Las últimas guerras de Reagan
DESDE QUE Javier Pérez de Cuéllar abandonó la zona con las manos vacías, las hostilidades han reaparecido en los frentes de combate entre Irak e Irán, que se han bombardeado mutuamente, y han aumentado los ataques de los dos países contra barcos en el golfo Pérsico. Estados Unidos ha respondido disparando contra una lancha iraní que supuestamente colocaba minas. Y el presidente Ronald Reagan ha amenazado, en su discurso ante la Asamblea General de la ONU, con medidas de retorsión si Irán no acepta inmediatamente la resolución 598 del Consejo de Seguridad: esto es, la apertura de una tregua -que comporta la libre navegación por el Golfo- y de negociaciones de paz. Lo cual supondría para Irán la pérdida de su baza política, que es que antes de nada se declare a Irak nación agresora y se le apliquen las sanciones correspondientes.Reagan sigue insistiendo en su tesis de la culpabilidad soviética en esa como en otras zonas candentes del mundo. No es un discurso de guerrero frío, como los de sus años anteriores; pero opina que la actitud soviética no está clara en el golfo Pérsico, recuerda que sus tropas no se han retirado de Afganistán y la acusa, en fin, de lo que ocurre en Nicaragua.
El solo nombre de este país le exalta cada vez que habla en público, y el discurso de la ONU fue más vivo y apasionado contra ese país que con cualquier otro tema. Está claro que quiere dejar en su legado como presidente, para la historia y para la crónica menor, su paso adelante en la paz general y la conversión de Nicaragua a su propio orden y a su idea de democracia. La descripción de la miseria del pueblo nicaragúense la alternó con la de las nuevas clases del partido viviendo regiamente... La idea de lo que es una democracia encontró una descripción más bien extraña: una de las formas de llegar a ella, que queda consagrada por primera vez con este discurso, es la economía sumergida, aludiendo al ejemplo de Perú, donde los pobres pueden ser empresarios negros, o trabajar para éstos, con lo cual son menos pobres y los ricos resultan menos ricos. Es, en efecto, una vuelta a lo que se llamó el liberalismo salvaje, o la lucha de todos contra todos: el ejemplo del libre mercado llevado al extremo porque "es el único camino para el desarrollo y la libertad", y porque el derecho al desarrollo incluye "el derecho a la propiedad, a comprar y vender libremente, a no ser sometido a demasiados impuestos, regulaciones o a un Gobierno excesivo". Es posible que en su declarado apoyo a la glasnost soviética haya una esperanza de la conversión definitiva de la Unión Soviética. Hay, en efecto, en la URSS una latente economía sumergida y un trabajo negro, como hay un esbozo de otras libertades en las que se va perdiendo un poco de la clandestinidad y del miedo a la amenaza, pero no parece que el país sea capaz de resolver por esa vía sus dilemas actuales, al menos en los próximos años. No parece ni siquiera que Estados Unidos vaya a volver al capitalismo salvaje anterior a Roosevelt, que terminó con la crisis de 1929 y una serie de secuelas de ella que condujeron a la II Guerra Mundial. Reagan ha llegado más lejos que otros presidentes republicanos anteriores en el camino de borrar las huellas de Roosevelt, pero ha tenido que detenerse ante los imposibles.
Hay que medir cuál es el alcance del discurso de Reagan en la coyuntura, en su testamento y en su deseo de salvar la cara ante los conservadores que le han hecho y le han escoltado durante la presidencia, y lo que pertenece a la capacidad de acción de un presidente de Estados Unidos en el final de su mandato. Una acción directa en el Golfo es más posible ahora, y gracias precisamente a que la URSS no tiene interés en reaccionar contra ella -ni siquiera en que se mantenga el régimen de Irán, cuyos integristas amenazan la estabilidad en las repúblicas soviéticas de origen islámico-, pero es dudoso que se vaya más allá del embargo de armas: un compromiso armado tendría resultados imprevisibles. Es dudoso también que Reagan pueda cortar la hierba bajo los pies de las negociaciones de paz en Guatemala sobre Nicaragua, que es una esperanza internacional, acrecentando la ayuda a la contra. Reagan atraviesa un momento de debilidad que ha hecho menos creíbles sus palabras dentro de su propio país, y es posible que, aunque quisiera terminar su mandato con un golpe de efecto, no le sea permitido por miedo a resultados adversos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Contra nicaragüense
- Resoluciones ONU
- Ronald Reagan
- Opinión
- Misiones internacionales
- URSS
- Revolución Sandinista
- Guerra Irán-Irak
- Nicaragua
- Golfo pérsico
- Bloques políticos
- Centroamérica
- Revoluciones
- Bloques internacionales
- Guerrillas
- Estados Unidos
- Política exterior
- Conflictos políticos
- ONU
- Partidos políticos
- Defensa
- Asia
- Historia contemporánea
- Guerra
- Oriente próximo