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Todos para uno...

Si a los que luchaban contra el régimen de Franco se les descalificaba como antipatriotas, al ser el dictador la genuina representación de la patria, hoy se reproduce lamentablemente el esquema en la generalidad de los partidos, con unas u otras variantes, y las críticas parciales o sectoriales a la línea de la dirección o a la política de su gobierno llevan inexorablemente aparejadas el epíteto facilón y grosero de "antipartido", pues el partido no es ya el multipensante y libre colectivo, sino que es, al final, como el misterio teológico, "uno en persona y en imagen trino".Ello es una consecuencia más, entre las muchas y muy curiosas características, del fenómeno de la personalización política, del que se puede y se debe hablar claramente, llámese bonapartismo, cesarismo, estalinismo, etcétera, en la generalidad de las organizaciones. Es el reflejo del arraigo de la máxima "el Partido soy yo" o el de la concepción totalizadora, de la que cuesta muy poco esfuerzo ascender al Estado y llegar a la nación con idéntica perspectiva de apropiación personal.

Pedir reflexión a los variados holdings politicos de ejecutivas, cargos públicos sobre esta per versión, se ha convertido en ab surdo o imposible. La soberbia, el más pleno convencimiento del permanente acierto, el espíritu competitivo del "nosotros somos los mejores", el dogma idea-fuerza de "fuera de nosotros todo es error", la coletilla de "frente a lo que proponemos o hacemos no hay otra alterna tiva", no son el campo más pro picio para una reflexión mínimamente objetiva.

Hay que insistir, sin embargo, en incitar la reflexión colectiva en cada casa y por todos en igualdad de trato, y ésta debe empezar, aunque ello exija para algunos un titánico esfuerzo, por no confundir el éxito de la carrera política personal de algunos ni la coyuntural victoria electoral, con lo que es propiamente el triunfo de una idea, de un proyecto, de un programa, en su realidad profundamente transformadora, salvo que la siempre presente tendencia a la totalización nos venza de nuevo.

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Cercano está el ejemplo de quien alcanzó bien joven una brillante carrera militar y colocó su biografía, apoyado en una sangrienta guerra civil, en el correspondiente apartado de la misma para responder sólo ante ésta y ante el especial Dios al que invocaba, mas su fracaso político evidente también está ahí, pues si el objetivo era político y no personal, y, según se decía, tenía por objeto la pretendida reconstrucción moral y ética de un país y de su convivencia, lo cierto es que gobernó aplastando los derechos humanos y pisoteando la dignidad de una gran parte de los ciudadanos, persiguiendo la democracia, en' suma, enterrando la libertad y la dignidad de aquella parte de su pueblo contraria a su sectaria dictadura, que no todos sufrieron por igual.

Una prestigiosa carrera personal y un éxito electoral, bien plausibles y meritorios ambos, hay que medirlos asociadamente con los auténticos éxitos políticos, con los avances políticos en las conquistas y en las reformas que marcan los hitos del progreso de los pueblos.

Hemos de hacer justicia al reconocer que sólo la foto de Pablo Iglesias, las siglas del primer partido obrero, el recuerdo anidado en la memoria popular de su actitud histórica y de su honradez, hoy puesta por algunas conductas en entredicho, su tradicional actitud empecinadamente democrática, el ejemplo de sus hombres, sus bien anticipadas relaciones con la Europa democrática y la confianza popular de que siempre gozó eran ya un buen patrimonio político y enganche electoral suficiente y bastante, que habría que ser un necio para dilapidarlo y para con ese abanico de ventajas no conseguir merecer la confianza. de la ciudadanía Para despertar la ilusión y esperanza de un auténtico cambio, de un anhelo transformador, en unas contiendas en las que además se comparecía carente de una oposición consistente y creíble.

Hay que ver qué se ha hecho políticamente con todo ese patrimonio colectivo o si se trataba solamente de un reto personal. Ha de buscarse el real balance político y se tiene que reconocer que no es todo tan irreprochable y tan bueno visto tanto a la luz del pensamiento como de la historia y de los objetivos del socialismo democrático, y que la realidad está pidiendo a gritos cambiar, corregir, ante las advertencias que estos días se ofrecen, y precisamente reorientándose en la línea de recuperación de la dirección con la que se arrancó, para retomar el verdadero rumbo de la transformación social.

El socialismo tiene en su seno la suficiente riqueza de pensamiento para no tener que hundirse en el reduccionismo, de interpretar la transición política en clave de simple cambio de régimen y el cambio como simple relevo de Gobierno, y puede y debe dejar claro que en muchos de sus comprometidos luchadores pervive un pensamiento socialista, y bien moderno, por cierto, que nada tiene que ver con el liberal-populismo, y que muchos de ellos aún mantienen como objetivo gradual y firme una acción política realmente transformadora, que no es el simple remedo que se nos ofrece como única alternativa posible de una gestión tecnoarbitrista. En los socialistas alienta una concepción del sistema democrático realmente participativo que no es la de una democracia delegada y corregida, estabulada más que estabilizada, que a algunos tanto gusta ahora defender como la más eficaz y cómoda.

El socialismo fue, ha sido y debería seguir siendo bastante más importante que aquellas personalidades de ayer y de hoy con las que se le identifica o totaliza según conviene, y por ello tiene que mostrar y demostrar diariamente su imagen de seriedad democrática, de colectivo político, de austeridad, honradez, ética, responsabilidad, imaginación y autocrítica, en suma, todo lo que no se refleja hoy, lamentablemente, en la imagen que por cooptados líderes se está dando, en las versiones más que personalistas de su quehacer, que lógicamente son la negación del socialismo bien entendido.

Hay que ser socialistas, se gritó desaforadamente en aquel congreso de apoteósico final, y vista hoy la invitación en la lejanía, lo que al parecer se quería decir era "dejad el caduco marxismo y que el culto a la personalidad sea nuestra guía".

Haciendo honesta y seriamente este debate y esta reflexión, veremos cómo analizamos, desde un socialismo actual, realista, reformista y gradualista, la hiriente política armamentista y de sumisión, que no de paz y defensa, que condiciona la política interior de los pueblos, y cómo valoramos la realidad de la política económica de privilegio que se transforma en la favorecida concentración del capital y en la pretención sistemática de los trabajadores, y que no sólo ha debilitado en todos los países la capacidad económica de las capas populares, sino más gravemente aún, la realidad organizativa y social de la clase obrera, fundamento esencial de todo proyecto socialista. Entenderemos así la insatisfacción ante la política de continuismo cultural-educativo, que refuerza lo que es de verdad una auténtica superideología, en el sentido más peyorativo, la de la derecha tradicional y conservadora, para así desvelar a qué intereses bien parciales sirve la institucionalización de lo político, que nos devuelve a esquemas arcaicos y más aparenciales y formales que realmente democráticos, igualitarios y libres.

Sería muy grave que, por no hacer un pequeño balance, dijéramos un día: ¡qué gran ocasión perdida! para el progreso real de todos nuestros ciudadanos, aunque el éxito personal y la nueva situación alcanzada por algunos les haya hecho creer que todas las cosas han cambiado, porque para ellos sí es verdad que han cambiado, pero no para el bien de todos, lo cual es otra vez la confirmación de la permanente vertiente del fenómeno totalizador de quienes creen que, además de ser muy romántica, es impecablemente política la teoría de los mosqueteros: todos para uno, uno para todos.

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