Elipse sobre Suárez
Las crónicas domingueras del señor Umbral están quedando francamente kitchs dentro de un periódico que pretende la modernidad en un país con tendenciosos rasgos tercermundistas.Sus crónicas revelan cada vez más que el verdadero drama del señor Umbral es no poder liberarse de su verdadero pasado, un pasado muy franquista evidentemente, en una sociedad mediocre y mezquina donde cualquier advenedizo con buenas o malas artes podía llegar a ser un star system.
Acordarse ahora del pasado franquista del señor Suárez como única arma creíble para combatir el terrible felipismo que nos invade sería tanto como negarle al señor González su pasado franquista, al Rey su pasado franquista, a usted o a mí un pasado franquista, y así hasta llegar al señor Umbral, que también lo tuvo y muy gordo.
Resulta un tanto patético este personaje que sigue escribiendo en ese estilo demencial de los sesenta-setenta en que lo gracioso era hacer frases graciosas en contrasentido con la anterior, una triquiñuela al uso cuando los escribidores de la dictadura tenían que rizar el rizo. Pero eso ya no se lleva; ahora se dicen las cosas sin tanto temor a equivocarse. Es una nueva filosofía, que el señor Umbral evidentemente desconoce. El pasado no existe, los programas no tienen por qué tener sentido, las doctrinas ya no arrastran a nadie y haber tenido un pasado subversivo y revolucionario es un horrible background para un presidente. Las democracias han de ser populistas y telegénicamente bien vendidas por candidatos especialmente atractivos para la audiencia; esto es lo que hacen los yanquis como el señor Umbral tan sabiamente critica, que son, como usted sabe, los inventores de la democracia moderna.
Así que el ínclito señor Umbral debería empezar a despojarse de los atributos del pasado, es decir, franquista, bufanda incluida, y ver el mundo que nos rodea tal cual es al filo del siglo XXI; las revoluciones estás gagas y sólo las Nadas maquilladas convenientemente tienen futuro, y eso lo sabe muy bien "su profeta", el señor González, que aprendió rápidamente el sabio juego de renunciar a los principios para conseguir los fines, es decir, el poder, quizá porque sus principios, afortunadamente, no eran tan sólidos como se les suponía.
El pragmatismo se impone y la cuenta de resultados es el único valor al alza. Pero eso es bueno técnicamente hablando, y ya debería saberlo el señor Umbral, pues al fin y al cabo vive de ello sin que, supongo, al señor Suárez le importe en absoluto.
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