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Como una misa de boda

La autora de 'El amante' habla de su última novela, 'Emily L.'

¿A qué novela se acerca más este libro? Usted me dice: "A El arrebato de Lol. V. Stein". Sin duda, Emily L. no debe estar lejos de El arrebato de Lol. V. Stein. Nunca se me había ocurrido pensarlo. "Con la diferencia% me dice usted, "de que en El arrebato de Lo¡. V. Stein no hay nadie para mirar la historia, mientras que aquí está esa mujer, al principio, que quiere escribir un libro, pero que no sabe cuándo ni cómo podrá escribirlo, y que ve cómo se desarrolla la historia de Emily L.". Pero la situación de esa mujer que quiere escribir un libro no varía por el hecho de que haya esa otra mujer en el bar que mira al suelo. Al libro que ella quiere hacer no le concieme para nada esa mujer que mira al suelo. No es una sustitución. Simplemente se ve atrapada, captada por otra historia, y parte en dirección a esa historia. Quizá no sepa que la inventa. Hay cosas así que pueden producirse. De repente, una historia que pasa, que se ofrece sin escritor para escribirla, pero que se hace visible únicamente. Clara. Basta un simple reajuste para escribirla, para hacer el trabajo que queda por hacer para que se la entienda. Sucede escasas veces. Pero puede suceder. Es maravilloso cuando esto sucede. Tengo la impresión en ocasiones de no haber escrito ese libro. De que pasó por mí, por donde yo me encontraba. Casi de haber asistido a su escritura. Y esto no me había ocurrido nunca. Todos los días, Iréne Lindon venia a buscar las páginas escritas; las mandaba pasar a máquina, me las volvía a traer, yo las releía. Y volvía a empezar, proseguía lo que estaba empezado. Era un descanso inmenso. Una especie de llanura. El paisaje era un poco como el del final del libro, incierto en cuanto a la luz, entre día y noche, sin viento alguno. Hacía llorar de emoción difusa. No se trataba de saber qué clase de emoción, de saber más.Al final del libro me pregunté si no iba a reemprender la segunda historia del libro. Lo hubiera hecho partiendo de la descripción del vestido de Emily L. cuando está bailando con los oficiales de a bordo. Un vestido blanco con flores azules y verdes, con un estampado como de papel pintado. Es el vestido que llevaba en el saloncito de invierno hace cuatro años. Yo hubiera descrito aquel tejido detenidamente, su desgaste, su materia, lo que llamaban tela de seda, la forma del vestido. De pronto hubiera escrito mucho sobre ese vestido que ella llevaba desde hacía cuatro años. No sé muy bien por qué. Porque ese vestido la envuelve, sin duda, y porque es ese vestido lo que más cerca está de su cuerpo, porque su piel lo ha desgastado y porque ha tomado su Perfume, el olor ajabón inglés. Vaya usted a saber la razón de la sinrazón, de pronto...

¿Habría ocurrido algo más entre Emily L. y el joven guardián de la isla de Wight? En ese caso habrían permanecido un año o dos en las Cícladas malayas. Y habrían vuelto a marcharse.una vez descrito el vestido. Y se habrían vuelto a detener. Siempre paralelamente. O bien, ¿habría seguido ella ignorando que el guardián la había encontrado? Pero ¿acaso no da igual? Desde aquella tarde en el saloncito hay una equivalencia entre lapresencia de Emily L. y su ausencia en lo referente a ese amante, al joven guardián de la isla de Wight. Ella se desplaza por la cubierta del barco como si él la estuviera mirando. Se ha quedado como ausente, levemente fuera del momento actual desde aquella tarde de cuatro años atrás.

Yo hubiera querido continuar mi libro. Pero no podía. Ya habían tenido que abrirlo, abrir su cuerpo para meter el último capítulo, que escribí después de que estuviera compuesto. Hubo que cortar el libro para introducir el baile con el oficial en la cubierta. Así que no me atreví a ir más lejos. No había que exagerar.

En el saloncito de invierno, en la blancura de la isla de Wigth, algo pasa, algo así como una misa de boda entre el joven guardián y la que él llamará Emily L. Ese beso contenido de una decencia infemal, ese beso en los ojos y en la boca cerrada, muy largo, ese beso inventado por ella, por la mujer, que ella da, consagra un amor que reinará sobre su existencia. Ninguna consumación camal, ninguna clase de goce hubiera reemplazado esa carencia. Eso es lo que me llena de emoción inmensa cuando pienso en ella. Y también en él ahora como en ella. Se hallan unidos por una suerte de parentesco religioso, de un devenir incesante.

Una decencia infernal

Emily L. hace poemas, pero no habla de eso. Su deseo es escribir. Su deseo, ella lo recibe como una exhortación. Muy antigua. Muy, muy antigua. Que yo relaciono con aquella a la que respondían los cazadores de la prehistoria, por la noche, en primavera. Yo veo la literatura así, como algo que puede compararse con la caza prehistórica. Cuando aún no se había escrito ninguna palabra. La veo llegar así, con esa fuerza que hace levantarse a los hombres y les hace caminar día y noche en dirección a los desmontes de Lorena para esperar a los ciervos que salen de los bosques del país alemán, sin nombre aún, al igual que los países y los hombres. Escribir es eso

también. Ese apetito de carne fresca, de matanza, de marcha, de consumación de la fuerza. Es asimismo esa ceguera.

Emily L. ha cursado estudios, estudios clásicos. Ampliamente entendidos, en un buen colegio de Southampton. Ha leído. El padre estaba allí. Pienso que él fue quien le habló de esas cosas a la niña. Como suele ocurrir a menudo, debió comenzar leyendo poesía. Él fue quien le hizo leer la poesía americana, el descubrimiento de esa mujer, de Emily Dickinson, que abre el camino a la poesía moderna en lengua inglesa. Ahí es donde todo comienza para ella, con la lectura que le propone el padre. Sin ese padre seguramente Emily hubiera escrito de todos modos, pero más tarde en su vida y acaso de otra manera. No se sabe por qué motivo las gentes escriben. Lo que se sabe es; que a menudo ocurre de este modo. En sus orígenes, en la infancia, hubo un padre, o un libro, o una maestra de escuela, o una mujer en un puesto de Indochina perdido entre los campos de arroz.

El patronazgo en general

Dije esto un día, que el asunto del libro siempre es uno mismo. Claro. Incluso en este caso en que no hay responsable del libro que estaba escribiéndose, soy yo, de todos modos, el asunto del libro. Estaba buscando un libro y lo encontré. Cuando en realidad yo había ido allí, a Quillebeuf, para olvidar que estaba buscando un libro. No existe libro fuera de eso, fuera de uno mismo.

A menudo hablé, ahora hablo de ello libremente, de las novelas escritas por hombres. Existe toda una literatura masculina muy charlatana, anquilosada por la cultura, sobrecargada de ideas, atestada de ideología, de filosofía y de ensayismo larvado, que no pertenece al ámbito de lo escrito, sino a otra cosa muy distinta, al patronazgo en general, sin especificidad. En la mayor parte de los casos jamás alcanza la dimensión de poesía. Se ve privada de eso. Las novelas de los hombres nunca son poemas. Y las novelas o son poemas o no son nada, son pura recopilación.

Pero ya se sabe, la literatura masculina es la excepción, de todos modos. Es una pequeñísima parte de la literatura. La literatura es un continente inmenso. Es toda la literatura popular, las canciones, y Stendhal y Proust... Proust no es literatura masculina. Es literatura.

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