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Los Reyes inauguran en el Museo del Prado la exposición antológica dedicada a Zurbarán

La muestra, con 122 cuadros, es superior a las exhibidas en Nueva York y París

Los reyes Juan Carlos y Sofía inauguraron ayer en el Museo d el Prado de Madrid la antológica dedicada a Francisco de Zurbarán (1598-1664) en la que se incluyen 122 obras. Organizada por el Ministerio de Cultura y el Museo del Prado y patrocinada por el Banco Bilbao-Vizcaya, esta muestra estuvo expuesta en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York desde septiembre hasta diciembre del pasado año y posteriormente se exhibió en el Grand Palais de París durante cuatro meses. La exposición, que presumiblemente será la más visitada de la temporada, permanecerá abierta al público hasta el 31 de julio. Alfonso Pérez Sánchez, director de la pinacoteca, destacó la gran colaboración recibida de museos y coleccionistas y aseguró ayer que se trata de la muestra más importante dedicada hasta el momento a este artista y que servirá para darle a conocer más allá de la imagen de pintor de frailes que de él se tiene comúnmente, para destacar su realismo casi mágico. La exposición se exhibe en 11 salas de la pinacoteca que abren ahora sus puertas después de haber sido sometidas a obras de iluminación y climatización.

En el marco de unas nuevas salas acondicionadas, la exposición sobre Zurbarán, con sus 122 cuadros -medio centenar más que los reunidos en las de Nueva York y París-, apenas si cabe en el espacio asignado. Aunque en algunos momentos del recorrido haya cierta aglomeración, más que aludir a ello en son de queja, lo subrayo para recalcar la ambición del proyecto. En el montaje, sobre la base de un hilo conductor cronológico, se ha distribuido la obra en el espacio, tratando de reconstruir la original disposición que tuvieron las series de pintura religiosa en monasterios, conventos y parroquias, a la vez que también se ha intentado conjuntar la pintura profana, comparativamente más escasa.En parte, dicho montaje sigue el criterio utilizado en las dos muestras precedentes, pero, dado el espectacular aumento de obra expuesta, el efecto es muy diferente. No sólo porque la reconstrucción de las series sea mucho más completa, llegándose en algunos casos a completar los cuadros que pintó Zurbarán con los realizados por otros artistas contemporáneos -casos de Herrera el Viejo y Alonso Cano-, sino porque la exposición de Madrid quiere también aprovechar la ocasión para analizar los ya famosos altibajos en la evolución del pintor. En función de esta segunda intención, se entremezclan obras sublimes con otras bastante mediocres, pero al menos queda patentemente establecido el subarriendo de la firma al que se vio obligado Zurbarán por razones comerciales.

Impacto

De todas formas, en la exposición del Prado hay los suficientes puntos de fuerza como para que no se pueda atravesar ni una sola de las salas sin haber recibido algún fuerte impacto artístico. Así se avanza, de convento en convento -San Pablo el Real, colegio de San Buenaventura, la Merced Calzada, la Trinidad Calzada, colegio de Santo Tomás, etcétera, entre otras muchas fundaciones, todas sevillanas-, al principio en un muy teatral crescendo cualitativo, cuyo extraordinario coronamiento es, sin duda, la presentación de la Apoteosis de santo Tomás de Aquino, admirablemente restaurado y, sin duda, una de las obras maestras de Zurbarán.Como es imposible dar cuenta individualizada de todas y de cada una de las piezas más sobresalientes aquí reunidas, me limitaré a llamar la atención sobre el Crucificado, del Museo de Bellas Artes de Sevilla; el formidable San Antonio abad, de una colección particular de Barcelona; el Entierro de santa Catalina, de la Alte Piriakothek de Munich; el inquietante Don Gonzalo Bustos de Lara, de colección privada madrilefia; los cuatro grandes lienzos del Museo de Grenoble; los no por muy conocidos menos mpresionantes cuadros que adornaron la Cartuja de las Cuevas de Sevilla, hoy custodiados en el Museo de Bellas Artes de dicha ciudad; las Inmaculadas Concepciones, de la colección Arango y del Museo de Budapest; las tres versiones de la Virgen niña en éxtasis, del Metropolitan de Nueva York, de la catedral de San Salvador de Jerez de la Frontera y de una colección privada madrileña; la interesante y sensible Virgen con el Niño, del Museo Nacional de Cuba; el espléndido, aunque sucísimo, Cristo recogiendo sus vestiduras tras la flagelación, de la iglesia parroquial de Jadraque; el San Francisco en éxtasis, de la National Gallery de Londres, y el San Francisco arrodillado, con una calavera, de la colección Arango, una espléndida manifestación del período final; y, en fin, entre las muy celebradas naturalezas muertas, el archifámoso Agnus Dei, del Museo del Prado, cuya limpieza hay que saludar con entusiasmo.

Con lo enumerado, que sólo es una parte de lo más excelente que se exhibe, comprenderán la abrumadora aglomeración de zurbaranes. Hay que señalar, no obstante, un pero, por más que no sea el Prado el responsable: la gran desigualdad respecto al estado de conservación que se percibe en lo exhibido.

Suciedad

En este sentido, sobre todo, los museos de Sevilla y de Cádiz no deben descuidarse, pues aunque sólo sea una cuestión de suciedad, fácilmente reparable, duele contemplar obras del calibre de El beato Enrique Suso, San Luis Bebrán, o los ángeles y los cartujos de la Cartuja de la Defensión, de Jerez, con aspecto de ictericia.

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