Bananero
Pues nada, o sea, que resulta que monseñor Echarren nos ha salido un tanto bananero. Nada más bananero que los obispos de Franco, que hasta le prestaron el palio, y éstos de ahora son los hijos naturales de aquéllos, en el plano sobrenatural, por supuesto. El pelo blanco y peinadito, las gafas incendiadas de indignación, la nariz corta que quita autoridad a cualquier hombre, bananero o no, la "boquirrita" (odioso neologismo galdosiano) crispada y las mejillas descolgadas, abundantes y temblorosas de santa ira, como las mejillas de quien come de Dios a dos carrillos: monseñor Echarren, alias el Bananero entre la curia. Monseñor Echarren, el Bananero, coge, llega, agarra, va y dice: "La estructura mental con que se está funcionando en España es la de una república bananera". Lo cual que llama bananeros a los socialistas. Pero no nos dejemos arrebatar por esta palabra insólita entre nosotros. La expresión completa de monseñor es "república bananera", y así como los analistas han analizado minuciosamente el banano de monseñor, durante una o dos semanas, uno quisiera analizar el sustantivo antes y más y mejor que el adjetivo. Lo que al archicura Echarren le inquieta no es lo que España tenga hoy de bananera (que evidentemente no tiene), sino lo que pueda tener de república. Las modernas repúblicas son laicas, desde la Revolución Francesa y D'Alembert, y el solo recuerdo de la II República española y don Manuel Azaña abre las carnes castas a los archicuras y las carnes vírgenes a las monjas. Estamos en una Monarquía muy bien asimilada por el pueblo y la política, pero estamos asimismo (gloria y ventaja de la Corona) en una especie de tercera república coronada, a efectos fácticos, y los sacristanes de Dios lo saben y lo sienten, pese a sus exenciones fiscales, su puesta en marcha de la plastilina de la Almudena y su cero cinco, o lo que sea, de impuesto religioso, más seguro que el variable cepillo de las ánimas, el monacillo que pasa la bandeja y sisa o la testamentaría. de la señora marquesa, que no se sabe si va a dejar una manda para asegurarse una parcela en el cielo (esto de las mandas y las marquesas lo llevaban mejor los jesuitas, antes de hacerse rojos). Parece que Echarren es presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social (una cosa que no quiere decir nada), y ha escrito un papel intitulado "La Iglesia y los pobres", dos colectivos a los que no encontramos ninguna relación entre sí. La Iglesia dejó de ser pobre después de Cristo. Los apóstoles ya tuvieron propiedades en su pueblo. Ahora tienen a Miguel Angel y la Banca Ambrosiana, o como se llame eso. Cuando un cura quiere acercarse a los pobres, tiene que marginarse del invento, como Llanos o Iniesta. Este monseñor, este monsetío bananero denuncia insolidaridad e injusticia, y le tiemblan las manos de santa indignación, unas manos gastadas y marfileñas, lujosas, que un día fueron ungidas por aquellas otras manos que bendecían los fusiles de Franco.
Bananero. Parece un bolero de Antonio Machín. Si España sigue siendo bananera en alguna medida, con la monarquía, el socialismo y la democracia, quien pone el color y el folklore bananero en España es la Iglesia, son los curas y archi, los echarren y archiecharren, con su pompa y circunstancia, con su Papa y su Papisa y su Papamóvil, que nos visitan/bendicen periódicamente. Lo que pasa es que a uno le gusta tener archiobispos superecharren, la España eterna, en fin. Arzobispos y gitanos, dos razas que vienen de la Biblia a darnos color local. España es famosa en el mundo por su color local. Ese 5%. impositivo que ahora exigen los curas debemos pagarlo de buena gana, contra lo que dicen los memoriones de este periódico. Es el precio de curas y gitanos por el color local y bananero, o sea la España/España, que tanto gusta.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.