_
_
_
_
Tribuna:FENÓMENOS DE LA POSMODERNIDAD / 4
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Arquitectura, urbanidad y parodia

La arquitectura moderna perdió su protagonismo en los años ochenta para dejar paso a una nueva tendencia que quiere recuperar la historia y la memoria, el simbolismo y la metáfora. Es la posmodernidad, un movimiento de resistencia que incorpora la voluntad comunicativa del pop, la capacidad evocadora de la tradición, el pluralismo, la tolerancia y el humor, frente a una arquitectura moderna dogmática, elitista y puritana. Ésta es una de las versiones que analiza el autor, para quien "lo heroico, se ha transformado en irónico y la pasión ha dado lugar a la parodia". Asegura que la arquitectura que viene no está en los tableros, sino en el cine.

Existe un retrato ominoso de la arquitectura posmoderna. En él figuran Robert Venturi elogiando el kitsch capitalista de Las Vegas, Aldo Rossi defendiendo el academicismo burocrático de la avenida de Stalin en Berlín oriental o Leon Krier valorando positivamente la arquitectura nazi de Albert Speer y lamentando que no hubiera sido Werner von Braun el que pasara 20 años en Spandau. El retrato asocia la posmodernidad a coyunturas sociales tan diversas en su naturaleza como coincidentes en la amplitud del rechazo que generan. ¿Cuáles fueron los polvos que trajeron estos Iodos?Después de la II Guerra Mundial, el Museum of Modern Art y las corporaciones impusieron la arquitectura moderna en América; en 1956, Nikita Jruschov la estableció en la URSS, a golpe de consigna, como parte de ,su programa de renovación. Sin embargo, el predominio de la arquitectura moderna en Estados Unidos y la Unión Soviética se resquebrajó en los años setenta y sucumbió en los ochenta. Hoy, el arquitecto más imitado de América, y el más asiduo de la Casa Blanca, es un posmoderno, Michael Graves, cuya obra se encuentra a medio camino entre la estética de videoclip de Miami Vice, el sarcasmo superreal de Krazy Kat y los modelos pastel de Nancy Reagan.

Los soviéticos estuvieron entre los primeros en traducir el texto fundamental de Charles Jencks, el crítico que acuñó el movimiento con El lenguaje de la arquitectura posmoderna, lo que permitió a los profesionales de la era de Breznev recuperar sin mala conciencia la arquitectura monumental y enfática de la época de Stalin. Según esta interpretación, los dos imperios y sus zonas de influencia se encuentran sumidos en una larga noche neo-conservadora y posmoderna:, sólo el Irangate y la perestroika ofrecen una luz de esperanza (moderna) al final del túnel.

Versión rosada

No obstante, junto a esta visión sombría, existe una versión risueña y luminosa de la posmodernidad. Frente a una arquitectura moderna dogmática, elitista, puritana y totalitaria, la posmoderna surge como un movimiento de resistencia que incorpora la voluntad comunicativa del pop, la capacidad evocadora de la tradición, las convenciones tranquilizadoras del clasicismo, el pluralismo, la tolerancia y el humor. Tras la modernidad amnésica y hermética, la nueva tendencia quiere recuperar la historia y la memoria, el ornamento y el color, el simbolismo y la metáfora. Del prohibicionismo a la pernúsividad: tal es el itinerario gozoso que describe la interpretación rosada de la cultura posmoderna. Pues bien, ambos retratos son verídicos y compatibles entre sí.

En nuestro país, la posmodernidad arquitectónica posee también ese rostro bifronte. Por un lado, los jóvenes esteticistas cultivan la amistad de los, viejos académicos conservadores, remedan el monumentalismo del franquismo de la posguerra y admiran los pastiches folclóricos de la arquitectura de Regiones Devastadas. Por otro, una nueva sensibilidad reclama respeto hacia la imagen tradicional de la ciudad, las huellas de la historia y las convenciones comunicativas que permiten a los usuarios reconocer y apropiarse de la arquitectura, asuntos todos ellos displicentemente menospreciados por una modernidad prepotente.

