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Ni compromisos ni vanguardias

En el último número de la revista Livres de France, en un reportaje sobre la actualidad de, la narrativa española en Francia, aparecen los nombres de nuestros novelistas que han sido recientemente traducidos al francés, o que van a serlo próximamente.La lista, empezando por el vacío llenado con La Regenta, es bastante impresionante. En los últimos tiempos han aparecido traducidos en Francia libros de Félix de Azúa, Cristina Fernández Cubas, Juan Gil-Albert, Álvaro Pombo, Javier Tomeo y Manuel Vázquez Montalbán; se anuncian, como de inminente aparición, otros de Juan Luis Cebrián, Adelaida García Morales, Javier Marías, Martínez de Pisón, Eduardo Mendoza y Soledad Puértolas, y están en curso de traducción otros de Juan Benet y Alejandro Gándara.

Otra editorial se propone lanzar de golpe cinco títulos de Gonzalo Torrente Ballester. Desde el fracaso de la ofensiva sociorrealista de los años sesenta no se daba en Francia una expectación parecida en tomo a la novela española.

A ver qué pasa

En el lanzamiento de los sesenta, donde jugó un importante papel de animador Juan Goytisolo, y que se nucleó en torno a la editorial Gallimard, prevalecían las razones políticas, de lucha contra el franquismo.

Tal vez por ello fracasó, pues los malos libros arrastraron en su derrumbe a los buenos. Acaso por ello, Gallimard ha dejado de jugar un papel central en la penetración de autores españoles en Francia, escaldado por aquel fracaso. De hecho, uno de los asesores rechazaba la obra de Juan Benet en los años setenta con esta frase: "Para eso ya tenemos a Claude Simon".

Lo cierto es que Gallimard no tenía a Simon, que publica en Editions de Minuit, y tampoco podían sospechar que 15 años después el escritor de Perpignan obtendría el Premio Nobel. Gajes del oficio.

Tampoco Juan Benet es Claude Simon, aunque ambos coincidan en ser herederos de Faulkner.

En esta nueva ofensiva de la narrativa española en Francia -y en otros países; he citado el caso francés por ser el que más directamente conozco las razones políticas no existen más allá del agradable telón de fondo que proporciona la consolidación democrática española.

Las razones más aparentes son las literarias, aunque muy dispersas, dada la variedad de estilos y calidades entre los nombres citados. Las fundamentales, desde luego, son las comerciales, pues los editores franceses confían en vender bien estos libros.

Y es que si se buscase el motivo que pudiera fundamentar esta fe empresarial habría que aducir qué la novela española actual, lejos ya de todo compromiso, vanguardia o experimentación, intenta como sea -otra cosa es que lo consiga- ser divertida.

Intenta mal que bien contar historias, huir de toda complejidad, ser clara, sencilla y transparente; se dota de la mayor cantidad de humor, y para huir de la acusación de superficialidad no le queda más remedio que cargarse de algunos contenidos intelectuales. A ver qué pasa.

Literatura ligera

La acusación de literatura light ha hecho fortuna, a pesar de que sus protagonistas la rechazan con indignación.

Nadie podrá calificar de ligeros los productos de Alejandro Gándara, que cada vez se complejiza más, ni de Juan Benet, desde luego: por eso aparecen en Éditions de Minuit.

Pero lo cierto es que Félix de Azúa se ve traducido -tras tres novelas experimentales y otra histórica- por la quinta, que es crítica, humorística y perfectamente subjetiva; que Vázquez Montalbán triunfa sobre todo con Pepe Carvalho, -aunque sea el menos ligero de todos que Pombo le echa humor a raudales a sus proezas intelectuales y amorosas; que Tomeo delira retorciendo lo grotesco y que las aventuras desenfrenadas del Belver Yin, de Ferrero, se leían con la sonrisa en los labios, mientras acongoja la tragedia de Opium. Y que hasta el gran Eduardo Mendoza, entre su primera y cuarta novelas -que dicen que son las buenas- se divirtió jugando con lo policiaco en la segunda y la tercera.

¿Tendría razón Juan Benet cuando hablaba de la moda del pan y chocolate?

El primer Premio de la Crítica de la democracia fue precisamente para La verdad sobre el caso Savolta, de Mendoza, aparecida en la primavera anterior al fallecimiento, del general Franco.

Era la primera novela de la transición, desde luego, aunque después vendrían las novelas políticas -que fracasaron, salvo el caso de Vizcaíno Casas, lo que se llama el tiro por la culata-; el estallido sexual, ya más calmado a Eros gracias, las novelas de mujeres impetuosas y comprometidas, los ensayos de narración histórica el triunfo de la novela negra, que no cesa.

Ha habido grandes esfuerzos por resucitar la vanguardia y la experimentación, que ni siquiera el relativo éxito de Larva ha podido soportar.

El último Premio de la Crítica fue para La fuente de la edad, de Luis Mateo Díez, que sucedía a La orilla oscura, del también leonés José María Merino.

Estamos en un Estado de autonomías, desde luego. Su mayor enemigo -el de Mateo Díez- fue Javier García Sánchez, que ya se ha colocado en la fila de salida.

Murió Miguel Espinosa, y este verano el generoso Raúl Ruiz. Miguel Sánchez Ostiz y Antonio Muñoz Molina también se sitúan cuidadosamente. Hasta en Cataluña triunfa el humor, desgarrado en Monzó y perfilado en Puig.

Libertad y elección

En el último Premio Nacional la discusión se centró entre Mateo Díez, Eduardo Mendoza, con La ciudad de los prodigios y Sánchez Ferlosio con El testimonio de Yarfoz, un fragmento mal comprendido.

Se lo llevó el tercero en discordia y está bien, pues hubiera podido ser otro. ¿Caos, desorden, primacía del mercado, superficialidad, ligereza, rechazo del riesgo o falta de ambición?

Hay de todo, desde luego, pero también nombres que son todo lo contrario: y hay libertad, habilidad técnica y humor, y al fin y al cabo se puede elegir, que es de lo que se trata.

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