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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un plan de paz interesado

EL PLAN de Contadora para resolver el conflicto centroamericano sobre Nicaragua es, probablemente, la iniciativa política con más apostillas, enmiendas, notas al pie y, en definitiva, proyectos paralelos de la historia diplomática contemporánea. El hecho de que todos esos intentos, de los que el último es el plan de paz norteamericano dado a conocer en la víspera de la cumbre de Guatemala, encuentren su origen en Washington es suficientemente significativo de lo que preocupa a la Administración de Reagan que pueda llegarse a un acuerdo en la zona no totalmente del gusto de su diplomacia.Los presidentes de los países centroamericanos discuten en la capital guatemalteca el plan Arias, que toma su nombre del primer magistrado costarricense, superpuesto en su día a los acuerdos de Contadora. Este plan, surgido nada casualmente en un momento en que podía haberse encontrado una solución genuinamente centroamericana al problema, se vio a su vez modificado por la diplomacia del presidente guatemalteco, Vinicio Cerezo, en un sentido mucho menos exigente para Managua. Ulteriormente, la aportación de los puntos de vista hondureños vino a constituir una especie de acotación al plan costarricense, bajo la más que probable inspiración de Washington. Finalmente, pese a tanto tachón y borradura en las iniciativas de paz, fue posible persuadir al presidente nicaragüense, Daniel Ortega, de que asistiera a la cumbre comenzada ayer, conocida como Esquipulas 2 porque es continuación de un primer encuentro celebrado en 1986 en la localidad guatemalteca de aquel nombre.En esta situación se produce el anuncio del plan de paz norteamericano con la intención de tapar la actual cumbre cuando ésta se dispone a discutir un borrador escapado en alguna medida al control de Washington. Por añadidura, el plan del Departamento de Estado está lo bastante, bien pergeñado como para crear grandes problemas a la diplomacia nicaragüense, y sobre todo para vender a la opinión pública norteamericana una eventual reanudación del apoyo económico y militar a la contra antisandinista.

Lo básico del plan de Washington es el ofrecimiento de negociaciones directas con Managua, como ésta pedía, para discutir un plan de reformas democráticas con el compromiso de elecciones libres a cambio del fin del apoyo a la guerrilla y de cualquier tipo de injerencia futura en los asuntos nicaragüenses. Sin embargo, tan excelentes propósitos se encuentran rodeados de dos enormes notas del editor. Managua debe negociar primero un alto el fuego con la contra y comenzar a poner en práctica el plan norteamericano antes del 30 de septiembre. De un lado, está claro que avenirse a tratar con la guerrilla sería para Nicaragua reconocer un cierto tipo de derrota militar, que es todo lo contrario de lo que ha ocurrido en el campo de batalla, y legitimar no a una oposición democrática, como pretende Estados Unidos, sino a una amalgama de fuerzas en las que figuran prominentemente los soldados de la derrocada dictadura somocista; de otro, el plazo para aceptar lo que equivale a un virtual desmantelamiento del régimen, aunque perfectamente negociable si en Managua de verdad se aspira a un ordenamiento democrático, es ridículamente limitado.La reacción de Ortega ante el anuncio ha sido hábil al tomar el rábano por las hojas y aceptar de la propuesta lo que le convenía: la celebración de negociaciones directas, pero añadiendo que éstas deben celebrarse sin condiciones. De esa forma ha devuelto la pelota a campo norteamericano, obligando al secretario de Estado George Shultz a declinar esa oportunidad. Lo esencial, en cualquier caso, de la iniciativa norteamericana no es lo que Esquipulas haga o deje de hacer con ella, sino la impresión que cause en la opinión pública y la clase política de Estados Unidos. Si rechazar la invitación de Washington equivale ante esa opinión a demostrar que el sandinismo es un marxismo irrecuperable, Reagan habrá dado un paso para conseguir que el Congreso acepte la continuación de la presión militar sobre Managua. Para eso sirven a veces los planes de paz interesados.

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