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Tribuna
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Ante la discordia

La denuncia del tratado vigente con Estados Unidos anunciada por el Gobierno español ha dado lugar a un cúmulo de reacciones encontradas, sobre todo en la opinión de nuestro país. El tema de las bases con guarnición y efectivos norteamericanos se ha convertido en materia de viva especulación, lográndose, en torno a estos míticos problemas un antagonismo de criterios que nada favorece a las líneas generales de nuestra política internacional.Torrejón es, en efecto, una base militar de primer orden, de gran cercanía a nuestra capital. No era tanta su proximidad al establecerse el Acuerdo Ejecutivo de 1953, pero el crecimiento de Madrid y de sus alrededores ha hecho que exista una continuidad urbana entre ambos entonces. Ya entonces hubo notables reticencias al respecto por parte militar española, debido a esa vecindad. Me permito pensar que e día en que las fuerzas norteamericanas abandonen ese dispisitivo será nuestro Ejército del Alre el que ocupará la más larga pista de despegue y aterrizaje de la Europa occidental con su complejo y perfeccionado sistema de apoyos y depósitos. Siendo así que nuestro Gobierno mantiene sus vínculos con la Alianza AtIántica, parece verosímil que en caso de confficto -que afortunadamente resulta menos probable cada día- Torrejón seguiria siendo un blanco preferido del hipotético adversario. A lo cual cabe añadir que en la hipótesis de una salvaje guerra nuclear, Madrid, como cabeza y capital eI Estado, se convertiría en el pitencial y neurálgico primer objetivo, si se trata de paralizar el esfuerzo defensivo de nuestra nación.

He dicho que en nuestra opinión hay muchas más reacciones que en el seno de la sociedad norteamericana. Nosotros somos todavía un lejano y mal conocido país ante el estadounidense medio. Ni siquiera los políticos se emocionarán ante la denuncia de este convenio. "Les hemos puesto firmes" y demás bravatas no tienen sino escaso eco en el clima actual de Norteamérica, en el que las elecciones presidenciales del otoño próximo la inminente cumbre con Gorbachov para tratar del parcial desarme nuclear (parcial, pero desarme al fin), las secuelas del Irangate y el crash de la bolsa neoyorquina forman un repertorio más que suficiente para preocupar e interesar al norteamericano medio. La denuncia del tratado obtendrá, en el mejor de los casos, un breve editorial explicativo en alguno de los grandes diarios y un comentario entre despectivo y minimizante por parte de parlamentarios o miembros del Gabinete encargados de asuntos defensivos. "¿No nos quieren o sí nos quieren?", solía preguntarme con honrada ingenuidad un alto personaje del franquismo al llegar yo a Madrid desde Washington a disfrutar de un permiso. Yo me empeñaba en vano en aclararle que las relaciones exteriores no se apoyan nunca en intercambio de afectos sentimentales, sino en coincidencia o discrepancia de intereses mutuos.

Tal es la reflexión que debemos hacernos en la hora presente. El Gobierno español ha querido hacer honor a sus compromisos electorales dimanantes de la famosa pregunta del referéndum que votamos afirmativamente muchos electores no socialistas, por lo que tenía de compromiso positivo. El nuevo tratado que se negocie mantendrá -supongo- algunas de las bases restantes y llenará el vacío que los vocablos amistad y cooperación pueden significar si únicamente se numeran sin ánimo de que representen algo más que la sonoridad de unas palabras.

- A una España activa y presente en el escenario internacional no le conviene prescindir de una intensa y útil vinculación diplomática, económica, tecnológica y militar con la gran república de Norteamérica, el país de la libertad de iniciativa, de la autocrítica exigente, de la democracia presidencialista y del sistema constitucional de frenos y equilibrios. Una nueva etapa en el contexto mundial puede iniciarse si la cumbre próxima de diciembre resulta positiva.

Es posible que el recorte futuro de cohetes o cabezas nucleares estratégicos de las superpotencias lleve a una nueva opción en que las fuerzas convencionales vuelvan a desempeñar un papel decisivo en la balanza teórica del poder entre la Europa occidental y el Pacto de Varsovia. Y que ello incline al propio Estados Unidos a replegarse un tanto hacia sus meridianos transatlánticos y a los países europeos de la Alianza Atlántica a realizar en consecuencia un mayor esfuerzo económico en materia de defensa convencional y continental. ¿No es verosímil suponer que en esa hipótesis la Unión Europea Occidental desempeñe por fin el papel activo que desde su fundación ha estado deliberadamente congelado? ¿No es también algo más que una coincidencia que la primera unidad mixta francoalemana haya sido cuidadosamente desempolvada del armario (le los inventos olvidados para hacerla aparecer en reportajes y flashes televisivos con la solemne bendición de los dos padrinos oficiantes, el canciller Kohl, solemne y voluminoso, y el presidente Mitterrand, pálido y hierático como un Bonaparte de 70 años? El proceso de la unificación política de la Comunidad se halla íntimamente relacionado con esa vertiente. La Francia cohabitante de hoy y la República Federal de Alemania son, por ahora, quienes mantienen encendidos los fuegos de la locomotora unificante. Que el Gobierno español se incorpore a esa tendencia cuyos polos son. París y Bonn puede ser un rumbo muy conveniente para nuestra acción exterior.

Adolecemos en nuestro interior de una infraestructura adecuada para la revolucionaria modificación que se presiente en las comunicaciones básicas: el transporte por carretera y el ferroviario sobre todo. Madrid, sin autopistas europeas que la enlacen con la red comunitaria, es como una capital mutilada imperdonable olvido. Se habla ya en Europa de los supertrenes (le nueva concepción y 1101ocidades fantásticas. Ya Alemania Occidental abrió sus caminos de hierro al proyecto francés hasta llegar a Colonia, de lo que será sin duda un sistema nuevo de transporte rápido. ¿Seguiremos manteniendo en España, con la Rusia de los zares, el síndrome del ancho de vía insólito para prevenirnos de tina invasión napoleónica en el futuro? Las tropas de Napoleón, entre paréntesis, no vinieron en tren, sino a pie y a caballo.

¿Y el túnel de la Mancha, empeño, más que francobritánico, típicamente europeo?

¿No serán sus enseñanzas técnicas y financieras un conjunto de noticias sumamente utiles para el otro gran empeño hispanomarroquí que es la empresa euroafricana pendiente del túnel del Estrecho? No voy a seguir enumerando el denso Conjunto de tareas de trascendencia histórica que tienen ante sí las nuevas generaciones. Es preciso, para convertirlas en realidad, que exista en esas materias un consenso generalizado con una concordancia mínima de objetivos.

Por eso me preocupa. el tono agresivo y rencoroso que en ocasiones se escucha en la hora presente. Ábrase el debate con toda claridad y libertad dé opiniones, pero evitemos la cacofonía callejera que cubre las realidades del mundo actual interdependiente y globalizado y que funciona en tiempo real.

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