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Un estudio revela el error de los señuelos clásicos para que coman los niños

José María Martin-Moreno

¿Cuántas veces hemos buscado un medio de hacer ver a nuestros hijos que una lánguida zanahoria es más sana que el tentador caramelo? Para el niño en edad preescolar, la idea no es fácil de aceptar. Investigaciones en el área del desarrollo infantil y epiderniología nutricional empiezan a dar algunas respuestas que pueden ser útiles para los sufridos y no siempre ingeniosos progenitores.Estudios recientes realizados por Birch en la universidad de Illinois sugieren que la tan frecuente práctica de una actividad instrumental (por ejemplo, "termina tu leche" o "cómete tus espinacas") para conseguir una actividad condicionada (por ejemplo, "entonces podrás ver la tele, o podrás jugar con tus amiguitos") puede traer como consecuencia una disminución en la apetencia por el alimento.

El niño puede llegar a la conclusión de que si para conseguir el premio ofrecido debe esforzarse en finalizar la actividad requerida, el trabajo (comerse las espinacas) debe de ser algo no muy deseable. Por el contrario, un efecto positivo es de esperar si se ofrece el alimento como recompensa. De esta manera, el premiar con caramelos o bombones al pequeño que, por ejemplo, recoge sus juguetes o "se porta bien" no parece la solución más acertada.

Golosina-recompensa

Las conclusiones de estos investigadores sugieren que con este tipo de estímulos, los padres están incitando a un aumento en la apetencia por la golosina-recompensa, apetencia que continuará aun después de dejar de utilizar este procedimiento de inducción.Este hallazgo tiene un aspecto positivo. Un alimento que para un niño de tres a cinco años no sea especialmente apetecible, puede transformarse en uno de los alimentos favoritos si es utilizado como recompensa. Así, podemos influir en las apetencias de los niños hacia alimentos más nutritivos, si éstos han sido previarriente asociados a una experiencia grata de recompensa.

Por otro lado, enguarderías y centros preescolares se ha comprobado la influencia que los compañeros de mesa ejercen sobre cada niño. Birch y colaboradores pudieron verificar el cambio de preferencia por alimentos no previamente apetecidos después de sentar a un niño junto a un grupo de tres o cuatro compañeros de apetencias, opuestas a las del niño objeto de estudio.

Finalmente, una de las maneras más simples de educar las preferencias alimenticias del niño consiste en controlar la frecuencia de exposición a un alimento. Birch y Marlin descubrieron que cuantas más veces era expuesto un niño de dos años a un alirriento nuevo (digamos un tipo de queso o fruta), mayor sería la preferencia progresiva de este niño hacia ese alimento. En esta experiencia, las primeras veces no se pedía a los niños que se comieran todo el alimento, sino simplemente que lo observaran y que lo probaran. La mera exposición a una comida basta para incrementar el gusto por ella en niños de dos a cinco años.

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