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Especialistas alemanes ponen de relieve el vigor de la llustración en España

La Ilustración, que instintivamente evoca transparencia y racionalidad, se ha convertido en un centón de tópicos. Se da por hecho que en España no hubo Ilustración, que ésta se asocia con racionalismo, crítica de la tradición, del sentimiento o de lo empírico. Pues bien, basta poner juntos a hispanistas alemanes e investigadores españoles, como ha ocurrido en el reciente encuentro hispano-alemán, celebrado en Cáceres bajo los auspicios de la Biblioteca de Wolfenbüttel y la institución cultural El Brocense, para constatar cómo se tambalea tanta verdad recibida.

¿Hubo o no hubo Ilustración en la España del siglo XVIII? Investigadores alemanes de Bochum, Duisburg o Marburgo responden decididamente por la afirmativa, rompiendo así una tradición inventada por franceses -que declararon a España país de misión ilustradora- y de un romanticismo conservador enamorado de una España de bandoleros justicieros.Un estudio literario, por ejemplo, de la romana Lucrecia -fascinante personaje que ha servido a lo largo de la historia como piedra de toque para calibrar la fundamentación de la moral y la relación entre vida privada y pública- tiene en España las mismas variantes secularizantes y críticas que en el resto de Europa, según decía el profesor Tietz, como lo demuestran las obras de Moratín y Remis. Desde un punto de vista político, comparaba el profesor Jüttner el desánimo de los intelectuales franceses, hacia 1770, incapaces de lograr una monarquía ilustrada como los vientos ilustrados de la monarquía española. Los 18 tomos del Viaje de España, del cura Ponz, revelan el sentido práctico de los ilustrados españoles, quienes, en pugna contra la aristocracia y el campesinado, relacionan Ilustración con reforestación e integrismo con desarbolización (H. J. Lope). El mismo punto de vista sostenía el asturiano José Manuel Caso, quien, analizando El censor, revelaba el talante moderno de la espiritualidad que animaba al círculo de la condesa de Montijo.

Hubo, pues, una Ilustración española que se hizo sin ruptura con la tradición, aunque no cuajara en una Revolución Francesa ni en una explosión cultural como la alemana. Pero la traducción de Gracián, Isla u Olavide al alemán, en el siglo XVIII, y su estudio en las universidades extranjeras, mientras que en España sufrían procesos y censuras, denota la madurez de una y otra sociedad (Hidalgo Serna).

Parece, pues, que mas que de Ilustración habría que hablar de ilustrados. Jiménez Lozano, Teófanes Egido y Romano García aportaban elementos a esa inexistente sociología de la Ilustración, analizando el comportamiento del pueblo y de la sociedad española frente a la Ilustración. Para el español de siempre, el castizo (pueblo, aristocracias e Iglesia), la Ilustración era "lo otro", lo hereje extranjero, que sólo buscaba minar la esencia castiza.

Trigo herético

Obispo hubo, como el santanderino Menéndez de Luarca, que, en 1790, amenazó con pena de excomunión a los curas que osaran hacer hostias con trigo importado de Francia, para prevenirse del virus herético que sin duda portaban los granos del Norte. Estos. planteamientos rebajan de alguna manera las tesis de los hispanistas alemanes. Los ilustrados serían entonces una escasa minoría. La diferencia entre España y Alemania, por ejemplo, quedaba en evidencia tiras un riguroso estudio del profesor Raabe, el patrón de la colosal biblioteca de Wolfenbütel, con un importante fondo de literatura española. Desde un punto de vista sociológico, hablar de Ilustración es referirse al libro, a los libreros y a los editores. Gracias a la industria del libro, Leipzig, Berlín, Hamburgo y Francfört se convirtieron en puntos neurálgicos de la Ilustración europea. No es, una casualidad que los pensadores pasaran a llamarse escritores que si, en 1772, eran 3.000 registrados, pasaron a ser 11.000 seis años después.La presencia en el citado Encuentro de Filósofos Especializados en la Ilustración invitaba, a la vista de estos análisis históricos, a revisar el concepto habitual de Ilustración. El estudio por Kreimendahl de las fuentes manejadas por Kant ponía en evidencia la importancia en el pensamiento kantiano del empirismo de Hume, rompiendo así el tópico del racionalismo ilustrado. Otro tanto hicieron Barner y Andreu con Lessing, descubriendo la importancia del sentimiento y de la tradición en la crítica ilustrada. Tenían, pues, razón quienes, como Hegel, insistían en que no habría Ilustración realizada más que si se integraba en el concepto moderno de racionalidad a la tradición, incluida la región.

Los numerosos actos programados en este, año a lo largo de la geografía española, con motivo del bicentenario de la muerte de Carlos III (1788), deben contribuir, como querían los participantes alemanes, a deshacer en la opinión pública los tópicos recibidos sobre la no Ilustración española. Pero, además de eso, también a actualizar una tradición filosófica que no está agotada. Agapito Maestre señalaba que hasta los criterios ilustrados (Romanticismo y Restauración) se movían en el terreno de la Ilustración, a diferencia de los actuales posmodernos quienes, sin trasfondo ilustrado, sólo anuncian el caos.

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