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Las audiencias del 'Irangate' hacen de North un héroe

Francisco G. Basterra

Cuatro largas jornadas de drama político televisado en directo han convertido al teniente coronel Oliver North, el principal protagonista del Irangate, en un héroe nacional, en un nuevo general McArthur. El jueves, este oficial, fiel servidor de la política de Ronald Reagan, se asomó a un balcón del Senado, acompañado de su mujer, en un gesto sin precedentes, para recibir los vítores de sus partidarios congregados ante el Congreso. Ha habido que habilitar una habitación, contigua al Caucus Room, donde se celebran las audiencias, para depositar los ramos de flores enviados al testigo más famoso de la historia de EE UU.

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Algunas personas han llegado a ofrecer cheques para pagar su defensa a los porteros del Congreso. Esta imagen positiva de North no ha sido aparentemente rota por su admisión de haber mentido al Congreso y falsificado documentos oficiales, o crear un aparato privado paralelo de gobierno para realizar operaciones encubiertas, acciones en principio que no cabe esperar de un héroe.El anuncio, ayer, de que terroristas extranjeros han llegado a Washington con el objetivo de asesinar a North, información que "es tomada muy en serio por la policía", que ayer reforzó las medidas de seguridad en el Congreso, aumenta las simpatías por North y añade dramatismo a su testimonio.

Oliver North explicó ayer ante los comités de investigación del Congreso, sin pestañear, cómo en la mañana del sábado 22 de noviembre de 1986 destruyó documentos comprometedores en su despacho ante las mismas narices de tres abogados enviados por el ministro de Justicia, Edwin Meese, para abrir una investigación oficial sobre el desvío de fondos a la contra nicaragüense procedentes de la venta de armas a Jomeini. "Ellos hacían su misión y yo la mía", proteger al presidente y a una operación encubierta, dijo fríamente el testigo. Esta revelación, de ser cierta, arroja nuevas dudas sobre la diligencia de Meese, muy malparado por el testimonio de North, en los primeros días de la investigación del escándalo ordenada por el presidente.

North, enfrentado a 26 congresistas, los más brillantes del Parlamento, y a los mejores abogados del país, ha conseguido transmitir la imagen del hombre traicionado por los políticos que le utilizaron y ahora quieren dejarle solo como único responsable.

No es el villano que muchos habían creído antes de iniciarse su testimonio público, y esta impresión, probablemente falsa, de víctima inocente está logrando la simpatía de la América profunda, tradicionalmente simbolizada en los ciudadanos de Peoria (Illinois) pegados al televisor.

Ha sido la televisión la culpable de este engrandecimiento electrónico de North. Los americanos, afirman los comunicólogos, no están escuchando lo que dice el testigo, sino que obtienen su impresión y forman sus opiniones con la imagen que proyecta. Esta idea no cambia con la lectura de los periódicos a la mañana siguiente.

Un militar patriota

Un militar de limpia ejecutoria, patriota, el chico bueno con cara de ángel, al que acompaña su modosa esposa, Betsy, perfecto símbolo de la americana media de una ciudad pequeña, que sólo actuó cumpliendo órdenes y para evitar que Nicaragua se convierta en un nuevo Vietnam.

Cuatro días de testimonio han servido para demostrar que North no era el incontrolado que actuaba sin dirección. Había un plan, ideado por el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), William Casey -lástima que ya haya sido enterrado- que aparece como el verdadero promotor del Irangate, para hacer de Ollie North el chivo expia torio de la doble operación encubierta.

North explicó al Congreso: "Yo iba a ser la patata caliente que se iba a dejar caer, la cabeza a cortar, era algo que acepté desde el principio". Pero este teniente coronel, que declaró que nunca discutía una orden del presidente o de sus superiores, limitándose siempre a cuadrarse y a obedecer, dijo también que se trataba de la responsabilidad política y que no pensaba aparecer como un primo: "Fui la persona más sorprendida en el planeta Tierra cuando me enteré que yo era el único sujeto a una investigación criminal y que alguien pensaba que yo podía haber cometido un crimen".

Aquí comienza la rebelión del disciplinado oficial, que, por debajo de Ronald Reagan, al que está protegiendo cuidadosamente, está implicando en el encubrimiento del escándalo a los secretarios de Estado y de Defensa, Shultz y Weinberger; "su oposición a la operación iraní no era tan grande como luego han dicho" al ministro de Justicia y a tres consejeros de Seguridad Nacional.

Su testimonio esta semana resulta muy perjudicial para la Administración y no ha despejado las dudas, debido sobre todo a la implicación de Casey, el principal confidente y amigo del presidente en el Gabinete, sobre qué sabía Ronald Reagan del desvío de fondos a los contra.

La Casa Blanca, que ha tenido que admitir que el presidente sí está siguiendo la declaración de North por televisión, en contra de lo que dijo al principio de semana, está preocupada por la declaración, la semana próxima, del almirante John Poindexter. Este ex consejero de Seguridad Nacional era el superior inmediato de North, a quien éste dirigía sus informes solicitando la aprobación presidencial.

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