Servidumbres
El 8º Festival Internacional de Teatro de Madrid ha vendido unos 8.000 abonos para 60 representaciones; esto significa algo más de 130 personas por representación (más las que han comprado entradas en el momento), cuando la oferta era de 30.000. Los teatros, sin embargo, han estado llenos: muchos invitados oficiales, muchas personas de la profesión teatral o los propios participantes del festival viéndose unos a otros. Y un enjambre de jóvenes, principalmente estudiantes de arte dramático, oficiales o no, que esperaban a la puerta para ser admitidos en los espacios vacíos, y que son los que más color han dado a las representaciones.En un sentido interno del teatro, es un buen resultado, como muestra del interés profesional y del aprendizaje -positivo o negativo- que profesionales o estudiantes puedan adquirir de lo que no tienen muchas posibilidades de ver. En un sentido social, hay una incongruencia entre el esfuerzo realizado -incluso el esfuerzo económico de todos, en las ayudas institucionales- y la espalda de la sociedad en una ciudad que debe tener ya cerca de cuatro millones de habitantes, aunque muchos estén sin contar.
No es un problema de este festival, ni siquiera achacable a su programación: les pasa a otros, y no sólo de teatro, es-pecialmente abandonado por el gran público, sino de cine, de música o de cualquier arte de las que se suponen colectivas.
La cuestión es que no hay una infraestructura pública de cultura, sino de exhibición de cultura, y no la hay de creación de público. No es poco tiempo el que se lleva en esta batalla: aunque sólo se cuente desde que apareció la democracia, son años suficientes para haber creado alguna generación de espectadores.
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