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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una confusión que no cesa

Las galas del difunto es un esperpento de Valle, negro como un manchón y sórdido. Caricatura del folletín y del melodrama de su tiempo, todo su artificio está depositado en el lenguaje, en su ironía dura, en la capacidad plástica de la palabra. Gerardo Malla hace de él su propia versión: sitúa la acción en Cádiz, en un decorado blanco de tapia y casas bien enjalbegadas, con trajes coloridos, muy nuevos, y buena luz, y el flamenco de las alegrías y los tanguillos.La compañía, muy numerosa, parece más bien adiestrada para una comedia de los Quintero y pone su acento cerrado sobre el lenguaje de don Ramón, que resulta incomprensible muchas veces y, en todo caso, parece desplazado de la prosodia que parece requerir esa escritura. Hay un problema que se plantea casi siempre que se representa un esperpento, y es el de saber si son el vocablo y la acción literaria los que deben crear el clima y su abultamiento o si el comportamiento de los actores, sus gestos y sus movimientos deben estar también exagerados y ayudar a dar miedo. Gerardo Malla ha optado por esto último.

Las galas del difunto

De Ramón María del Valle-Inclán. Intérpretes: Montse González, Diana Peñalver, Antonio Dechent, Leonel Campos, Saturnino García, Lula Muñoz, Francis García, Jesús Alcaide, Félix Casales, Jesús Ruyman, Teófilo Calle, Fernando Ransanz, Concha Rabal, Luisa Lebrero, Silverio Heredia, Joaquín Lineras. Escenografía y vestuario: Mario Bemedo. Dirección: Gerardo Malla. Festival de Otoño. Centro Cultural de la Villa de Madrid, 9 de octubre.

Él mismo dice, en el programa, que Valle "nos lo dejó difícil", y estima que, si hubiera visto esta versión, "seguro que en parte disculparía algunos de los desafueros que hemos cometido con este su maravilloso esperpento". Por lo que se sabe de su carácter, de sus arranques y de su concepto del teatro, no parece nada segura esa indulgencia.

En todo caso, Gerardo Malla sacó a escena al propio autor -un actor caracterizado cómo- escribiendo y mostrando sus barbas. Estaba allí, como dando su muestra de aprobación y beneplácito, cuando los actores salieron a saludar al público que les aplaudía. Público que no salía de su estupor al ver con cuánta rapidez -algo menos de una hora- se habían esfumado las 800 pesetas que había pagado por butaca.

Algunos no sabían bien si se había terminado: entre el decorado simultáneo -tan confuso-, el acento gaditano o aproximado y el vocabulario y la sintaxis de don Ramón tan poco desbrozados por la interpretación, no sabía bien si aquello había terminado.

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