_
_
_
_

A pesar de Esquipulas, la guerra sigue

La 'contra' ataca una ruta estratégica en una de las mayores acciones militares desde el verano de 1985

JOSÉ COMAS

Más información
"Ahí te va el sanitario", y me tiraron una bomba

En el kilómetro 177 de la carretera del Rama, Víctor Manuel Conrado, de 48 años, que trabaja de mecánico en el Ministerio de la Reforma Agraria de Managua, se mueve por la cuneta al lado de los restos calcinados de un camión; a su lado está su hijo, un joven de unos 20 años. Conrado busca a su otro hijo, que cumplía el servicio militar y casi con seguridad murió y quedó reducido a cenizas, al ser destruido el camión en que viajaba cuando atacó la contra. Explica que la desaparición de su hijo "es una pérdida que tengo, pues, pero con eso no quiero decir que nos van a destruir la revolución, porque somos muchos los que vamos a caer en pro de la revolución".Para Conrado no puede haber negociación con la contra, porque la sangre de los que han caído no se puede negociar. Es absurdo pensar que aquí tiene que haber una negociación con la contra. "Aquí a la contra lo único que se le tiene que responder es a verga, como están haciendo ellos".

Mientras habla Conrado, dos hombres descienden de una pequeña camioneta y se dedican a husmear entre los restos del camión. Uno de ellos, que ha escuchado las palabras de Conrado, comenta en voz alta: "No hay paz si no se habla con ellos". Como picado por una avispa, Conrado pregunta: .¿Hablaron con ellos cuando mataron a éstos?, no sea cínico". Uno de los hombres de la camioneta intenta replicar, pero Conrado le acusa de defender a los contras. El otro responde con un "yo no lo estoy defendiendo. Sólo dije que no puede haber paz sin hablar con ellos". El hombre se marcha rápidamente ante el cariz de la discusión. Conrado todavía tiene tiempo para anotar el número de matrícula del vehículo.

A unos pocos kilómetros de los restos del camión, al lado mismo de la carretera, se encuentra Santo Tomás, que, según el rótulo a la entrada del pueblo, tiene 13.200 habitantes. Otro rótulo advierte: "La contra se va a joder. Los aplastaremos".

Santo Tomás fue uno de los objetivos de la ofensiva de la contra. Antes había atacado otros tres pueblos. En Santo Tomás comenzó a las 7.30, según la versión del Ministerio de Defensa, y duró hasta la una de la tarde. Algunas casas en Santo Tomás tienen colocadas banderas blancas. Rosario, 24 años y cuatro hijos, explica que con la bandera quiere pedir la paz.

Cuenta Rosario que una niña enfermó de "diarrea, del miedo que le dieron las bombas". Rosario está sola y tiene que mantener a sus hijos, porque "al marido se lo llevaron los milicianos (al servicio militar) hace un mes".

Ahora Rosario y sus hijos viven "de trabajitos que hace mi hermano ahí; trabaja motos, es mecánico y él me ayuda en todo lo que puede". Viven mal, dice Rosario, "porque estando el hombre una no perece en nada y fallándole el hombre una ya no es nada. Hay que dejar a los niños que sufran...". A su lado, una amiga corrobora: "Sufrimos mucho nosotros, ya ves, aguantamos hambre y todo. Aquí estamos aguantando hambre y necesidades. Esta quincena no vino ni arroz, pasamos con tortilla y cuajada. Los niños necesitan comer su arrocito. Aquí estamos en una calamidad". Ninguna de las dos mujeres sabe quién tiene la culpa de lo que ocurre ni si las cosas irían mejor con otro Gobierno. "¿Quién sabe? Aquí el que manda es Dios y después nadie".

A escasos metros de la casa de Rosario, Juan Carlos, un muchacho de 19 años hijo de un ganadero, hace poco que quedó desmovilizado. Lleva una ropa flamante (camisa, playeras y vaqueros) que le ha costado 1.200.000 córdobas (casi 16.000 pesetas al cambio oficial). Para ganar esa cantidad tiene que trabajar 10 meses una recepcionista de hotel en Managua.

Juan Carlos piensa que no hay que dialogar con los contras, sino con el que los manda, Ronald Reagan. Ésta es la tesis que sostiene siempre el Gobierno sandinista. El día del ataque, Juan Carlos cuenta que "también me lancé a la calle y eché mis grititos" para rechazar a la contra.

