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¿Quién es la derecha económica?

Joaquín Estefanía

En los años setenta un grupo de economistas analizó la estructura del poder económico en España. Eran tiempos en los que resultaba más fácil practicar estas elaboraciones que elucubrar sobre la verdadera naturaleza del sistema político. Entre aquellos estudios sobresalieron los realizados por el colectivo Arturo López Muñoz sobre la banca privada, y los de Ramón Tamames sobre la oligarquía financiera en España. La obra central sobre el asunto fue El poder de la banca en España, que firmaba el hoy catedrático de Estructura Económica y diputado socialista Juan Muñoz. Aquel libro constituyó uno de los primeros intentos científicos de conocer la realidad económica sobre la que se había sustentado la situación política de nuestro país.En el mes de enero pasado, el nuevo presidente de Banesto, Mario Conde, decía que pese a que en España se lleva mucho tiempo hablando de economía de mercado, "yo personalmente creo que la implantación real de un sistema libre de economía de mercado es algo que tiene vigencia en nuestro país desde hace poco tiempo". Y subrayaba que ello coincide también con un relevo generacional y con unas alteraciones hoy no del todo evidentes en la estructura del sistema de poder económico en nuestro país".

Un poco más tarde, el portavoz del Grupo Popular en el Congreso de los Diputados, Arturo García Tizón, hacía las declaraciones doliéndose del cuestionamiento de Hernández Mancha como líder de Alianza Popular por parte de la derecha económica.

La relectura de El poder... y las manifestaciones del banquero y del político conservador suscitan el interrogante de quién es al final de la década de los ochenta la derecha económica en España. Esta capa social, ¿es la misma que la del tardofranquismo y la transición o su composición es distinta sustancialmente? La respuesta a esta cuestión es otra forma de conocer si el cambio político que se ha estado produciendo de forma cotidiana en los últimos 12 años se ha trasladado -y a qué ritmo- al terreno del dinero. Y más allá, si el capitalismo autárquico que creció al amparo de la dictadura ha variado de naturaleza y se ha transmutado en el capitalismo dinámico de las sociedades occidentales de nuestro entorno (con dosis monopolistas en algunos sectores y de competencia casi salvaje en otros).

Muchos signos evidencian que sí se ha producido esta transformación. El statu quo financiero fue establecido nada más acabar la guerra civil ya que los banqueros tomaron partido rápidamente por el bando franquista. Este statu quo, que en esencia prohibía la creación de nuevos bancos y que en la práctica llevó al sector financiero a una situación oligopolista, se mantuvo durante todo el régimen y su prolongación. Por otra parte, las entidades bancarias tenían un carácter familiar y, por tanto, endogámico. La creación de bancos fue auspiciada en numerosas ocasiones por familias que habían adquirido una cierta preeminencia con base en el latifundio o con los primeros balbuceos del primitivo capitalismo español.

El capitalismo financiero (fusión del capital bancario y el industrial) fue el más beneficiado por el proteccionismo nacido del régimen del Dieciocho de Julio. El control de la banca sobre la industria no fue absoluto, pero sí determinante; la industrialización española fue abanderada en general por los responsables bancarios. En lo que se refiere a la concentración geográfica de las finanzas, Madrid se constituyó indiscutiblemente en la capital del capital, con la ausencia catalana y una presencia fuerte pero subsidiaria de las entidades vascas.

La representación orgánica del dinero se mantuvo durante las cuatro décadas del franquismo encerrada en los límites de la organización vertical del sindicato, en las mismas estructuras que los trabajadores, para más absurda paradoja. Así, los intereses de clase se acolcharon en su inexistencia formal.

Casi de repente, aunque los fenómenos sociales no suceden nunca de repente, el panorama se ve distinto. Recientemente, el semanario norteamericano Bussiness Week titulaba un artículo: 'Sacar arrastrando de la época de Franco al sector bancario español', y afirmaba: España "está emergiendo con la ayuda de su generación más joven de las décadas de aislamiento social y económico con la dictadura del general Franco".

Los hechos confirman esta opinión. El statu quo financiero está tocado de muerte; la banca extranjera compite con las más rancias instituciones de nuestra historia, preparándose para una penetración global a partir de 1992. Hay militantes socialistas instalados en la banca pública (donde antes se sentaron ilustres prohombres del régimen anterior, muchos de ellos más preparados para el arte de la guerra que para el oficio de utilizar las pesetas como materia prima). La movilidad social de los presidentes de la gran banca es una de las más aceleradas entre las profesiones liberales (en los cinco años de poder socialista han cambiado cuatro de los siete titulares bancarios), y con una sola excepción, la poltrona no pasa de padres a hijos.

