Desde Disney con terror
La producción del largometraje de dibujos animados Blancanieves y los siete enanitos (Snow white and the seven dwarfs) había comenzado cuatro años antes del estreno y accedido, en un momento dado, a un caos de gastos y retrasos. Fue entonces, según la leyenda del cine, cuando Walt Disney pronunció una frase, referida a la situación presupuestaria, cuyo sentido cambiaría a la luz del futuro. Recurriendo a la ironía para describir la problemática económica de la producción, Disney habría comentado que debería cambiarse el título de Blancanieves por el de Frankenstein. Y algo así, bajo distinta perspectiva y con otro significado, pensaron luego muchos espectadores. En su día se atribuyó a Nelson Rockefeller la afirmación de que se había debido tapizar de nuevo las butacas de la sala neoyorquina donde se proyectaba el filme porque a menudo quedaban mojadas a causa del terror padecido por los niños. Walt Disney salió al paso de acusaciones tales, frecuentes por lo demás en relación a su obra, con la teoría de que él no creaba en función de los niños, sino de los adultos; en definitiva, el público mayoritario aunque se tratara de dibujos animados. Y, efectivamente, cuesta trabajo reducir Blancanieves y los siete enanitos a un producto para la infancia. Pese a que los menores de edad pudieran extasiarse (y aterrorizarse, por supuesto) ante las imágenes y el sonido del filme, múltiples elementos de éste aparecían proyectados más allá de sus presumibles mentalidades y sensibilidades. El motivo no sólo radicaba en los personales designios de Disney, sino también en las actitudes artísticas de su variopinto equipo de colaboradores, compuesto de mentes muy capaces e imaginativas y poco dispuestas a frenar su ebullición creadora. Si Disney podía tener relativamente en cuenta la repercusión de Blancanieves en el público infantil, parece claro que los Tytla, Babbitt, Kimball, Natwick, Culhane y otros genios del estudio se hallaban más bien decididos a hacer caso omiso de aquel condicionante.
Shamus Culhane, el animador de la marcha de los enanitos, cuenta en su reciente autobiografía, Talking animals and other people (Animales parlantes y demás gente), que hubo un momento, durante el largo período de producción de Blancanieves, en que una especie de extravagante histeria colectiva indujo a los dibujantes a inundar el estudio de ilustraciones donde los personajes del filme se libraban a toda clase de actividades sexuales. La anécdota resulta particularmente significativa, sobre todo si se considera el aluvión de parodias eróticas que más tarde caería en torno al largometraje disne yano, como si éste hubiese nacido en un clima de extrema inocencia y candor.
Nada más lejos de la realidad. Carente por completo de ingenuidad, propicia a más de una y de dos lecturas, Blancanieves y los siete enanitos fue en 1937 y es aún hoy una obra donde convergen inteligencia, inventiva e incluso malicia por los cuatro costados. Sus aspectos terroríficos responden a las voluntades de sus creadores, quienes potenciaron al máximo (y ello engloba a lo puramente técnico) las secuencias destiñadas a estremecer al espectador; bajo tal punto de vista, Blancanieves y los siete enanitos pertenece al mundo del terror fantástico, y si en razón a ello se juzgó o se juzga inadecuada para los niños, la cuestión revierte en un problema ajeno a la bondad estética del filme.
Pero resulta evidente que Blancanieves participa también de otros géneros. En su construcción domina con frecuencia la estrategia del musical, según una táctica empleada profusamente por Disney a partir de sus cortometrajes para la serie Silly symhonies. Y cuanto sostiene materialmente el relato se halla en la comedia, brindada y realzada por esos excepcionales enanos a los que el crítico e historiador Mike Barrier atribuía la razón del interés que el público pudiera sentir por los avatares de la protagonista: los espectadores estaban pendientes de lo que le sucediese a Blancanieves tan sólo porque ella también preocupaba, y en grado sumo, a los enanitos.
Ub Iwerks, cocreador de Mickey Mouse, declaró en 1967 que ya no era viable. económicamente la producción de un filme como Blancanieves. Y añadió que, de todos modos, lo más difícil sería hallar entonces el talento y el entusiasmo que antaño lo hicieron posible.
Cuando los genios silbaban alegremente al ir a trabajar en el cultivo de los géneros.
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