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Carriles hacia la cumbre

Una extraña expectación rodea esta semana el encuentro que tendrá lugar en Washington entre el secretario de Estado, George Shultz, y su homólogo soviético, Edvard Shevardnadze. Habiéndose superado los últimos obstáculos para la concreción final del acuerdo soviético-estadounidense sobre el desmantelamiento de los misiles de corto y medio alcance (opción doble cero), ambos ministros deberán fijar la fecha y el lugar de la cumbre entre Reagan y Gorbachov. Después de la reunión que los dos mandatarios mantuvieran en Ginebra en 1985, el presidente de Estados Unidos invitó al líder soviético a que fuera a Washington, comprometiéndose a devolverle la visita en Moscú al año siguiente. Empero, este proyecto de cumbres en serie tropezaría con la dificultad de elaborar tratados que justificaran tan espectaculares desplazamientos. El breve encuentro mantenido en terreno neutral -Reikiavik- en octubre de 1986 no sería suficiente para aproximar las posiciones de Reagan y Gorbachov.El gran giro -desde este punto de vista- se produjo los días 25 y 26 de agosto pasado, cuando los dos dirigentes, a través de mensajes por separado, declararon hallarse dispuestos a firmar el acuerdo sobre la opción doble cero. Para Gorbachov, que predica la novoïe mychlanié (nueva mentalidad) en lo referente a las relaciones internacionales, la supresión de estos dos tipos de misiles constituye el primer paso hacia un más amplio desarme. Para Reagan, dicho tratado ("que se halla al alcance de la mano") es simplemente histórico. Entonces, ¿qué es lo que impide a ambos líderes concertar un encuentro? Y ¿por qué los expertos -que apuestan por una cumbre antes de fin de año prevén grandes dificultades a la hora del encuentro Shultz-Shevardnadze, llegando incluso a dudar de la disponibilidad de Mijail Gorbachov para trasladarse a Washington?

A lo largo de los dos años transcurridos a partir de la reunión de Ginebra, Ronald Reagan y Mijail Gorbachov tuvieron en sus respectivos ámbitos interiores muy diferentes avatares. Los alegatos del líder soviético en pro de una nueva mentalidad en los asuntos internacionales no habrían encontrado gran eco en Occidente si no hubiera emprendido en su propio país una reconstrucción que él califica de "revolucionaria". Según el académico ZaslavskaYa, la URSS de hoy se asemeja un piso en obras, más bien incómodo para quienes lo habitan pero que en un futuro llegará a convertirse en algo grandioso. Para la realización de los trabajos acometidos deben movilizarse todos los recursos, lo que implica no solamente una severa reducción de los gastos militares, sino también una mejor integración de la economía soviética en el mercado mundial, y asimismo la creación de empresas mixtas con participación de capitales foráneos y, en una etapa posterior, la cotización del rublo en los mercados de divisas. Dentro de algunos años, incluso antes de fin de siglo, será más fácil hacer negocios con los soviéticos que con los estadounidenses, alemanes, japoneses o franceses. Dentro de un contexto semejante, cae por su propio. peso que el tradicional temor de los occidentales hacia la "amenaza soviética" resultará obsoleto, que habrá sido superado por los acontecimientos. Ciertamente, la gran apuesta de Gorbachov no está ganada de antemano, y es perfectamente legítimo pensar que no podrá ganarla más que parcialmente. El director de la revista Time, Strub Talbot, en una tribuna libre del semanario soviético Ogoniok, resume esta necesidad en una sola frase: "La nueva mentalidad preconizada por Mijail Gorbachov no puede permanecer como una carretera de sentido único". Empero, y para disipar las ilusiones de los lectores soviéticos, precisa además que será el próximo presidente de Estados Unidos quien podrá inaugurar el segundo carril.

Y no se trata de una voz aislada: los grandes tenores del Partido Demócrata, desde Edward Kennedy a Gary Hart, hicieron público a partir de sus recientes viajes a Moscú que, después de las presidenciales de 1988, su país responderá al desafío pacífico lanzado por Gorbachov con iniciativas susceptibles de transformar la hasta ayer rivalidad con la Unión Soviética en una partnership (sociedad). Mario Cuorno, que en octubre viajará al Kremlin, también mostró sus cartas al afirmar, con ocasión de un coloquio EEUU-URSS que se celebrará en el Estado de Nueva York, que muy pronto el desarme permitirá liberar los recursos indispensables para la ayuda a los países en vías de desarrollo. La nueva mentalidad de Gorbachov interesa asimismo a los republicanos moderados que participan en los innumerables coloquios organizados, con la colaboración de soviéticos, en las más importantes universidades estadounidenses. Al parecer, la amplitud de tales intercambios sobrepasa con mucho todo lo conocido hasta el momento. Pero mientras se espera a ese próximo presidente, la ironía de la historia quiere que Ronald Reagan tenga necesidad -para salvar su presidencia, comprometida por el rangate- de firmar un acuerdo con el nuevo líder del imperio del mal. Es su única oportunidad de "tener un lugar en la historia", y el calendario no le deja mucho tiempo si pretende que dicho acuerdo sea ratificado en la última sesión del Congreso -antes de las elecciones presidenciales del otoño de 1988-De repente, y para así evitar la acusación de blandura que le hacen sus amigos del ala neoconservadora republicana, él se ve en la obligación de compensar cada concesión habida en las negociaciones con los soviéticos mediante unos muy agresivos discursos que otrora no habrían proporcionado precisamente a Mijail Gorbachov el arrojo para trasladarse a Washington.

