Plácido Domingo y la violinista Marcovici
Con el mismo éxito que la noche anterior, volvió al teatro Real Plácido Domingo para dirigir la Orquesta Filarmonía de Londres. Del programa anunciado quedó en pie tan sólo la obertura de El holandés errante, pues Silvia Marcovici tocó, Mendelssohn y no Max Bruch, y Chaikovski desplazó a Dvorak.Sobre la'Marcovici (Bacau, Rumanía, 1952) hemos escrito con relativa frecuencia cuanto se merece: la intérprete rumana es una violini,,;ta de alto virtuosismo y unamúsica de: gran refinamiento y posee adeinás unas raras dotes de comunicatividad. El arte de la Marcovici tiene un poder de atracción irresistible o, si se quiere, de sex-appeal, pues me parece que las artes, incluso la abstracta música, son bastante menos asexuadas que los ángeles. Evidenciar el interior encantatorio de los pentagramas de Mendelssohn, aparentemente escondido tras la elegante perfección de las formas, sin desvirtuar una sustancialidad tenuemente romántica, estilizadamente fantástica, fue el gran triunfo de la Marcovici en el Concierto en mi menor, para lo que contó con la asistencia acertada -aunque a veces tocasen demasiado fuerte, pues Plácido se olvida con frecuencia de los matices dinámicos- de los filarmónicos londinenses.
Orquesta Filarmonía de Londres
Director: Plácido Domingo. Sohsta: Silvia Marcovici, violinista. Obras de Wagner, Mendelssohn y Chaikovski. Madrid. Teatro Real, 21 de enero.
Efusividad
El Domingo, tendente a la amable efusividad debió perder un tanto la condición de su nombre, Plácido, ante la soliviantada Cuarta sinfonía de Chaikovski, quiero decir al conducir los movimientos extremos, pues los centrales son otra cosa, como ya es sobradamente conocido: un andantino que sonó cantado como una de las grandes arias que hicieron la fama de nuestro tenor, y el pizzicato aéreo y exacto. El resto aparece patético a través de unas densidades sonoras y un juego de tensiones que en sus momentos más brillantes de los tutti se benefició del gran tirón del concertino, más visible por tocar sobre un pequeño podio o un vicepodio, como habría dicho Fernández Flórez.Una vez más, en Plácido Domingo nos vence la vitalidad, un extraño poder energético aliado con una afectividad que se advierte en gestos y ademanes, en la forma de conducir las melodías, en la de acoger los aplausos o en la de descargar sobre nosotros la tormenta sonora de El holandés errante. Sería injusto olvidar el magnífico instrumento sinfónico que tiene ante sí el cantante-director: la Filarmonía es un modelo de profesionalidad concienzuda y ágil y de voluntarioso gusto por su dedicación. Tras muchas, incontables ovaciones, volvió, como propina, la jota final de El sombrero de tres picos (o El gorro de tres cuernos, como leí una vez en una traducción publicada en Checoslovaquia).
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.