La semana negra de Reagan
La negativa de Mijail Gorbachov ,de venir a EE UU para sólo firmar un tratado de eliminación de euromisiles cierra la semana más negra de la Presidencia de Ronald Reagan. Siete días de octubre en los que el mundo simple y fuertemente ideologizado del Presidente más viejo de la historia de este país se ha desmoronado, dejando en evidencia la falta de liderazgo de esta Administración. El presidente, poniendo al mal tiempo buena cara, repitió ayer que no negociará límites a la guerra de las galaxias y aseguró que la economía va viento en popa y la crisis de Wall Street no presagia una recesión.En medio de esta semana catastrófica, Reagan se vió incluso forzado a sugerir una marcha atrás en uno de los principios básicos de su política: no subir los impuestos. El renegar de la filosofía de las reaganomics era un intento de calmar a los nerviosos mercados financieros, mientras que a los inversores les prometía negociar con el Congreso la reducción del enorme déficit presupuestario, causa principal para el resto del mundo de la inestabilidad de todo el sistema económico.
Cuando faltan 15 meses para que abandone definitivamente la Casa Blanca, de las tres grandes obsesiones de Reagan, sólo una se mantiene aún en pie, la guerra de las galaxias y abandonarla sería demasiado duro. Las otras dos, el derrocamiento de los sandinistas en Nicaragua y la negativa rotunda a aumentar los impuestos, están seriamente comprometidas.
En el corto espacio de una semana, que comenzó con un duro golpe personal, -la extirpación de un pecho por cáncer a su esposa Nancy-, el presidente se ha visto arrastrado por la crisis de Wall Street que pone en peligro el principal éxito de su Presidencia: una prosperidad económica ininterrumpida de 50 meses. Reagan ha sufrido la humillación de la derrota de su candidato al Tribunal Supremo, el polémico y doctrinario juez Bork. El margen de la derrota es el mayor que ha sufrido ningún juez designado para el Supremo en la historia de la República. "Estoy entristecido y disgustado porque el Senado se ha doblegado ante una campaña de presión política", dijo ayer el presidente.
Los ayattollas de Teherán amenazan con arrastrar a la superpotencia norteamericana a una implicación creciente en el avispero del Golfo Pérsico que prometen convertir en un nuevo Vietnam para Reagan. La respuesta bélica propinada por EE UU a Jomeini el pasado lunes no ha sido un elemento disuasor suficiente. El secretario de Estado George Shultz ha fracasado en Oriente Próximo en un nuevo, y último, intento de sentar en una misma mesa a Israel y los países árabes, bajo una conferencia internacional.
Pero ha sido de nuevo Gorbachov, repitiendo la misma jugada de hace un año en Reikiavik, quien ha propinado el golpe más demoledor para la Casa Blanca. Reagan y sus asesores esperaban salvar esta semana de pesadilla con el anuncio de que Shultz regresaba victorioso de Moscú con una fecha para una cumbre, en Washington, a finales de noviembre. Era el necesario balón de oxígeno, para hacer olvidar definitivamente el escándalo Irangate, disipar el fracaso de la política centroamericana y demostrar que este presidente no es un cadáver. Ya había planes para llevar al líder soviético al rancho presidencial de California para mostrarle "como vive un capitalista norteamericano".
La impresión generalizada es que el Kremlin siente que la debilidad de Reagan es tan grande que puede forzarle a mayores concesiones para lograr la cumbre de Washington que, por motivos de propaganda, parece ser más importante para esta Administración que la firma de un acuerdo sobre euromisiles. Éste está practicamente concluido pero ahora quizás tenga que firmarse a nivel de ministros de Asuntos Exteriores.
Salirse del guión
Lo sorprendente es que nadie en Washington contara con que las cosas no iban a salir conforme al guión preparado por la Casa Blanca. Ayer se dijo que Gorbachov ha roto injustificadamente el compromiso formal alcanzado en Washington, en septiembre, por Shultz y Shevardnadze. Anteriormente tampoco se había previsto la fuerza de la oposición al juez Bork ni el desplome de Wall Street que, afortunadamente para el índice Dow Jones, cerró el viernes casi sin enterarse del fiasco de Moscú. La administración de Ronald Reagan, el presidente más anticomunista de la historia de EE UU, está paradójicamente en manos de Mijail Gorbachov y cada semana que pasa esto es más patente, afirman algunos observadores en Washington.
La sorpresa, el estupor y la irritación malamente contenida son las reacciones a la última jugada de Gorbachov el viernes, en Moscú. Pero al igual que hizo hace un año tras Reikiavik, la maquinaria de propaganda de Washington trata de presentar lo ocurrido como un éxito que dará pasos a acuerdos de desnuclearización aún más importantes. En Islandia, en octubre de 1986, Reagan iba preparado a dar los últimos toques a un acuerdo sobre euromisiles para lograr una nueva cumbre. Y Gorbachov elevó dramáticamente la apuesta arrastrando a los norteamericanos a una negociación, para la que no estaban preparados, de práctica desaparición de los arsenales nucleares estratégicos.
O ceden ustedes en la guerra de la galaxias o no hay nada. Reagan, padre de la idea del sistema de defensa espacial (SDI) que concibe como un paraguas impenetrable que cubriría a EE UU de los misiles atómicos, dijo que no y se levantó de la mesa. En el recargado salón Catalina del Kremlin, a primeras horas de la tarde del viernes, Shultz escuchaba estupefacto como Gorbachov pinchaba el bote salvavidas en el que ya estaba práticamente subida la Administración de Reagan con destino a su primer éxito serio en política exterior que salvaría históricamente la presidencia.
"Tuvimos una buena comunicación en la primera reunión con el presidente Reagan en Ginebra, en noviembre de 1985, y buenos objetivos y logros en la segunda, en Reikiavik, La tercera cumbre debe producir logros sustanciales", afirmó Gorbachov, según ha revelado uno de los asistentes. El tratado de euromisiles está prácticamemte a punto pero sólo iré a Washington si se acuerdan elementos claves para reducir los arsenales estratégicos y limitar la SDI.
Por un momento, Shultz alteró su habitual cara de póker y respondió: "no puedo garantizar eso", a lo que Gorbachov dijo: "en ese caso pienso que la clase de cumbre en la que estoy pensando no parece que vaya a salir de esto". Un tratado final sobre reducción de cohetes estratégicos, llegó a decir Gorbachov a Shultz según fuentes americanas, podría firmarse en un cuarto encuentro con Reagan en Moscú, en 1988. Pero primero habrá que negociar el SDI. Y aunque esto parezca ahora muy difícil, nada en política es imposible.
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