Nada ilustra mejor esta contradictoria actitud que el reciente episodio relativo al control' que seguiría al desmantelamiento de los misiles, de ahí en adelante prohibidos: en Ginebra los negociadores estadounidenses solicitaron en un primer momento poder inspeccionar las fábricas soviéticas susceptibles de producir misiles ocultamente; y hete aquí, ante la general sorpresa, que los soviéticos, tradicionalmente hostiles a este género de controles, no ofrecieron demasiadas dificultades al respecto. Por el contrario, la intelligence community de Estados Unidos pondría en conocimiento de la Casa Blanca a este propósito que no era cuestión de abrir las puertas de todas las fábricas de armamento estadounidense a los inspectores soviéticos; en consecuencia, el presidente Reagan tuvo que jugar a la baja con sus exigencias, requiriendo únicamente inspecciones selectivas que verificarían las violaciones del tratado constatadas ya por otros medios. Un sistema semejante presupone, obviamente, cierto grado de confianza entre los signatarios del acuerdo; empero y entre tanto, Reagan, en su discurso del 26 de agosto en Los Ángeles, según el New York Times, se habría dedicado, por el contrario, a demostrar que "la amargura de su hostilidad y de su desconfianza hacia los soviéticos permanece intacta".

Hasta ahora las dos cumbres entre Reagan y Gorbachov han sido especialmente provechosas para este último. Un recien te sondeo de la Oficina de Información de Estados Unidos (USIS) pone de manifiesto que en casi todos los países de la Europa occidental el líder soviético es considerado, respecto del presidente norteamericano, como el principal artífice de la paz. No obstante, enfrentarse a Reagan en su terreno, Washington, será para aquél más difícil que lo fuera en Ginebra o Reikiavik. También podemos imaginar que Gorbachov encuentre paradójico asegurar, mediante su personal intervención, un lugar en la historia a su implacable adversario cuando dentro de poco más o menos un año parece seguro que en Washington encontraría un interlocutor mucho más comprensivo. Por otra parte, el acuerdo sobre los euromisiles no es más que un premio de consolación que Reagan le ofrece después de haber rechazado todos y cada uno de los compromisos sobre su proyecto sobre la Iniciativa de Defensa Estratégica -SDI- (guerra de las galaxias), impidiendo de tal modo la reducción de la mitad de los arsenales estratégicos tanto estadounidenses como soviéticos. Así pues, y tomando como base la proposición que Gorbachov hiciera el 15 de enero de 1986, pensamos que de ella debería arrancar el capítulo de esta larga marcha hacia un mundo sin armas nucleares.

Sinsabores

No es la primera vez que Moscú debe tomar sus decisiones teniendo en cuenta los imponderables de la política interior estadounidense. En general, los politólogos consideran el reaganismo como un período atípico que ya toca a su fin, puesto que Estados Unidos es habitualmente gobernado por un centro con desplazamientos menos marcados tanto hacia la izquierda como a la derecha. Pero a pesar de los sinsabores de Reagan en estos últimos años de mandato, su paso por el poder no ha dejado de tener consecuencias en la sociedad norteamericana, habiendo reforzado el poderío del complejo económico-militar y haciendo del mismo la locomotora del crecimiento económico. Los mismos soviéticos, en su polémica con el actual gobernante de Washington, no cesan de afirmar que un cambio en la orientación internacional de Estados Unidos no puede dejar de verse acompañada de una perestroika más vasta en la vida de ese país. Así las cosas, viajando a Washington ahora y abrillantando con ello los blasones de Reagan ¿no se arriesga Mijail Gorbachov a llevar agua al molino de quienes prefieren continuar dejándose llevar por el impulso adquirido en estos últimos ocho años?

Se comprende, pues, que Mijail Gorbachov, a pesar de sostener que se encuentra dispuesto a firmar con Reagan el tratado sobre la doble opción cero, "a partir de mañana por la mañana", dude y quiera ganar tiempo, o por lo menos no dar un excesivamente luminoso resplandor a la cumbre que se prepara. A menos que se sienta seguro de convencer a los estadounidenses, durante un recorrido de 10 días por Estados Unidos, a la manera de Jruchov, que su nueva mentalidad ofrece a Occidente una inesperada ocasión histórica para poner fin a 40 años de inútil guerra fría.

Traducción: Alberto Vieyra.

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