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Los años del poeta

Rafael Alberti celebra su 85º aniversario con la edición del segundo tomo de 'La arboleda perdida'

El poeta está en su casa, el séptimo piso de una torre del nuevo Madrid. Solo. Se queja de la pierna. Un accidente inmovilizó al poeta en la calle y le obliga a permanecer en un sillón. A su lado, un volumen de sus obras completas. Cierra los ojos de cuando en cuando y expresa su miedo a la oscuridad, a lo desconocido, algo que el poeta, por encima de nosotros, habita. El día 16 cumple 85 años y lo celebra con la publicación del segundo tomo de sus memorias, La arboleda perdida. Viéndole se revaloriza la frase que escribió Umbral hace unos años: "No ha ido a más viejo, sino a más ángel".

Rafael Alberti es un poeta necesario, definido en un famoso verso de don Antonio Machado. España ha necesitado a Alberti como una pieza esencial de su memoria colectiva y, sobre todo, de su recomposición. Él ha ejercido con alegría y dinamismo su papel, no sin cierta dosis de perversidad, en ocasiones. Ha recorrido pueblos y mares, apuntillado a personajes literarios y despilfarrado versos. Por encima de todo, ha cuidado su obra.Durante los primeros años de la transición, abrumados con su presencia, le condenamos a su obra de antes de la guerra. Lo posterior era circunstancial y, salvando su valor lírico y compositivo, no aportaba nada a la poesía. No era cierto. Hoy los poetas más jóvenes le recuperan, escriben sobre la totalidad de su obra y cultivan su consejo. En muchos aspectos, su obra se revela nueva, ágil y profunda.

El poeta, mientras tanto, se sujeta la pierna y se queja de no poder salir a la calle. Parece sumido en su doble condición de poeta en la calle y poeta de las inmensidades del interior de los hombres, pobladas de ángeles. Ángeles de todas las clases, colores y actitudes.

No es fácil llevar al poeta hacia adentro. Diríase que no quiere, que no se fía. Toda la conversación está poblada de versos, de nombres, de anécdotas conocidas y fielmente reflejadas en los dos tomos ya de su La arboleda perdida. Sólo de cuando en cuando el entrevistador aciertan en el estímulo preciso. Luego la conversación continúa con otros contertulios y uno se da cuenta, de pronto, de que el poeta se ha dormido. Continúa así, en un duermevela angelical, hasta que el teléfono le despierta con los preparativos de los múltiples homenajes que se le avecinan y el poeta acepta de buen grado.

En el segundo tomo de La arboleda perdida habla de su padre. Se le aparece, de pronto, entre los humos de un incendio. "Todo eso lo veo, no creas que estoy haciendo literatura. Soy una persona que duerme mal toda la vida. Además, tengo visiones desde siempre. Yo veo duendes y trozos de gente que pasa. Nunca veo personas enteras, sino un hombro, un pie. Lo veo hasta hablando con ustedes. Veo cosas que me inquietan mucho. Aquella fue la mañana que mi padre salió por la ventana. No sabía lo que pasaba, creí que estaba perdiendo la vista. Había humo, y es que había un incendio. En ese momento vi en la puerta del pasillo a mi padre -a éste sí que le vi más entero- que pasaba. Después salió por una ventana y se perdió por ella. Eso no es literatura ninguna, porque yo no suelo contar estas cosas, aunque me pasan constantemente. Eso de ver los duendes y retazos de personas me pasa mucho. Yo entro con miedo muchas veces en las habitaciones oscuras. Me viene pasando desde que escribí Sobre los ángeles".

