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Panorama desde el Sena

Pujanza. Vitalidad. Audacia. Imaginación. Creatividad. Productividad. Y otras hierbabuenas. No; no se trata de Japón. Es España vista por los franceses. España cañón. "Ça bouge drôlement chez vous!" ("La cosa funciona, ísu país carbura de miedo!", traduzco libre y apenas exageramente para mis adentros). .Bueno, si ellos lo dicen... Yo me dejo querer. Después de tantos siglos que esta gente nos mire por encima del hombro pirenaico, esta dulce brisa que sopla sobre el Sena procedente de Despeñaperros surte un efecto a la vez balsámico y estimulante sobre la maltrecha psique del patriota desarraigado (que, como .se sabe, es el peor). Los industriales y paraindustriales franceses están bastante impresionados. El crecimiento, la productividad; en fin, los famosos índices macroeconómicos los deslumbran de repente y les inquietan. "Bueno", trato magnánirnamente de tranquilizarles, "yo creo que se ha hecho un estimable esfuerzo de inversión, pero es que había mucho terreno que recuperar". Se tranquilizan a medias. "D'accord, mais quand même...".Hace unos días, en unos de los mejores espacios de las televisiones francesas (7 sur 7, TF-1), Alain Minc, el celebrado industrial e intelectual neoprogresista autor de La machine égalitaire, remataba una clamorosa faena sobre la irresistible embestida del toro económico hispano con la más deslumbrante media verénica que vieron los siglos (por lo menos, los cuatro últimos): "De aquí a 20 años", vaticinó textualmente, "España se convertirá en la primera potencia de Europa, por delante de Alemania".

Esta vez, para hacer uno de mis viajes a España, abandoné los medios tradicionales de locomoción y me desplacé directamente montado en una nube. Cuando desembarqué en la tertulia del café -o tal vez fuera en el banco; en fin, había mucha gente a la barra, y variadamente representativa del español de base- se me hizo la pregunta habitual: "¿Qué? ¿Cómo nos ven por ahí arriba? ¿Qué se dice de España?".

Por regla general, este tipo de pregunta me fastidia mucho, y siempre contesto con balbuceos incomprensibles. Pero esta vez inflé el pecho y respondí: "Pues, hombre, se dice esto". Y, izas!, les espeté lo de Alain Minc. Estupor general. Algunas carcajadas. Un par de blasfemias. Cuando se restableció la calma me dieron a leer el balance de un excelente prosista-poeta gallego, Carlos García Bayón, en La Voz de Galicia: "Anote: deterioro, empobrecimiento, inseguridad, incertidumbre, abuso de poder, intriga, deshonestidades, y el pueblo, el auténtico pueblo, la víctima, deambulando por el bosque de la algarabía y el babelismo". Caramba, pensé, a estos franceses, con sus entusiasmos macroeconómicos, han debido escapárseles algunos detalles, algunos macros: el macroparo, el macromatonismo, la macrodesesperanza... ¿Estaremos por macrodesventura ante una nueva versión de las dos Españas: la que ven los.franceses y la que viven no pocos españoles? ¿La del capitalismo jacarandoso y pujante, que a lo mejor acaba dándole la razón a Alain Minc, y la del club multitudinario y transautonómico de los marginados anónimos que pierde el tren del progreso y a la que no le toca ni la lotería primitiva ni la moderna? Sospecho incluso que estas dos Espafías nueva versión no son contradictorias, sino que se complementan escalofiriantemente, que se nutren una de otra (en fin, una se nutre menos...).

Hechas estas ligeras salvedades, ésta es la primera vez que los franceses nos toman en serio, lo que es muy de agradecer. Es toda una versión en su percepcion de España. Tradicionalmente, lo que les fascina de España a los franceses es que un general se subleve en Marruecos o que, un guardia civil irrumpa en el Parlamento a punta de pistola. Es el tipo de cosas que les excita de tal manera que aún hoy un asunto así sería capaz hasta de resucitar a sus intelectuales de izquierda, que ya es decir.

Emociones

En las fases intermedias en que no hemos podido suministrarles emociones de esta naturaleza, los franceses han tenido que ir tirando con sus dos Españitas para andar por casa: el pueblo llano con la de las castañetas (como ellos dicen) y los intelectuales con la España negra y siniestra, promocionada en las últimas décadas por Buñuel, Arrabal y la progresía farandulera y fúnambular. Ya Merimé, premonitoriamente, había hecho la síntesis de las dos.

Tristes tópicos. Parece que fue ayer. Hoy, la movida industriosa y fecunda invade París: la moda, el arte, la gastronomía, el calzado. Exteriores, o Comercio, o lo que sea, lo está haciendo bien. Las cosas como son. En un gran cine de los Campos Elíseos hubo que dar funciones extra para que muchos parisienses no se quedaran sin ver las películas de la última o la penúltirna hornada que el cine español presentaba hace poco en briHante y exitoso festival. Falta por saber cuántas de estas películas, a la hora de la verdad, serán adquiridas por las distribuidoras francesas para su explotación comercial. Aquí, aún más que en España, no hay más que dos cinematografías, no hay más que dos culturas: la nacional y la del Imperio. Y no necesariamente por ese orden. Los festivales, ya se sabe, pueden ser una excelente coartada cultural.

Todo es posible, sin embargo, en este inesperado encuentro del tercer tipo de Francia con Espafía. Un momento antes de que otro amigo francés viniera a hacerme el número de la nueva pujanza española, incluso de la seriedad y el sentido de la responsabilidad (iuy, uy, uy!), estaba yo leyendo en la prensa -también es fatalidad- la fantasmagórica chapuza nacional de los bidones del Cason, multiplicada, naturalmente, por la chapuza autonómica. Doblé cuidadosamente el periódico cuando lo vi venir, y no le conté la historia porque, en el plan que están, no me lo creería.

Pablo de la Higuera periodista español residente en Francia, fue durante años cotúnuásta de Le Monde y de la desaparecida revista española Triunfo.

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