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ANÁLISIS

Nicaragua se radicaliza

Antonio Caño

El Gobierno de Nicaragua, con la súbita radicalización de su política, intenta contener una fuerte presión interna y las resistencias a los cambios introducidos en los últimos meses, en opinión de analistas y observadores. El precio a pagar ha sido el de crear sombras sobre su voluntad de cumplir los acuerdos de Esquipulas 2 y el de poner en peligro el apoyo de los demócratas norteamericanos y de otros países de Centroamérica contra la aprobación por el Congreso de Estados Unidos de nuevos presupuestos de ayuda militar para los rebeldes antisandinistas.En menos de una semana, los dos hombres fuertes del régimen sandinista, los hermanos Daniel y Humberto Ortega, han anunciado un espectacular rearme para los próximos años y han advertido que nunca entregarán el poder, aunque sí el Gobierno, aun en el caso de que en el futuro el Frente Sandinista para la Liberación Nacional (FSLN) sea derrotado en las urnas.

La explicación que las distintas fuentes en Managua encuentran a esta toma de posición, en contraste con la línea de moderación que había caracterizado a los dirigentes nicaragüenses desde la firma el mes de agosto pasado de los acuerdos de Guatemala, es la necesidad de hacer frente a una fuerte resistencia entre los dirigentes y las bases sandinistas a la política de constantes concesiones que Nicaragua ha venido haciendo en los últimos cuatro meses.

Desde la aceptación de Esquipulas 2, el régimen nicaragüense ha autorizado la reapertura del diario de oposición La Prensa, ha permitido el regreso de varios sacerdotes expulsados, declaró un alto el fuego unilateral, indultó a 1.000 presos, constituyó una comisión de reconciliación con todos los partidos de la oposición interna y, fundamentalmente, aceptó el diálogo con la contra y nombró como mediador en esas conversaciones al otrora enemigo número uno del sistema, el cardenal Miguel Obando y Bravo.

Cuando el 5 de noviembre pasado, el presidente Daniel Ortega anunció en la plaza de la Revolución de Managua el diálogo con la contra, la audiencia quedó tan confundida que no llegó a entender el verdadero alcance de sus palabras. Un día después, todavía, el órgano oficial del FSLN, Barricada, titulaba: 'Palo y plomo a la contra, recogiendo el ambiente de la concentración en la plaza de la Revolución, claramente hostil a las negociaciones. Aún pueden verse por las calles de Managua carteles que rechazan el diálogo con los antisandinistas.

En una reciente conversación con este corresponsal, Daniel Ortega reconoció que la medida de conversar con los rebeldes no había sido entendida por las bases del FSLN, pero aseguré que en la dirección del partido no existían diferencias al respecto. No se han oído, sin embargo, elogios de los comandantes más radicales a esta política, lo cual no deja de ser sintomático en un sistema de gobierno donde las grandes declaraciones suelen hacerse de forma rotativa entre los nueve miembros de la cúpula directora del FSLN.

Los partidarios de la moderación no han dispuesto tampoco de argumentos contundentes para convencer a los reticentes. Las concesiones de Managua no se han visto contestadas en la misma medida por Washington, y la oposición no ha bajado las armas ni el tono de sus críticas. El diario La Prensa está tanto o más beligerante que en el momento de su cierre, y es fácil adivinar la irritación que han producido algunas de sus publicaciones, como la propuesta íntegra de alto el fuego de la contra o, esta semana, una entrevista con Pedro Joaquín Chamorro, uno de los miembros de la dirección de Resistencia Nicaragüense. Los dirigentes sandinistas eligieron la que creyeron que era la mejor coyuntura -la cumbre de Washington entre Ronald Reagan y Mijail Gorbachov, las declaraciones del desertor Roger Miranda y la aprobación por el Senado norteamericano de nueve millones de ayuda humanitaria para la contra- para sacar sus armas radicales y amenazar con lo que más se teme de su régimen: el armamentismo y el totalitarismo.

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Al final de la pasada semana, el ministro de Defensa, el general Humberto Ortega, anunció que el Ejército sandinista tenía planes para aumentar sus efectivos de los 250.000 hombres con que cuenta actualmente a 600.000 en los próximos años. Asimismo mencionó el aspecto más controvertido de la política militar en Centroamérica: la voluntad de Managua de dotarse en el futuro de modernos aviones de intercepción, que es lo mismo que decir que comprará Mig rusos.

El hecho de que esta declaración fuera matizada poco después por Daniel Ortega -quien dijo que eso era sólo un proyecto sin la, aprobación del Gobierno- sólo ha servido para crear más confusión, porque cuesta creer en estos momentos que existan discrepancias de ese calibre entre los dos hermanos. Además, el estallido radical del general fue confirmado inmediatamente por el presidente cuando el pasado domingo afirmó ante una asamblea nacional de sindicatos que el FSLN nunca entregaría el poder, aunque la derecha ganase unas elecciones, porque "el poder no es negociable".

Estas declaraciones irritaron a la Casa Blanca, que, recién pasada, la luna de miel de la reunión con Gorbachov, advirtió a la Unión Soviética de lo grave que sería una entrega de armamento moderno a Nicaragua. Y, tal vez más importante, desalentaron a la mayoría demócrata, que no negó que esa actitud nicaragüense favorecería la aprobación de nuevos fondos para la contra.

Fuentes en Managua aseguran que esas declaraciones no tienen más trascendencia que unos fuegos de artificio destinados a tranquilizar las conciencias de los más puristas, y que los sandinistas seguirán adelante con su política de moderación.

La sorprendente radicalización tendría también por objeto, a juicio de los observadores, no perder protagonismo internacional en momentos en que se sabía que Reagan y Gorbachov estaban hablando de Nicaragua sin contar, obviamente, con las autoridades de Managua. Un asesor de Gorbachov en las conversaciones de Washington hizo una escala en La Habana, en su regreso a Moscú, para informar a Fidel Castro del resultado de la cumbre, pero, que se sepa, ningún emisario ha llegado a Managua.

Preocupación

Daniel Ortega no ocultaba en una entrevista esta misma semana su preocupación porque la cumbre pueda perjudicar a los intereses de Nicaragua en la medida en que, fortalecido por su nueva imagen, Ronald Reagan podría verse tentado a asestar un golpe a los sandinistas. Es imaginable que esa misma preocupación embargue también a Ortega por el riesgo de que Moscú sacrifique a Nicaragua en beneficio de las buenas relaciones con Washington.

El anuncio del rearme tampoco está separado de las posteriores declaraciones de Roger Miranda, un estrecho colaborador de Humberto Ortega huido el mes pasado a EE UU. Miranda, que ha expresado su voluntad de incorporarse a la Resistencia Nicaragüense (RN), dijo que el Gobierno sandinista tiene planes armamentistas en colaboración con Cuba y la URSS y que piensa perpetuarse en el poder aprovechando los acuerdos de Esquipulas 2. Evidentemente, el anuncio de Humberto Ortega, un día antes de la declaración de Miranda, quitó trascendencia a los datos facilitados por el desertor.

Otro de los frentes donde se ha comprobado la radicalización es en el de las relaciones con Costa Rica, para lo que se ha aprovechado el derribo en territorio nicaragüense del piloto norteamericano James Jordan Denby, quien, según las investigaciones sandinistas, prestaba su finca en territorio costarricense para las actividades de la contra.

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