Un debate más audible
TAL VEZ para ser un buen político no se requieran cualidades excepcionales desde un punto de vista intelectual, cultural o moral. Pero es evidente que algunas cualidades se requieren. Felipe González y Adolfo Suárez las poseen. El presidente, recobrando aquel tono razonable y sincero que le acreditaron cuando estaba en la oposición, ha resistido esta vez a la tentación de la autocomplacencia que tanto había escamado a la opinión pública en anteriores comparecencias. El debate de estos días ha puesto de relieve, además, que tener carné de político profesional no garantiza poseer capacidades de tal. Rodeados de algunas ilustres mediocridades con más vocación que facultades, González y Suárez han conseguido parecer Gulliveres en Liliput. Renunciando a apabullar a los discrepantes con cifras y gestos de suficiencia, la preocupación puesta de relieve por la redistribución de los frutos del crecimiento, la inquietud manifestada por los efectos que sobre el ftituro puede tener la marginación de lajuventud, el establecimiento de prioridades sociales y su articulación en un proyecto viable, han contribuido a acercar el lenguaje del Gobierno a las preocupaciones de los ciudadanos. De manera. simétrica, la oposición ha desechado el reflejo de responder a la enfatuación con la descalificación global, y ha sabido reconocer los logros del Gobierno sin renunciar a subrayar sus insuficiencias, descendiendo de las abstracciones ideológicas a terrenos concretos relacionados con la gestión cotidiana.Con todo, la atomización de esa oposición, la ausencia de alternativas realistas, reduce el interés de estos debates, que no cumplen ya la función para la que fueron concebidos. Si a ello se añade la ausencia del hemiciclo de algunas de las figuras más representativas de la vida política nacional -Arzalluz, Carrillo, Fraga, Pujol, Anguita y hasta Hernández Mancha-, se comprende que la elevación general del tono del debate no se haya traducido en un mayor interés de la opinión pública. Esas ausencias han contribuido a aumentar la expectación en torno a la figura de Adolfo Suárez, único político en activo con arrastre suficiente para articular en torno suyo una alternativa capaz de hacer sombra a Felipe González. Su bien construido discurso ha hecho recordar por momentos al mejor de los Suárez posibles, pero cuando ha descendido al cuerpo a cuerpo con González se le ha visto agarrotado por el recuerdo de glorias pasadas.
Lástima que la brillante actuación del presidente del Gobierno se haya visto oscurecida por la repelencia que produce ese comportamiento de maestrillos sabiondos que él mismo y el vicepresidente Guerra exhiben desde el escaño cuando hablan los demás. Tanta risita y cachondeíto, tantos secretitos al oído les pueden divertir a sus señorías, pero para burlas son mejores las de Els Joglars, y menos irritantes.
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