La fiesta del preservativo
EL PRESERVATIVO ha salido de su oscura y vergonzosa existencia de siglos y aparece ahora como un elemento básico de la vida cotidiana. Hay rastros de que algo parecido, y un poco rudimentario, se utilizaba ya en el siglo XVI como de fensa ante el crecimiento de las enfermedades sexuales -la sífilis se difundió por Europa en ese siglo; algunos creen que la importaron de América los hombres de Colón-; en el XVIII, el higienista británico Condom le dio su nombre -que aquí ha llegado como condón- y su otro uso: la prevención voluntaria de la natalidad.A lo largo de la historia ha sufrido alzas y bajas. Le combatieron, en primer lugar, los natalistas y, por tanto, los religiosos, que llegaron a transigir con el invento del japonés doctor Ogino -temperatura basal, días fértiles-, pero nada más; los grandes eróticos, que han mantenido siempre que va contra la sensibilidad, que empobrece el acto sexual y el derrame libre del licor de la vida; luego, la abundancia de los otros métodos anticonceptivos, al mismo tiempo que la desaparición de la sífilis y otras enfermedades venéreas.
Ahora, la plaga del SIDA, que le ha sacado de su decadencia, le ha lanzado a la popularidad. Es evidente que el síndrome se debe prevenir además por otras varias profilaxis, por lo cual la tímida campaña del Ministerio de Sanidad en televisión es equívoca y hasta peligrosa, al reducirlo a la relación hombre-mujer y al no combatir directamente el pánico social por los falsos contagios. Pero, de todas formas, el preservativo es esencial. Y es el idolillo de este verano.
En las fiestas populares se está repartiendo gratis. En las de San Sebastián se describen pintorescas y cómicas utilidades de la goma -para transportar el agua, para hacer un torniquete en caso de accidente-, y esto le da un carácter festivo y desdramatiza su uso. Ha desaparecido el tabú de la palabra condón, que estaba relegada a las gentes soeces y era un término prostibulario. Está en los escaparates de la farmacia, en las clases de sexualidad para niños, en las máquinas de distribución automática, en la publicidad, en las informaciones de los periódicos -incluso los que fueron hipócritas y pudorosos en la era recién terminada- y de la televisión. A veces se utilizan todavía eufemismos o se muestra con metáforas -como la del paraguas de plástico del anuncio oficial español- para "no herir sensibilidades". Pero nada detiene su uso y su popularización crecientes.
Todo acto lingüístico es también una consagración de costumbres. La popularización de las palabras condón y preservativo, y la diftisión de su imagen y su explicación, supone una aceptación de la sexualidad libre; incluso por parte de los retrógrados, no ya como el disfrute de una revolución humana, sino como un mal menor. El hecho de que los condones sean festejados en el verano de 1987 por las mismas personas que celebran festividades religiosas supone un paso en el proceso de secularización social y una derrota de la hipocresía y el oscurantismo. El preservativo fue instrumento de una lucha contra el terror antiguo, y otro terror nuevo ha producido su gran expansión y su entrada en lo cotidiano. Hasta nueva orden: hasta que otras profilaxis y otras batallas ganadas contra la enfermedad la destierren de nuevo.
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