"No tenemos miedo"

Hacia el mediodía entra en Santo Tomás un convoy militar. Los soldados son muchachos de 16 años, parecen niños que juegan con sus metralletas y los morteros, que exhiben con risas infantiles. La unidad participó en los combates del 15 de octubre. Varios dicen que lo pasaron mal, aunque "no tenemos miedo"; murieron varios compañeros y disparó cada uno "como 700 tiros con el AK. En San Pedro anduvieron jodiendo. Aquí lo quisieron tomar, pero no pudieron; sólo llegaron a la primera calle. Nosotros fuimos a San Pedro, pero cuando acabó todo nos trajeron para acá". Algunos soldados opinan que hay que hablar con la contra porque "hablando se solucionan las cuestiones".

Un grupo de soldados juega en un parque situado delante de la iglesia. Los soldados se columpian en los juegos infantiles ante la mirada de dos oficiales políticos. Una miliciana viene a incautarse del rollo de fotografías del periodista. No le gusta la idea de ver captado al Ejército sandinista en su inocente esparcimiento.

Los oficiales políticos cuentan que tienen la misión de explicar a los soldados lo que es el acuerdo de Esquipulas 2. "Venimos a explicar a la gente de los asentamientos de aquí y a hacer trabajo político con base a los acuerdos de paz y la problemática del campesinado, en qué medida se les puede ayudar".

Parecen convencidos los ofi

A pesar de Equipulas, la guerra sigue

ciales de que "si la contra fuese el problema nuestro ya la guerra se habría terminado. Nuestro problema es estrictamente el imperialismo norteamericano, reflejado en Reagan. El día que el Presidente de los Estados Unidos diga que deja de apoyar a la contra, la contra desaparece, porque no tiene fuerza".Explica el oficial que "ésta es una revolución nueva que se ha encontrado con unos problemas terribles: el bloqueo económico, la situación de los países centroamericanos, la guerra de liberación que dejó el país en la calle en 1978, cuando vinieron los capitalistas y sacaron el dinero y dejaron el país en la miseria. Ésa es nuestra misión: explicar todo eso".

Seguidor de Obando

Una visión opuesta la tiene el párroco de Santo Tomás, "el padre Pedro" (Peter Dabelle), un sacerdote de Nueva York de la orden monfortiana. Tiene 39 años y lleva cinco en Nicaragua. Dabelle se confiesa seguidor del cardenal Miguel Obando y opuesto a la Iglesia popular pro sandinista.

El sacerdote dice que "aquí el Frente Sandinista no tiene tanta fuerza como en Managua. No ha podido organizar a las masas. Aquí dos veces murió el Comité de Defensa Sandinista (CDS) y están en el tercer impulso para fundarlo de nuevo, pero nadie quiere cooperar en estas cosas".

Explica el sacerdote norteamericano que "aquí no han podido movilizar la reserva. Tres veces citaron a los reservistas y tres veces tuvieron que cancelar la cita. Después agarraron a los que trabajan para el Estado, unos 40, y llenaron un camión".

Cuatro kilómetros más allá de Santo Tomás la carretera se interrumpe ante un puente casi destrozado. Al lado de la carretera hay una casita destruida con el tejado de lata ennegrecido y retorcido. Todo ha quedado reducido a cenizas.A la puerta de la casa, cargada hasta los topes, está a punto de marchar una pequeña furgoneta con la familia Zarnora y lo que él salvó de la querna.

El viejo Zamora es alto y rubio con barba de varios días, tiene los ojos enrojecidos por el tanto al abandonar su casa, destrozada por la guerra; su nuera, Marbellí, 24 años y cuatro hijos, lleva un niño sobre su regazo; va isientada al lado de su marido, que conduce la furgoneta.

Explica Marbellí que "aquí se liabían establecido unos militares y cuando la contra vino de inadrugada, como a las 4.30, empezó el tiroteo y nosotros nos vol amos al suelo. Al rato pasó un rriortero por encima de nuestras cabezas. Nos volamos a un guiño, en la quebrada, y estuvimos allí hasta la una, que duró todo".

La joven dice que "es muy triste tener que dejar la casa. Hay que pedir a Dios que todo esto se acabe". Piensa Marbellí que "a ver si se ponen de acuerdo, porque si no no hay paz nunca".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_