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Tribuna:AMÉRICA LATINA EN LA HORA DE LA UNIDAD / 1
Tribuna
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El ímpetu de la voluntad

América Latina llegó con retraso a la hora de las uniones multinacionales, pero también con un vigor inesperado, fruto de sus contradicciones internas y de circunstancias adversas en el resto del mundo. Como rasgo distintivo, puede afirmarse que es la primera vez en este siglo que el ideal unitario patrimonio tradicional de los sectores progresistas es levantado por Gobiernos centristas y conservadores.La reunión de ocho presidentes latinoamericanos en Acapulco (México) pasó casi inadvertida en Europa, y en gran medida bajo el signo de la incomprensión, lo que puede contribuir a que este continente deje pasar una oportunidad de orlo para identificar del otro lado del Atlántico un socio con el que compartir un proyecto común a medio y largo plazo.

Algunos sólo quisieron ver en aquella cumbre un concurso retórico más, otros expresaron -con cierto fundamento- el temor de que se hubiera querido comenzar a construir la casa por el tejado, -al dar mayor importancia a los acuerdos políticos que a los económicos o técnicos, aunque no haya sido así.

Esta última apreciación se deriva de una mentalidad euro-centrista según la cual todo aquello que se aparte de los cánones o de los caminos ya transitados por los europeos es necesariamente erróneo. Así, si Europa comenzó su integración por pequeños y puntuales acuerdos sobre el carbón y el acero para llegar a etapas superiores paso a paso, tomate a tomate, lechuga a lechuga, vaca a vaca, los demás pueblos cometerían una herejía al declarar como principio su voluntad de unirse políticamente, de constituir, como señalaron Alan García, Raúl Alfonsín y Jaime Lusinchi, "la gran patria latinoamericana".

Quienes así opinan harían bien en detenerse a pensar qué hubiera ocurrido en Europa si tres décadas atrás el Reino Unido, Alemania Occidental y Francia hubiesen proclamado su decisión de integrarse económicamente y su voluntad de unirse políticamente. Hace falta mucha imaginación para adivinar cuál hubiera sido el destino de este continente, cuántas etapas se hubieran acortado y cuántos problemas evitado.

El acuerdo entre Argentina, Brasil y México, compartido al menos por otros cinco países, es para América Latina equivalente a lo que hubiera significado para Europa aquella nunca manifestada intención.

De particular relieve es el cambio en la posición de Brasil, un país al que la estrategia de las grandes potencias otorgó el papel de subpotencia rectora y gendarme del resto de América Latina. Su presidente, José Sarney, dijo en Acapulco que, en el momento en que su país se une "de cuerpo y alma al esfuerzo de América Latina, nos jugamos la suerte de nuestro continente. Perdemos esa perspectiva que largamente se nos había señalado, la de que nosotros debíamos ser el último entre los grandes... Queremos ser uno entre nosotros mismos, con nuestras identidades, con nuestros problemas, con nuestras esperanzas".

Experiencia común

Esa voluntad de marchar hacia la unión es producto de hechos internos y externos, y se cimenta en una experiencia común vivida a partir de la formación de los grupos de Contadora y de apoyo que juntos constituyen el Grupo de Río. El de los ocho (Argentina, Brasil, Colombia, México, Panamá, Perú, Venezuela y Uruguay) es un grupo coherente, sólido, producto de un trabajo de varios años, en los que logramos identificar nuestros puntos de vista, nuestra manera de trabajo y nuestra capacidad para el consenso y la concertación", expresó a este periodista Simón Alberto Consalvi, canciller de Venezuela y uno de los artífices del compromiso, quien después comentó: "Cuando se reúnen los siete grandes en Venecia y no llegan a ningún acuerdo, a la Prensa europea le parece normal, pero nuestros progresos siempre son tratados despectivamente y bajo el signo anticipado del fracaso".

El primer registro histórico de esa voluntad. unitaria se remonta a 1797, cuando se reunieron en Francia representantes de México, Perú, Chile, Venezuela y el Río de la Plata, convocados por el precursor Francisco de Miran da, y firmaron el "Pacto de Americanos en París" para luchar por la libertad.

La bandera de la unidad fue después levantada con fuerza por los libertadores Simón Bolívar, Bernardo O'Higgins, José de San Martín y el mariscal José de Sucre, entre otros. Bolívar convocó en 1821 el Congreso Anfictiónico, que se reunió en 1826 en Panamá, al que siguieron los de Lima (1848 y.1865).

Las tendencias a la disgregación comenzaron a surgir poco después con la activa participación de potencias extranjeras, en especial el Reino Unido y Francia, y la toma de posición norteamericana, que comenzó a impulsar el panamericanismo como forma de asegurar su hegemonía continental.

Si los Gobiernos y los grupos de poder en general abandonaron este siglo la idea de la unión, ésta fue retomada con mayor vigor por movimientos populares y progresistas, desde la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) y el movimiento de la reforma universitaria de 1918, hasta la Revolución Cubana de 1959, pasando por el peronismo argentino, el priismo mexicano y el socialismo chileno.

El último gran grito por la unidad latinoamericana lanzado desde la izquierda fue el del Ché Guevara, en Bolivia, en 1967, cuando intentó organizar un movimiento antiimperialista de alcances continentales.

Apagados sus ecos, la convocatoria resurge entonada ahora por voces que en ningún caso podrían ser catalogadas de revolucionarias, y la mayoría de ellas, ni siquiera de izquierdistas o progresistas. Quizá por eso mismo merezca la pena preguntarse qué está pasando en ese continente para que un llamamiento a la unidad suscrito, entre otros, por los conservadores, Virgilio Barco, de Colombia, y Julio César Sanguinetti, de Uruguay, sea recibido con beneplácito por Fidel Castro en Cuba y Daniel Ortega en Nicaragua.

Tito Drago es director de la agencia IPS en Madrid.

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