Dioses

En tiempos del Olimpo, los dioses tenían una salud de hierro, ya que no existían los virus. Homero no habla de que Zeus agarrara nunca una pulmonía, ni siquiera un simple resfriado. Los dioses sólo se alimentaban de néctar y de venganza. Poseídos por pasiones extremas, se pasaban el día celebrando entre sí coitos triunfales. Cometían incestos, estupros, parricidios y crímenes aún mayores; por ejemplo, algunos devoraban a sus propios hijos, y los regüeldos en medio del fiero banquete levantaban vendavales de azufre. La sangre y el semen corrían unidos por los desfiladeros del monte sagrado donde habitaba aquella dorada gentuza. Por suerte para ellos, no se había elaborado todavía el Código Penal. Según las leyes de cualquier país, hoy Zeus, Palas Atenea, Venus, Poseidón y el resto de esa desnuda tropa estarían en la cárcel, aunque tal vez no en una cárcel española, y en esta cuerda de reos debe ser incluido también Jehová, inventor del genocidio. Entonces no había virus ni Dirección General de Prisiones. De ésta habrían podido escapar mediante un falso pasaporte diplomático con arreglo a nuestra costumbre, pero ahora ningún dios, ninfa o héroe hubiera podido pasar con éxito la prueba del SIDA. Oh Hércules pálido, sin defensas, plantado junto a un cubo de basura.Los dioses del Olimpo o del desierto son deseos condensados de belleza, libertad, grandeza o ferocidad que los humanos generan para salvarse de sí mismos. Los más osados imitan sus propias creaciones. Un francotirador carga el rifle de gloria y dispara sobre los peatones desde la ventana. Cornudas valencianas echan matarratas al marido en la sopa de fideos. Una señora de Almería envenena por azar a toda la parentela con una tarta de chicharrones. Conductores suicidas corren por la palestra de Getafe en dirección contraria. No vivimos en la edad de oro y encima está el SIDA, el último tesoro de la promiscuidad. Sin duda, todo era más fácil para los dioses de antaño. Fueron libres en sus pasiones. No conocieron los virus ni el Código Penal.
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