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Crítica:DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un vaivén marino

En el polo opuesto del Malraux, el segundo programa que ofreció la compañía de Maurice Béjart estuvo totalmente consagrado a la danza, con ejemplos antiguos y recientes de lo que el coreógrafo francés sabe hacer cuando se concentra en la exploración del movimiento.Las Siete danzas griegas, con música de Teodorakis sobre temas populares griegos, forman parte del homenaje al Mediterráneo que Béjart viene haciendo desde hace algunos años.

Partiendo del ritmo marino y apoyándose en el de las danzas tradicionales griegas, se recrea en un diálogo rítmico que en algunos momentos resulta en una prodigiosa elaboración de movimiento.

La belleza que consigue proyectar está enraizada en la dinámica del baile del grupo y brota del movimiento controlado por el ritmo. La coreografía despliega, por otra parte, a la compañía de una forma como no se la había visto hasta ahora. Si, globalmente, los hombres dan la impresión de tener un nivel técnico y una presencia escénica muy superior a los de las mujeres, se debe a que quizá la facultad más extraordinaria de Béjart como coreógrafo sea su capacidad para manejar, probablemente como ningún otro, el movimiento masculino en toda su fuerza y esplendor.

Maurice Béjart

Ballet de Lausanne.Segundo programa Siete danzas griegas (Béjart Teodorakis), Vida y muerte de una marioneta humana (Béjart / tradicional japonesa), Preludio a la siesta de un fauno (Béjart, / Debussy), Bolero (Béjart Ravel). Palacio de los Deportes, viernes 23 de octubre de 1987.

El programa se cerró con el siempre aclamado Bolero, que, desde 1960, es -junto con la posterior Consagración de la primavera- la pieza de marca de la compañía que ahora tiene su sede en Lausanne.

El derrumbe

Béjart respeta la idea inicial de Bronislava Nijinska -que coreografió la primera versión, en 1928, sobre la partitura encargada a Ravel para la bailarina y actriz rusa Ida Rubinstein- de una mesa central sobre la que se desarrolla el baile, aunque eliminó desde el principio el ambiente de taberna andaluza y basó toda la coreografía, también aquí, en el desarrollo rítmico y la relación de movimiento entre la figura central y el coro de hombres que la rodea abajo. Con los años, Béjart sustituyó a la bailarina (tanto Suzanne Farrell como Maya Plisetskaya tuvieron grandes éxitos con esta obra) por Jorge Donn.Mi impresión es que, por atractivo y magnético que resulte, por no hablar del toque osado que siempre encanta al público de Maurice Béjart, el ballet se ha derrumbado con la transformación, porque la simbología obvia que, junto con el ritmo, lo sostiene -la gran mesa roja central como principio de la vida que, a través de la bailarina, va transmitiéndose a todo el público que la rodea- queda convertida en principio del placer. Y se mire como se mire, esto tiene menos fuerza.

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