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Los perdedores de Torrejón

La salida de los norteamericanos pone en peligro la superviviencia de 40 empresas y cerca de 2.000 empleos

Amelia Castilla

Los norteamericanos destinados en la base de Torrejón de Ardoz tienen tres años para hacer las maletas. Todavía no se sabe cómo se van, pero su salida pone en peligro la estabilidad de cerca de 40 empresas de servicios -con más de 2.000 empleados- que ahora trabajan casi en exclusiva para el amigo americano. Con su marcha, en el pueblo quedarán libres unos 200 pisos alquilados a personal de la base; se puede desalojar una urbanización completa, y los encargados de bares y discotecas frecuentados por yanquis tendrán que buscar nuevos clientes

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Todo empezó hace 34 años. Desde entonces, cada vez que despega un cazabombardero vibra todo el pueblo. Los habitantes de esta localidad, situada a 20 kilómetros de Madrid, han aprendido a callarse mientras dura el estruendo y a seguir la conversación cuando cesa el trueno. Muchos saben distinguir perfectamente, por el ruido de los motores, entre un viejo Phantom, un Galaxy o un F-16.Los torrejoneros, unos 80.000, reconocen a los forasteros porque son los únicos que miran al cielo con sorpresa cuando los aviones sobrevuelan el pueblo.

El Encinar de los Reyes, una de las urbanizaciones destinadas a proporcionar viviendas estables a los norteamericanos, se encuentra a 12 kilómetros de Madrid. En la colonia viven 866 familias yanquis. Tienen colegio, supermercado, iglesia, servicio de bomberos y una comisaría de policía. Las casas son de dos pisos y todas tienen jardín, una pequeña verja y un perro. Por las calles se ve gente haciendo footing, militares con trajes de faena y aparatos de televisión tirados en la basura.

Desde un pequeño montículo de la colonia, Eddy Guadalupe, un policía con insignia de sheriff y zapatos de charol, vigila un poblado gitano. El sargento es puertorriqueño y no está autorizado para hablar. "La mili es así y todos tenemos jefes", recalca el policía a modo de disculpa, cuando se le comunica telefónicamente desde la sede de la Embajada de Estados Unidos que "el personal militar no está autorizado para hacer declaraciones".

El sargento Guadalupe lleva 17 años en España, juega al béisbol en el equipo del San Blas y presume de conocer bien a los gitanos. "Me gustan, viven en un mundo aparte", dice. "En la colonia desaparecen cosas, pero yo no digo que se las lleven ellos; simplemente creo que podrían quitarme un calcetín sin quitarme el zapato". Guadalupe es un modelo de integración. Conoce todo el país y seguramente le entristece pensar que tendrá que marcharse a vivir a otro lugar.

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Los promotores de la urbanización, alquilada en su conjunto a las fuerzas aéreas norteamericanas, no tienen miedo al futuro. El poblado se ha quedado un poco anticuado y ya han comenzado las obras de reconstrucción. Dentro de tres años, cuando los F-16 no vuelen sobre el cielo de Madrid, se habrán mejorado las instalaciones y las viviendas probablemente se alquilarán a los vecinos de la capital que quieran vivir en el campo. Un portavoz de la promotora cree que, "si eso se produce, los 110 empleados, encargados de las tareas de mantenimiento, podrán seguir haciendo lo mismo que ahora".

Cuando los norteamericanos se vayan de Torrejón, Margarita Chen, la propietaria del restaurante chino Happy House, no tendrá que abrir sus puertas para la cena a las seis de la tarde, pero perderá una parte de su clientela habitual. Margarita llegó de Taiwan hace un montón de años y ha decido echar raíces en Torrejón. Aquí se casó y se divorció de un coreano. Le gusta este país y está orgullosa de su negocio: "Cuando el americano se vaya, voy a poner señal a la entrada de Torrejón para buscar nuevos clientes. Buscaré mercado en los pueblos de la zona", asegura Margarita. "Menos mal que tengo tres años para preparar, pero solucionaré mi problema con cabeza y quizá tenga que trabajar más para que la vida siga igual".

Menos claro tienen su futuro los cerca de 600 trabajadores empleados directamente por la base militar de utilización conjunta hispano-norteamericana, y las cerca de 2.000 personas contratadas indirectamente. Unos 100 proyectos, ejecutados por 40 contratistas, se encuentran en estos momentos en diferente fase de obra.

Eléctrica del Henares, una empresa con 25 empleados, que dedica un 90% de trabajo a la base, acaba de ver anulado un proyecto de 20 millones de pesetas.

Dacsa, una empresa de construcción formada por 50 operarios y seis aparejadores, todavía no ha recibido ninguna notificación de paralización de obra, "pero hay rumores". Dacsa facturaba con la base cerca de 400 millones al año.

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