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La verdad

Este hombre tiene su mérito. Aparece Leopoldo Calvo Sotelo ante el tribunal de la colza y afirma, rodeado de rubores -el rubor es el mercurio de la dignidad-, que en el debate parlamentario motivado por el síndrome tóxico ya responsabilizó a los ayuntamientos, que estaban administrados por la oposición. Y añade el ex presidente: "Todo el mundo sabe que, en los Parlamentos, antes que la verdad se busca la eficacia en el ataque al adversario político".Los egiptólogos de la política española ya habían descubierto hace tiempo el tipo de maquillaje que recubre el cutis de las esfinges. Pero hasta esta semana no se sabía aquello que, por lo visto, todo el mundo sabe: que la verdad es un accidente de la política y que lo auténticamente verdadero es el pim-pam-pum del hemiciclo. En otras palabras: no se me emocionen por un Felipe lanzado o un Suárez interpretando a Bogart. Según Calvo Sotelo, esos seflores no se están ganando la verdad sino que se limitan a ganarse la vida. Y la vida, a lo que se ve, suele estar reñida con la verdad.

Mientras don Leopoldo nos recordaba la regla áurea del parlamentarismo, un tribunal de historiadores recordaba en Austria la responsabilidad moral de un presidente. La verdad de los historiadores es considerada mentira por los irritados electores de Waldheim, quienes, a pesar de las dudas razonables sobre su honorabilidad, no dudaron en votarle. En Viena o en Madrid, la verdad ha dejado de ser un valor moral para convertirse en un valor estadístico. Manifestaciones que absuelven antes que los jueces, elecciones que exculpan lo que la historia condena, charleta de señorías en lugar de debate de señores, mentiras universales a las que el universo convierte en verdades... La humanidad ha invertido miles de años en la búsqueda de la verdad y ahora ha resultado ser un bien escaso y para espíritus selectos. En la cultura del videoclip, los ingenuos militantes de la historia son una auténtica lata. Se creen arcángeles y nunca saldrán de los alambres de espinos. Siempre dolientes en esa sutil frontera entre la verdad y la herejía.

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