perdidos con las cuestiones mayores de la vida contemporánea, que son las mismas cuestiones de siempre, según aquello de que sólo es actual lo eterno.

Cinco precedentes

Estos filmes son No matarás, del polaco Kieslowski; Un mundo aparte, del británico Menges; Distant voices, still lives, del también británico Davies; El rey de los niños, del chino Kaige; y, curiosamente, Bird, la superproducción de la Warner dirigida por Clint Eastwood. Cada una a su manera, son cinco obras llenas de riesgo, novedad e inteligencia emprendedora.

El jurado de Cannes, al otorgar la Palma de Oro, a la bella pero inocua y nada arriesgada película danesa Pelle el conquistador, de Bille August, eligió el confortable camino de la seguridad, en lugar de arriesgarse, como lo hicieron esos pocos filmes que tuvieron a mano y no se atrevieron a sacar al primer rango.

Los dos filmes británicos, sin excesos formales, con elegancia, son otras tantas entregas de la punta de lanza de una cinematografía como la británica, que desde la inexistencia ha remontado en los últimos años una escalada hacia las primeras líneas de cine mundial. El filme chino es un alarde de estilo invisible, pero poderoso y diferenciado, que recuerda, para entendernos, la intensidad lírica de El espíritu de la colmena, de Víctor Erice. La película polaca es una genuina obra subversiva, y nada hay más insólito, en medio de una epidemia de conservadurismo, que una llamada al escándalo tan precisa como ésta, que lleva dentro un rechazo de todos los modelos de sociedades existentes y recupera para el cine la llama sagrada de la utopía y del rechazo, desde la poesía negra, a la negrura de la historia.

Y, finalmente, Bird. Una superproducción estadounidense abiertamente minoritaria, e incluso -junto a sus excesos de duración, que pueden en parte remediarse en una moviola con cortes que le den las síntesis que le faltan- con auténticas exquisiteces, que contrastan con el dominio de lo burdo en las actuales películas norteamericanas de gran presupuesto, que viven del cine sin aportar nada al cine.

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