Todo un éxito
La Fundación Miró ha tardado más de 10 años en enseñar sus fondos, pero finalmente lo ha conseguido. Ello coincide con la ampliación del edificio que con sus nuevas dimensiones puede acoger tanto a un centro vivo de exposiciones temporales (lo que Miró quería) como un fondo permanente de obra de Miró (lo que Miró, extremadamente modesto, no deseaba, pero que tanto su ciudad como todos los admiradores de su arte desean).En cuanto a la exposición propiamente dicha, debería recordarse que la disposición de ciertas salas no es definitiva; una parte (suponemos que la de obra gráfica) estará destinada a albergar las exposiciones temporales; en otras salas, ciertas obras tal vez debieran reconsiderarse, dada la desigualdad, lógica por otra parte, de esta última obra mironiana. Tampoco me parece adecuado un lugar tan preferente para los maniquíes de Mori el Merma, ni cómo están colocadas las esculturas que casi no se perciben.
Joan Miró
Les Col-leccions. Fundació Joan Miró. Parc de Montjuïc. Barcelona, enero-febrero de 1988.
Las salas históricas -aunque hemos perdido, helàs, la maravillosa Escargot,femme,fleur, étoile, de 1934-, son simplemente una belleza, un regalo para los ojos y la mente, con la inclusión de los dibujos de desnudos (realizados en la academia de la Grande Chaumière en 1937), que acompañan a la impresionante Dona pujant l'escala, de este mismo año. Los primeros nos recuerdan el retorno a un cierto realismo de muchos pintores vanguardistas -por ejemplo, Julio González en estos años; el segundo, la visión animalizada, esperpéntica y victimizada de la mujer, que también, por ejemplo, utilizó Picasso.
La sala del piso superior, situada junto a la del homenaje a Miró, adquiere, por primera vez, todo su sentido.
En este bien agrupado conjunto de obras últimas parecen resumirse las mejores características de esta última producción: la libertad, la plenitud, la desfachatez que concede, a veces, la edad. Y así, la Dona III posee todo el candor de un Klee; el Poema I y el L'or de l'Atzur recuperan y agrandan la poética de la mancha del famoso Ceci est la couleur de mes rèves, de 1925; mientras, Mayo del 68 traduce plásticamente el estallido de la revuelta juvenil.
Miró, entre los embutidos
En la fiesta inaugural, la presencia de esculturas originales de Joan Miró (para ser más exactos, se suelen hacer cuatro u ocho ejemplares como máximo) en las mesas del buffet, rodeadas de pimientos, butifarra catalana o langostinos nos llenó francamente de preocupación.Ya sé que el propio Miró borró sus dibujos en la sede del Colegio de Arquitectos; todos conocemos su voluntad desacralizadora del arte. Pero de ahí a interpretar libremente su voluntad me parece que va un trecho, máxime cuando al hacerlo la integridad de estas obras corre un mínimo peligro. Preguntados sus responsables, se me dijo que no corrían ningún peligro. Pero, ¿cómo queremos que la gente respete y conserve las obras de arte si empezamos por colocar a Miró entre las hortalizas?; y así, lo que algunos calificarán de originalidad resultó, de hecho, imprudencia desde un punto de vista museístico.
Respeto e interés, por otro lado, fueron tónica -relevante desde un punto de vista sociológico- del numeroso público que el domingo por la mañana abarrotaba la fundación. Todo un éxito, y ya era hora.
Babelia
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