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Crítica:DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Exito en la transición

Está claro que en el ballet del teatro de la Zarzuela se ha trabajado duro durante los últimos meses. Los músculos están tensados; las cabezas, erguidas, y, más importante aún, las mentes han comprendido algo esencial: el conjunto clásico español puede convertirse pronto en una compañía de primera fila, sin ningún tipo de limitación en cuanto a las ambiciones.Ha habido varios aciertos en esta etapa de transición, en la que ha continuado la renovación de solistas y cuerpos de baile. Quizá el mayor haya sido mantener y profundizar la línea -inaugurada con María de Ávila- de ir introduciendo los clásicos del siglo XIX en el repertorio, a pesar de las amargas experiencias de la temporada pasada, y al mismo tiempo procurar la asimilación sistemática del estilo de Balanchine, cuyo valor pedagógico para una compañía en formación es probablemente insuperable.

Ballet del Teatro Lírico Nacional

Segundo programa: Los cuatro temperamentos (Balanchine / Hindemith), Romanza (Barra / Mendelssohn), Sinfonía india (Duato Chávez), Tema y variaciones (Balanchine / Chaikovski). Director estable: Ray Barra. Orquesta Sinfónica de Madrid. Director: Miguel Roa. Jueves 8 de octubre de 1987.

Prodigio de equilibrio

En este sentido, los dos programas presentados en esta temporada de otoño en la Zarzuela han sido un prodigio de equilibrio y, a la vez, un fortísimo desafío para el grupo: un Petipa festivo y brillante (Raymonda) y el más delicado homenaje al ballet romántico de nuestro siglo (Las sílfides) en el primer programa, y para el segundo, que se estrenó el pasado jueves, dos obras de la gran época (los años cuarenta) balanchiniana.Los cuatro temperamentos, compuesta sobre una partitura encargada a Hindemith por Balanchine, fue un éxito que permitió a la compañía nacional mostrar el considerable dominio del estilo y de la técnica balanchiniana -precisión, velocidad, claridad de movimiento- y, de paso, celebrar la aparición de nuevos y jovencísimos solistas, como Caty Arteaga, que, junto con los ya reconocidos, como Carmen Molina, Ricardo Franco o María Luisa Ramos, y un cuerpo de baile absoluta, mente acoplado consiguieron entusiasmar al público.

Más comprometido -y quizá también menos ensayada-resultó la versión del celebérrimo Tema y variaciones, que constituye el homenaje particular de Balanchine al maestro Petipa y que es algo así como el apogeo de San Petersburgo pasado por un acelerador de partículas. Aquí no caben, como en la pieza anterior, distorsiones deliberadas de la línea clásica ni hay forma de disimular con grandes extensiones una colocación defectuosa; no hay tiempo para corregir las poses ni para preparar los giros ni para acoplarse con el compañero. Todo ha de ser, desde el principio, perfecto, milimetrado, transparente, como en los grandes clásicos, pero a velocidades sobrehumanas y con el riesgo de que un épaulement chapucero comprometa toda la implacable progresión de la obra.

Victoria Simón ha hecho un buen trabajo de montaje y, en conjunto, la compañía salió bien parada del desafío; sin brillantez (otro elemento esencial del Tema), pero bien parada. El cuarteto de solistas femeninas, excelente. Y la pareja estelar, Arantxa Argüelles y Antonio Castilla, quizá lo más decepcionante de la noche. La Argüelles, más que la bailarina superdotada que cautivó al público a los 12 años, parecía ahora una adolescente enfurruñada, aunque, por supuesto, competente, como si por alguna razón le aburriera bailar. Castilla, como todos, acusó la presión de las exigencias técnicas y nervios. Todo ello, superable en sucesivas representaciones.

Finalmente, hay que señalar la excelente acogida del ballet que la estrella de Netherland Dans Theatre, el joven valenciano Nacho Duato, ha montado sobre una partitura del compositor mexicano Carlos Chávez.

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