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CITA EN LA CIUDAD DE LOS CANALES

Los 'siete grandes' analizan en Venecia el futuro del mundo

Francisco G. Basterra

Los dirigentes de las siete principales democracias, lo que Ronald Reagan llama el "mundo libre", se reunirán a partir de mañana en la biblioteca de un monasterio benedictino del siglo XVII, con miradores sobre la laguna de Venecia, a la búsqueda de soluciones para impedir una crisis económica global, y, lo que es más importante, de un liderazgo perdido que hasta ahora ejercía, sin ninguna duda, el presidente de Estados Unidos. La cumbre se abrirá esta anoche con una fastuosa cena en el impresionante palacio Corner.La Venecia que se hunde en la laguna, bajo el persistente efecto de los residuos químicos, un decorado de sueño para Hollywood, es un marco adecuado para el ocaso de la presidencia de Ronald Reagan.

El presidente norteamericano, del que más del 70% de sus ciudadanos cree que miente sobre el Irangate, y que ha perdido el control político en Washington a manos de un Congreso dominado por los demócratas, llega a Europa como un líder herido y en declive.

Líderes renqueantes

Lourdes hubiera sido más apropiado que Venecia, "el cliché más bello del mundo", según el escritor americano Gore Vidal, para acoger la 13ª cumbre económica de los siete jefes de Estado y de Gobierno de Estados Unidos, Japón, la RFA, Francia, el Reino Unido, Italia y Canadá. Con la excepción de Margaret Thatcher, la verdadera heredera de un reaganismo que se agota al otro lado del Atlántico, los otros seis son unos líderes renqueantes y cuya permanencia política no está asegurada.

Esta debilidad y la falta de defensas ante los problemas mundiales coincide con la amenaza del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), que los siete grandes discutirán estos días en Venecia, como un peligro no sólo sanitario, sino también político, social y económico para Occidente y la estabilidad de los países menos desarrollados.

Italia, inmersa en un período electoral, ha acogido a la cumbre sin Gobierno. El primer ministro japonés Yastihiro Nakasone, a quien Reagan llama Yasu, no es capaz de sacar adelante una reforma económica interna y se retirará en octubre. En Francia, la presidencia estará en juego dentro de un año y el presidente François Mitterrand y su primer ministro, Jacques Chirac, comparten la conducción del país en una difícil cohabitación ideológica. El canciller alemán, Helmut Kohl, sólo a trancas y barrancas ha sacado adelante una posición común sobre los euromisiles. Y en Canadá, Brian Mulroney, otro reaganista, se ha convertido en el dirigente más impopular de los últimos tiempos. Pero este desgaste de los dirigentes no sería excesivamente grave si no se uniera a la decadencia de la presidencia de Reagan, aunque no todo es achacable a la debilidad del viejo actor de Hollywood.

Estados Unidos llega a Venecia como el principal deudor del mundo, 200.000 millones de dólares (casi igual que la deuda externa de Brasil y México juntos), incapaz de reducir su déficit presupuestario, y con su papel de número uno de la economía mundial, indiscutido hasta ahora, cada vez más cuestionable o al menos compartido con un poder emergente como Japón.

Hace sólo un año, en la cumbre de Tokio, el presidente norteamericano era el líder indiscutible, marcando el camino a los aliados e imponiendo, sin problemas, sus recetas económicas y políticas.

En La URSS, Mijail Gorbachov le ofreció en bandeja, en esos mismos días, un ejemplo de que el sistema soviético seguía anquilosado sin superar la era Breznev. Los nuevos líderes del Kremlin tardaban 48 horas en anunciar al mundo la explosión en la central nuclear de Chernobil. Pero desde entonces, Gorbachov ha puesto en marcha una sugestiva política de apertura y reforma, y ha adoptado nuevas iniciativas en materia de reducción de armamentos, que ha colocado a Occidente y a su líder, EE UU, a la defensiva.

Encuestas publicadas en la RFA y en el Reino Unido reflejan que la opinión pública europea tiene una opinión más favorable de Gorbachov que de Reagan y estima que el dirigente del Kremlin está haciendo más por la paz que el ocupante de la Casa Blanca.

Pensar sobre Gorbachov

Funcionarios norteamericanos dijeron aquí que los líderes de los siete grandes dedicarán una parte importante de su tiempo a reflexionar sobre lo que significa Gorbachov, evaluar lo que está haciendo, prever qué va a ocurrir en la Unión Soviética y cómo afectará a las negociaciones Este-Oeste.

