Una idea genial
Se me acaba de ocurrir una idea muy buena y original que podría dar para una serie televisiva. Así que, sin pensármelo dos veces, puesto que EL PAÍS se lee en casi todo el mundo, he decidido escribir con la tal vez ingenua, esperanza de que esta carta, si es que se publica, llegue a la vista de algún jefazo de la, televisión soviética -por supuesto, no esperaría ningún derecho de autor-. Bien, la acción se desarrollaría allá por el año 1997, en una URSS ruinosa habitada por pobres diablos abúlicos e insolidarios que han olvidado los viejos ideales de la patria socialista. Es un imperio resquebrajado, dividido, en parte gracias a ciertas maléficas emisiones radiofónicas en onda corta que no cesan de incitar a la población a la insurrección. En Georgia, Armenia, Estonia, Letonia y Lituania operan organizaciones independentistas; así como en las repúblicas asiáticas de mayoría musulmana, donde surgen con gran fervor movimientos integristas cuyos miembros -unos bandidos medievales- son considerados por el Pentágono combatientes por la libertad.Por si todo esto fuera poco, las arcas soviéticas están exangües debido a la agresiva política armamentista yanqui, que obliga a los gobernantes soviéticos -unos viejetes candorosos a la par que encantadores- a dejarse llevar al huerto por el secretario de Defensa norteamericano -un malvado y astuto mormón-, que redacta y amaña un tratado de desarme abusivo.
En esta deprimente situación se produce la invasión norteamericana, que desde cuatro puntos (Alaska, Pakistán, Finlandia y Turquía) penetra sin encontrar resistencia. Las operaciones están dirigidas por un general ítaloamericano con pinta de border line, rechoncho, musculoso y afíciónado a los deportes violentos y viriles como el bóxeo, el tiro al blanco y echar pulsos, quien se entiende con una bellísima rusa blanca -en la vida real podría ser nieta de alguna lumbrera literaria del realismo socialista-. En los episodios siguientes, y por aquello de que, por lo visto, los defectos propios se ocultan mejor realzando los ajenos, podría aludirse a tópicos tan trillados como los de las colas, los sanatorios mentales o los gulágs. Algunos ejemplos: varios años después de la ocupación un francotirador psicópata siembra el terror en las calles de Leningrado, disparando indiscriminadarnente a cuantas personas se le ponen a tiro; Samarkanda se ha convertido en un inmenso lupanar lleno de enormes anuncios publicitarios, hamburgueserías, colgados de crack, desharrapados ... ; asociaciones de vecinos de Omsk, Gorki y Moscú deciden proponer que fotos de niños desaparecidos, secuestrados por maniacos o mafiosos que los utilizan para hacer pornografía pederasta aparezcan en las botellas de vodka; se instaura un sistema democratoide bipartidista: cada cuatro o cinco veranos el 40% o el 50% del censo electoral -hay mucha abstención- decide si votar al Partido de la Propiedad (PP) o al Partido Progresista de la Propiedad (PPP); el Bolshoi se convierte en una decadente compañía de danza contemporánea; comienzan a aparecer vulgares trepas disfrazados de místicos que se
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dedican a alienar con discursos demenciales a millones de analfabetos funcionales, entontecidos por las falacias expandidas por la casta y el emporio militares y por seriales televisivos tan repugnantes como truculentos... En fin, con todo esto, hábilmente hilvanado, de manera que no sea un verdadero coñazo, habría material para tres o cuatro episodios que podrían venderse, endilgarse, a televisiones de países hermanos para que así, además de los ciudadanos soviéticos, pudieran sufrir los húngaros, vietnamitas, checos, cubanos...
Y como crearía polémica, y todo lo polémico suele resultar comercial, el producto también podría colocarse en televisiones de países de eso que llaman mundo libre, merced a su supuesto interés sociológico. ¿A que sería un negocio redondo?- Rafael Cerrillo.
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