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Ella, la primera y la única, no se equivocó

Hace unos minutos acabo de enterarme del fallecimiento de Victoria Kent. Me ha impresionado profundamente. Es para todos los demócratas una pérdida irreparable y, en especial, para Instituciones Penitenciarias, donde a pesar de sus largos años de ausencia, sólo interrumpida cuando visitó nuestro país, ha estado presente en el pensamiento de los que hemos luchado siempre por una reforma y mejora de nuestros centros penitenciarios, tarea por lo demás nunca acabada.Es curioso observar cómo en el pasado siglo y en el presente han sido dos mujeres las que dieron un vuelco a las prisiones españolas. Concepción Arenal y Victoria Kent, personas ambas de una gran sensibilidad. La primera fue visitadora de prisiones, la segunda, la primera y única, hasta el presente, directora general.

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Victoria Kent murió en Nueva York a los 90 años

Fue una mujer llena de ideas, algunas de ellas consideradas revolucionarias para su tiempo, los años 30, en un período de nuestra historia, la primera mitad de esa década, que se caracterizó por las muchas ideas que bullían en los mejores pensadores y políticos de nuestro país, para tratar de que España fuera un país moderno equiparable a los más avanzados de la época.

Durante la segunda república, se construyeron numerosos establecimientos penitenciarios que respondían a una nueva filosofía, diseñados durante la etapa de Victoria Kent que, desgraciadamente, no desempeñó el cargo todo el tiempo que hubiera sido deseable. Era sin duda consciente de que un país mide su talante democrático, entre otras cosas, por el trato que reciben los detenidos y presos. Lástima que la semilla por ella sembrada fuera pisoteada brutalmente por el franquismo poco después, recuperándose la esperanza de llevar a la práctica sus ideas muchísimos años más tarde. Su pensamiento está sin duda reflejado en la actual legislación penitenciaria, primera con rango de orgánica que aprobaron nuestras Cortes Generales después de la Constitución.

Respeto a los reclusos

El principio de legalidad que no ha de detenerse ante el muro de las prisiones y el respeto a las personas privadas de libertad, sujetos de obligaciones pero también de derechos, encuentran hoy respuesta en nuestra legislación, como ella deseaba.

Habiéndose transformado radicalmente hoy la delincuencia, muy diferente cierto es a la de hace cincuenta años, no deben sin embargo olvidarse jamás esos principios por quienes son funcionarios del Estado, aún comprendiendo muchas veces las dificultades para llevar a cabo su cometido.

Nunca olvidó Victoria Kent que la mayoría de las gentes que habitan en las prisiones, proceden del mundo de la marginación. Tal vez tenía presente el texto de un mural de una prisión madrileña del pasado siglo -durante el cual primaba el "enchufismo" incluso en el interior de las cárceles, no del todo desparecido hoy en día aunque se haya ganado mucho terreno en este sentido-, y que recordaba hace unos años en un libro Díaz Nosty: "En este sitio maldito, donde reina la tristeza, no se castiga el delito, se castiga la pobreza". Ella deseó terminar con las desigualdades.

La huella que dejan personas como Victoria Kent son siempre imperecederas. Ella no pudo concluir su reforma. En realidad nunca se acabará, pues mientras existan un sólo establecimiento penitenciario, la reforma será constante y permanente. Sí dejó claro cuál es el camino a seguir, recorrido ya en varios kilómetros, pero quedando todavía muchos para poder alcanzar la meta. Hay que continuar su esfuerzo. Que es el mejor homenaje que podemos rendirle.

Por mi parte, sólo añadir que junto a muchas amarguras, tuve grandes satisfacciones, entre otras, desempeñar el mismo puesto que ocupó Victoria Kent. Diré que, tras estar durante muchos años arrinconado en los sotános del Ministerio de Justicia, un bellísimo busto de la Kent, se recuperó con el transcurso de los años y se encontraba cuando llegué, en el despacho de quien hoy es directora general de otro ramo. Yo lo "hurté" y lo llevé a mi despacho, que siempre estuvo presidido por su rostro, sin que nunca le faltara una rosa a su lado. No sé si con acierto, posiblemente no, pero siempre traté de inspirarme en ella. Yo sé que ella no se equivocó.

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