Washington ya ha decidido que hay que negociar con el nuevo régimen de Moscú y se ha agarrado como a un clavo ardiendo a la oferta soviética de la opción supercero (la práctica elímmación de los misiles nucleares en Europa de alcance de 500 a 5.000 kilómetros). La firma de un tratado entre las dos superpotencias, esite otoño, en el curso de una cumbre en Washington, es ya prácticamente un hecho que los estrategas de la Casa Blanca ven como la salvación histórica de la presidencia Reagan tras la catástrofe de política exterior del Irangate.

Los países europeos, la RFA el último, a regañadientes otros y todos presionados por sus opiniones públicas y por la certidumbre de que Washington estaba dispuesto a ir adelante, han pasado por el aro de lo que es un evidente principio de desnuclearización del viejo continente, confrontado a un desequilibrio en armamento convencional y a un inevitable aumento del gasto militar.

Pero Reagan quería una respuesta rápida y la va a obtener estos días en Venecia y, más formalmente, el jueves próximo, en la reunión de ministros de Asuntos Exteriores de la OTAN en Reikiavik.

Esta convergencia aliada es lo que puede sacar de las cuerdas en las que se encuentra, a nivel de apreciación internacional, al presidente norteamericano y salvar de la nada a este seminario de lujo de Venecia.

Armado con esta demostración de "fírmeza y unidad" de la Alianza -la misma que, en un nuevo reflejo del desorden interno de la Administración americana, el jefe, del Pentágono, Caspar Weinberger, ha denunciado que está "amenazada desde dentro"-, Reagan volverá a tratar de retomar la bandera de "líder del mundo libre".

"Los aliados necesitan y quieren sentir el liderazgo de EE UU", asegurá Shultz antes del comienzo de la cumbre. Pero los problemas internos persiguen a Reagan hasta este museo viviente, cabeza de un antiguo imperio marítimo, basado también en la libre empresa tan querida al presidente.

En Washington, los Abranis y Hakim siguen implicando al presidente en el Irangate y, aquí, los aliados van a querer saber por qué ha dimitido Paul Volcker, el presidente de la Reserva Federal, garantía de racionalidad y estabilidad en la economía norteamericana, cuáles son las consecuencias sobre el dólar, la inflación o los gigantescos déficit americanos.

Los portavoces de la Casa Blanca insisten en que el Irangate no le quita el sueño al presidente (de hecho, su popularidad, aunque los americanos no le creen, ha subido por encima del 50%). Instalado en Villa Condulmer, la casa de un mercader veneciano del siglo XIII, en una cama de dos por dos metros, construida a propósito para los Reagan cuando visitaron Portugal en 1985, y que se apolillaba en un almacén de Lisboa, se limita a leer resúmenes diarios de un folio sobre las audiencias del Congreso en las que se está juzgando políticamente a su presidencia. También ve a diario los vídeos de los telediarios de las tres grandes cadenas americanas.

Optimismo histórico

El fiasco de política exterior de la venta de armas a Irán y el desvío de fondos a la contra nicaraguense "no arroja una sombra sobre la presencia de Reagan en Europa", afirma Marlin Fitzwater, portavoz presidencial.

Este mismo optimismo histórico le ha llevado a asegurar en Venecia al consejero de Seguridad Nacional, Frank Carlucci, que le "sorprendería que este tema ftiera suscitado en la reunión. No es un gran asunto fuera de nuestras fronteras, particularmente en Europa".

Horas antes del comienzo de la cumbre, que se prolongará hasta el miércoles por la tarde, existe la impresión de que ni Estados Unidos ni ninguno del resto de los países reunidos aquí pueden ejercer el liderazgo necesario para afrontar los problemas del último cuarto de siglo. Hay una incredulidad sobre su capacidad de poner en práctica las declaraciones que firmarán solemnemente aquí.

La realidad es que las economías occidentales han revisado a la baja su crecimiento para este año de un 2,5% a un 2% (Alan Greenspan, el recién designado presidente de la Reserva Federal, ya predice una recesión en Estados Unidos en 1989).

La contracción del comercio mundial es un hecho, lo mismo que la amenaza del proteccionismo. Es patente la incapacidad política para encontrar soluciones a la deuda del Tercer Mundo (los bancos norteamericanos ya han mostrado su desconfianza por las vías políticas y comienzan a contabilizarlas como incobrables).

Un año más, como en Tokio, en 1986, o Bonn, en 1985, la expectativa es que la buena conciencia de Occidente será salvada por un largo y tedioso comunicado final, lleno de declaraciones de principios y buenas intenciones.

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