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La palabra es el actor

A veces se dice de un espectáculo o de un determinado estilo de teatro que es de texto que la palabra es el núcleo fundamental de ese espectáculo. Nada más cierto y más falso al mismo tiempo. Parece que hemos olvidado que la palabra la crea el hombre, y en el caso de un espectáculo de teatro la recrea un actor, un ser humano que se apoderará de esa palabra elaborada por la alquimia de un poeta y la transmitirá a todas sus fibras sensibles para que vuelva a salir con la temperatura con que el poeta la trazó.Montar a Shakespeare (y debo decir que las palabras montaje, puesta en escena o dirección cada día me producen más fastidio y me parecen más absurdas) es un ejercicio de humildad, de reencuentro con los actores para intentar entenderlos, comprenderlos y quererlos a través de sus personajes. Para un actor, interpretar Shakespeare es como para un músico tocar Mozart: una utopía, una imposibilidad y, al mismo tiempo, un ennoblecimiento y una osadía. Para un director es una sensación constante de impotencia y de agradecimiento.

Shakespeare, y sobre todo Julio César, es la palabra, el lenguaje como gran creación del ser humano; lenguaje que los hombres utilizaremos para convencernos, engañarnos, equivocarnos o arrastrar a los demás hacia nuestras ideas; pero la palabra dicha en voz alta, la palabra en teatro, es decir, la interpretación, es el arte del actor.

Shakespeare es el actor encima de un escenario. Jamás me he sentido tan inútil desde una platea y con tanto dolor por no tener el privilegio que los actores tienen de poder ser intérpretes de una poesía que nos llega misteriosa e intacta a través del tiempo.

Todo lo que yo creía saber de Julio César, de la tragedia sanguinaria y al mismo tiempo serena sobre la naturaleza política del hombre y de su ambición de poder, se desvaneció y al mismo tiempo tomó un cuerpo y una fortaleza nueva el día de la primera lectura con los actores. Desde el primer momento, la obra les pertenecía. Ellos debían transitar y han transitado a través de esas palabras para contar en voz alta algunos de los pensamientos ocultos y universales que hay en Julio César: la ambición, el poder, la amistad, el error, la destrucción, la autodestrucción y muchos otros que no llegaremos nunca a descubrir. Shakespeare exige mucho, y los españoles lo hacemos muy poco. No porque no estemos acostumbrados a hablar, sino porque tal vez estemos poco acostumbrados a escuchar. Y escuchar es un acto de respeto a la generosidad del que nos cuenta algo. Shakespeare lo ha hecho, nuestros actores se han hecho eco de sus palabras para que el público las escuche.

A partir de ese momento, el director desaparece y se confunde con el público para asistir con respeto a ese acto generoso del intérprete sin el cual no sólo Shakespeare, ningún tipo de teatro podría existir.

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