La rezagada que ganó la carrera
El caso de Marguerite Yourcenar resulta ser a estas alturas el más emblemático de todos. No es frecuente que un gran escritor triunfe desde el primer momento: lo más normal es que le cueste hacerlo, que tenga que pasar por largos años de trabajo y espera poco comprendidos. Y es también demasiado frecuente que no lleguen a triunfar en vida. En gran medida el escritor que es grande de verdad lo es porque comporta una dosis de novedad y de originalidad que resulta inicialmente poco comprensible para sus contemporáneos. Cervantes no consiguió el éxito hasta casi el final de su vida, cuando publicó el primer volumen de El Quijote. Kafka se murió sin haber publicado más que tres pequeñas colecciones de relatos, ordenando además que fueran quemados todos sus libros y manuscritos.Marguerite Yourcenar tuvo en principio la suerte de no tener que trabajar para vivir, pero empezó a publicar bastante pronto, a finales de los años veinte, pues ni Alexis o El tratado del vano combate, ni El tiro de gracia, ni La nueva Eurídice la sacaron del anonimato. Era conocida en los círculos intelectuales, donde presentaba una figura de experta en el mundo clásico -Píndaro-, amante de la historia, y discípula del gran maestro de la época, André Gide, escritor por otra parte bastante antihistoricista. La guerra la lanzó al exilio en una isla norteamericana de la costa Este, donde residía, en compañía de su traductora y amiga, en una pequeña casita rural. Y fue pasada la sesentena cuando con Opus nigrum obtuvo un premio muy popular en Francia, el Fémina, y empezó a ser conocida del gran público. Antes, sus Memorias de Adriano habían estabilizado su fama. Pero no llegó a ser un auténtico éxito de ventas hasta su entrada en la Academia Francesa a finales de los setenta.
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