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Obsesión por la historia

Antes de que se le concediera el Nobel, Claude Simon era un escritor poco conocido en su país, aunque traducido en el extranjero. La atribución del premio sueco ha disparado la venta de sus libros, que se sitúa en Francia en una progresión de un 50% a 200%, además de que 53 países extranjeros solicitaran derechos de traducción. Esa circunstancia espectacular no parece haberle afectado: "Mi vida no ha cambiado. Eso sí, los que me querían han seguido queriéndome, y los que no, me han odiado todavía más".Desde que publicó Les georgiques (1981) sólo había dado luz al Discurso de Estocolmo (1986), que había leído en el transcurso de la ceremonia del Nobel. Habría entre medias una obra narrativa que anda ya por los 200 folios, interrumpida a raíz de las múltiples ocupaciones, conferencias, viajes. "He estado sin poder escribir durante dos años. De hecho, he escrito La invitación para volver a tomar contacto con la escritura".

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Con La invitación apuesta excepcionalmente por el relato corto. Eso sí, sigue haciendo hincapié en su obsesión por la historia: "Hay pocas obras como la mía, que estén tan arraigadas en la historia contemporánea. También he abordado el tema del encuentro de escritores latinoamericanos en Les corps conducteurs (1971), pero sigo siendo tributario del trauma de la guerra: mi padre murió cuando yo era un niño, murió en la guerra; mis recuerdos de infancia están ligados a zonas devastadas, a cementerios, a recorridos a caballo, en medio de los tanques. A partir de Le vent (1957) mi obra tomó un rumbo marcadamente autobiográfico. Todas mis novelas arrancaron de la experiencia vivida".

Con anterioridad había hecho una incursión en la novela de corte tradicional: "Era un escritor debutante, no tenía mucha idea. Creía ingenuamente que una novela debía tener un principio, un desarrollo progresivo y un final lógico. Pero después de haber escrito Le vent comprendí que lo único que importaba era contar lo que había vivido, lo que había sentido.

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