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Crítica:35º FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Calidad y caridad

Se hace hoy poco buen cine en el mundo. De ahí que los grandes festivales internacionales, los mismos que hace 10, 20 y 30 años solían presentar en cada edición un considerable número de películas de gran altura, en la actualidad encuentren muchas dificultades para arañar de la producción y exhibir en sus pantallas una o, con suerte, dos obras equiparables a aquellas que, en mejores tiempos que este, se ofrecían casi a puñados.

Esto es lo que ha ocurrido este año en los festivales de Berlín, Cannes y Venecia que, sobre todo los dos últimos, son los que se llevan la parte del león en la producción cinematográfica mundial.

El festival de San Sebastián no podía ser una excepción a esta desdichada norma. De la quincena de películas presentadas en el concurso de esta edición del festival donostiarra, tan solo tres de ellas -a mi juicio por este orden de prioridades: la belga Amor loco, que es excelente de principo a final, la yugoslava La estrategia de la urraca, que es excelente, a ráfagas, y la británica Temporada alta, que es en general buena y que tiene dentro destellos de talento- estuvieron a la altura de la llamada a un festival de estas caracteristicas.

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De ellas, sólo dos, Temporada alta y Amor loco, en el lugar secundario de las Conchas de Plata y en el premio a la mejor dirección, respectivamente, figuran en la lista oficial de premios del jurado de San Sebastián.

Es posible que ese sea el lugar que realmente les corresponde, pero a condición de que el primer lugar, el de la Concha de Oro, hubiera quedado desierto y no, como ha ocurrido, concedido a una película como Boda en Galilea, inferior a ellas de manera tan grave e incluso tan chocante, que hace para esta decisión del jurado un hueco en el reino del buen disparate.

Hay quienes aquí han hablado, comentando esta decisión del jurado, de delirio. Pero considerar gente dormida a siete personas que han mostrado continuamente en su obra poseer una mirada de ojos bien abiertos y que no necesitan probar a nadie sus conocimientos del cine, no deja de ser otro disparate aún mayor.

En realidad, no hay nada delirante en la concesión de este premio a Boda en Galilea, sino que por el contrario hay en él cierta lógica: se ha premiado a una candorosa película palestina, no evidentemente por ser candorosa, sino por ser palestina. Con un simple guiño de paternalismo político, todo queda en orden y el supuesto delirio se convierte sin más en un gesto de inesperada coherencia. Lo malo de esta coherencia es que convierte a un festival de cine en una institución benéfica, y que en ella se confunde la calidad con la caridad.

Poner en la picota a películas del Tercer Mundo es una actitud que deja buen sabor de boca a las gentes de izquierda del Primer Mundo, pero este paladeo no deja de ser nada más que un honorable e ineficaz gesto y, qué remedio, una amable y benevolente caricia a los lobos del fantasma del malestar ajeno, convertido una vez más en coartada del bienestar propio.

Islotes cómplices

El principal perjudicado por este gesto bienintencionado y paternal del jurado es el propio Festival de Cine de San Sebastián, que lanzó anoche al mundo la noticia del encumbramiento de una película que el mundo no va a ver, mas que en pequeños islotes cómplices y cuantitativamente insignificantes. Y no va a verla, no porque se trate de una película palestina que cuente algunas de las costumbres y de la vida cotidiana de un pueblo trágico y sojuzgado, sino porque lamentablemente no es una buena película. Tampoco es mala: es simplemente una obra inocua, anodina, y nada más. En el pasado festival de Cannes se concedió un premio de consolación a un filme de origen todavía más humilde y dramático que este: La luz, del cineasta malinés Suleiman Tisse. Es una película llena de intensidad, de rareza, de originalidad y ahora mismo está dando paso a paso la vuelta al planeta, porque en él las gentes que acuden a las butacas de los cines buscarán y encontrarán su belleza, no su simple procedencia. No es éste, a mi juicio, el caso de la película palestina premiada en San Sebastián: no reúne la hermosura suficiente para crear un público y esto la condena irremisiblemente a ser contemplada únicamente por razones extracinentográficas.

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