Además, algunos de los grandes bancos han incorporado a sus equipos y a sus consejos de administración a profesionales de mentalidad progresista o radical, iniciando un fenómeno bastante inédito en Occidente: la colaboración de la izquierda tradicional con el mundo financiero, es decir, con el tradicional enemigo principal. Hay muchas experiencias de la incorporación de antiguos izquierdistas a la industria, pero casi ninguna de banqueros rojos en el sector privado. Asimismo, parece inmediata la presencia de nuevas fichas bancarias, auspiciadas unas por familias aherrojadas al exterior por la competencia y las más por apellidos desconocidos hasta ahora en este pequeño universo, pero emergentes en la economía real.

El capitalismo familiar es un fenómeno residual a gran escala; piénsese que en España se dio el más difícil todavía: que en algunas grandes sociedades multinacionales extendidas por todo el mundo el mismo apellido se sucediese en la cúpula por más de una generación. El fenómeno industrial ha atravesado años de profunda decadencia (banqueros desprendiéndose a velocidad de vértigo de sus participaciones en el sector secundario), y a Madrid le ha salido competencia en su título de capital del capital, la fusión de los dos grandes bancos vascos, Bilbao y Vizcaya (con fuerte presencia en Cataluña), ha creado otro polo de atracción. Y ello sin mencionar la enorme potencialidad de las cajas de ahorro.

En cuanto a la patronal, institución con apenas una década de vida, ha ido languideciendo tras unos años de fuerte presencia pública. Ahora los empresarios de mayor influencia consideran casi de mal gusto aparecer por sus locales. La CEOE nació utilizando el mitin como fórmula de afiliación, hizo campañas electorales contra la izquierda e intentó tener su representación orgánica en el Parlamento, presentando dentro de las listas de la derecha a algunos de sus dirigentes; también desde su sede se intentó canalizar el dinero hacia los partidos. Hoy la CEOE hace estrictamente las labores de un sindicato patronal y aquella historia de la política está mal vista.

Como consecuencia de estas transformaciones -algunas rotundas; otras, amagando- han desaparecido las personas que enarbolaron la insignia de la derecha económica más tradicional o han pasado al museo de lo honorífico. Juan Muñoz desarrolla en un anexo de su libro la lista de los 60 principales dirigentes de la banca y su poder empresarial a finales de la década de los años sesenta. En esta lista (ni en su artículo Las cien familias, de Ruedo Ibérico) no aparecen, por poner los ejemplos más citados de nuestros días, los nombres de Alfonso Escámez, Mario Conde, Juan Abelló, Claudio Boada, José Ángel Sánchez Asíaín, Emilio Ybarra, Pedro Toledo, Luis Valls Taberner, Carlos March, Alberto Cortina, Alberto Alcocer, Rafael del Pino, Manuel de la Concha, Juan Entrecanales, etcétera. Por el contrario, figuran otros apellidos como los Aguirre Gonzalo, Barrie de la Maza, Coca, Urquijo, Villalonga, etcétera, que, perteneciendo todavía a la clase adinerada, son subsidiarios a la hora de ejercer su influencia.

En definitiva, parece que los tiempos de la renovación en la derecha económica han llegado. Su nueva composición como capa social y las características que la conforman todavía no son unívocas, sino que cambiarán paso a paso hasta que haya una consolidación celular definitiva. Las instituciones del poder económico siguen siendo las mismas, pero están regidas por otras reglas y por otras personas. Durante la última década, un grupo se preparó para ayudar a la gestión a la derecha económica; fueron los llamados beautiful people, herederos de la Institución Libre de Enseñanza, la clase dirigente que hubiera gobernado si Franco no hubiese ganado la guerra civil. Aquellos que en feliz denominación se autotitularon oligarquía republicana. Este grupo tendió a constituirse en capa social con todos sus caracteres: autoprotección, patrimonialización de las áreas de poder que ocupa cada uno de sus miembros; repartición de ese poder antes que detentación del mismo; conocimiento entre sí; raíces comunes y desarrollos, familias, y formas de pensar y de reaccionar parecidas.

Sus proyectos para asumir la representación directa del poder económico se han frenado al aparecer otro grupo de naturaleza similar, pero con componentes distintos; es la succesful people, es decir la que ha acumulado capital en las últimas décadas y que ahora emerge poderosa. La succesful es propietaria del dinero, mientras que la beautiful era su administradora. Justamente en este tiempo, la beautiful y la succesful buscan los engranajes -y las personas- que las unan y analizan los intereses que las separan. De esta vertebración saldrá una derecha económica dirigente en la que los vínculos de sangre y la aristocracia de los títulos será secundaria y cuya ideología básica (ganar dinero es una cultura y es un orgullo hacer ostentación de ello) habrá de ser asumida sin complejos por su representación política en el Parlamento. Como ha ocurrido siempre.

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