El padre

Dice el poeta en el segundo tomo de La arboleda... que ha tratado mal a su padre. "Yo con mi padre tengo muchos remordimientos. Cuando vendió sus bodegas a los Osborne, se quedó de representante de la casa y se pasaba la vida fuera. Pasaba muchos meses sin venir. Era un hombre silencioso, muy preocupado de lo negocios suyos. Yo a mi padre no lo traté mucho. Tenía la preocupación de que yo debía seguir el bachillerato. Yo me: proporcionaba unas notas del instituto de San Isidro y le daba a mi padre unas calificaciones, falsificadas No ponía aprobado, sino matrícula de honor y Sobre saliente. Cuando escribí eso del incendio, me entró mucho remordimiento porque yo no le había dado el cariño que él me tenía".Hablamos de la serie de TVE Lorca, muerte de un poeta. En el capítulo que se emite hoy debe aparece él. "Ninguno de ésos ha visto a Lorca. Yo llamé a Pepín [Bello] cuando vi el primer capítulo, y le dije: '¿Qué te parece?". Le había gustado mucho, y yo le dije: 'Claro, porque sales mucho en la película'. No sé qué dirán de mí, puesto que yo era un residente honorario".

"Pero ¿qué sensación le produce a usted ver recreado ese mundo?". "Hombre, yo esperaba la serie con verdadero interés. Creo que Bardem tiene un gran mérito... Es un cosa muy valerosa, pero creo que está mal informado". Le pregunto por el acento andaluz de Lorca, por Dalí. "Ése sí que hablaba un castellano catalanizado, el acento de Lorca no es tan importante. Había venido a Madrid a estudiar la carrera de pintor. No faltaba nunca a clase, era muy cumplidor". No comparte al Federico embelesado, oyendo poemas de Antonio Machado. "No se quedaba embelesado por nada. Era un tronío. Era una persona que casi nunca hablaba en serio, entretenido, que se hacía el amo de todo y teatro hasta con la servilleta. Pero ahí le han puesto muy serio. El primer episodio me gustó más que el segundo. No sé qué pasará en el tercero, que aparezco yo No me preocupa salir en una película inventada por ellos".

"¿Cómo debería aparecer?" "No sé. Si saliera la verdad, Federico me recitaría el Romance sonámbulo en el jardín de la Residencia una noche; por allí pasaba el canalillo de Madrid, pero seguro que me mandarán por otro lado".

Siempre tuve una pasión especial por Sobre los ángeles, libro cumbre de la poesía de este siglo Lo escribió el poeta -lo cuenta en el primer tomo de La arbole da... y vuelve a ello en el segundo- movido por una enorme crisis personal. La crítica ha celebra do la obra como la irrupción del superrealismo en España. La crisis personal del poeta coincidía con una crisis estética generaliza da. Lorca y Alberti habían partido del populismo y habían recorrido buena parte de la literatura española con parada y fonda en Góngora. En los últimos años de la década de los veinte se acercan al precipicio. El camino trazado no continuaba. Lorca se va a Nueva York. Lleva ya en su equipaje Sobre los ángeles.

Para Sobre los ángeles, Alberti se encierra en Tudanca, casona santanderina de Cossío. "Las soledades y el silencio sonoro eran grandes allí, y algún ángel, como espíritu de la inconstancia y del mal, me llevó a volar hacia otro ser, del que me prendé, y a pesar de su nombre -se llamaba Victoria- me llevó, desde lo que yo creí ascensión de los astros, a la caída más vertiginosa a los infiernos", escribe el poeta (página 30). Le pido más detalles y bromea conmigo; me cuenta que se reunía con su traductor al italiano para hablar de las claves del libro. El poeta le decía que todo lo que ocurre es comprobable, que cuando dice "volar no podernos", es que iba de cacería con su hermano y a él le tocaba matar a los pájaron con sus dedos. "Eso me dejaba un remordimiento tan grande, que muchas de las cosas del libro se deben a eso, y cosas así le contaba", ríe.

Le pregunto entonces, directamente: "¿Cómo son lo ángeles?". "Mi libro Sobre los ángeles no se refiere a los ángeles cristianos. Son estados de espíritu que yo les meto. Pertenecen más a los ángeles primitivos, del Pantocrátor. No sé bien cómo son. Tampoco los busco. Aparecen y desaparecen. Estan ahí".

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