Esta doble alma de la posmodernidad parece ser ignorada por los filósofos que por diferentes motivos han hecho en estos últimos tiempos a la arquitectura, objeto de su reflexión. Los viejos defensores del proyecto incompleto. de la modernidad, como Jorgen Habermas, han clamado apocalípticamente contra los historicismos antimodernos emblemáticamente representados por la famosa Bienal de Venecia de 1980. Pero sus truenos contra la falsa normatividad de la historia burguesa desconocen el componente irónico de las alusiones históricas de la arquitectura posmoderna, y, desde luego, para un lego filosófico, pocas imágenes pueden ser más expresivas del diálogo universal y las representaciones de intereses compatibles que el repertorio de fachadas en la Strada Novissima de la Bienal.

En el otro extremo del espectro, alineado con los que Haber -mas califica de jóvenes conservadores -Foucault, Derrida-, Jean-François Lyotard se ha convertido en el ideólogo oficial del posmodernismo. Después de decretar la muerte de las metanarrativas modernas (las grandes ideas del progleso o la emancipación de la humanidad), Lyotard describe una sensibilidad posmoderna basada en la fragmentación, el rechazo de los conceptos generales y la apología de la diferencia. Sin embargo, su nihilismo pose structuralista le lleva a la defensa de un experimentalismo vanguardista perfectamente alejado de la recuperación de la tradición que es inseparable de la experiencia posmoderna.

A fin de cuentas, resulta bastante desalentador comprobar lo mal que conocen la arquitectura los filósofos; aunque habría que añadir que, contemplados desde la otra orilla, los resultados de este diálogo interdisciplinar no son mucho más estimulantes. Los arquitectos entendieron el estructuralismo como la expre sión enfática de las mallas es tructurales en el edificio, y ahora entienden la deconstucción como alternativamente, el aspecto ruinoso o la fragmentación compositiva. En fin, habría que reproducir la lectura que hace Peter Eisenman de Foucault y de sus heterotopías para comprender hasta dónde puede llegar la audacia analógica dejos profesionales de la forma.

Quizá uno de los pocos críticos de la cultura que entienden de arquitectura sea Umberto Eco; su obra, en todo caso, es, sin duda, una de las más lúcidas interpretaciones de la posmodernidad. Eco es agudamente consciente de la pérdida contemporánea de la inocencia, que condiciona y determina la sensibilidad posmoderna, manifiesta especialmente en el uso. de formas tradicionales sometidas a distorsiones irónicas.

Dimensión paródica

Podemos construir un edificio clásico, pero es imposible ignorar que la cultura que hizo posible el clasicismo ha desaparecido para siempre, y la arquitectura expresará esa distancia escéptica a través del guiño al espectador: los capiteles de acero inoxidable en la Piazza d'Italia, de Moore; las volutas jónicas hipertrofiadas de Venturi; el pórtico dórico, enterrado en la Nueu Staatsgajerie de Stirling; los órdenes gigantes metafísicos de Rossi, o las barandillas neorrealistas en el proyecto de Grassi para el teatro romano de Sagunto poseen todos ellos una misma dimensión paródica.

El cambio de material, la distorsión de la escala, la manipulación de la forma o la introducción de elementos discordantes constituyen mecanismos distanciadores, que permiten recuperar temas tradicionales sin experimentar rubor. Lo heroico se ha transformado en irónico, y la pasión ha dado lugar a la parodia.

Para algunos, el movimiento posmoderno es una militante cruzada antimoderna, conducida con la misma voluntad demiúrgica con la que los modernos batallaron contra la arquitectura académica. Así, Charles Jencks ha establecido una divertida analogía entre la reforma protestante, que supuso la vanguardia moderna, y la contrarreforma católica, con la que puede compararse el movimiento posmoderno. En este sugerente paralelismo, Jencks atribuye el papel de Calvino a su compatriota Le Corbusier, y el de Ignacio de Loyola, al más infatigable propagandista antimoderno, Leon Krier.

Para otros, ajenos al fervor apostólico y profético de los Kier o los Corbu, la posmodernidad es más bien un síntoma del agotamiento formal de la figuración moderna, una adecuación a la cultura del espectáculo, una expresión en sordina de la pérdida de las grandes esperanzas. Insólita y polémica en los setenta, la arquitectura posmoderna se ha convertido en los ochenta en el lenguaje amable del poder, pomo atestiguan desde los grandes encargos institucionales americanos, japoneses y europeos hasta la decoración de los despachos de tantos políticos neoelegantes.

Ricardo Bofill y Rafael Moneo, dos de los arquitectos españoles mejor conocidos fuera de nuestras fronteras, podrían acaso ejemplificar tanto esa diversi dad de talantes como los puntos de contacto entre las dos actitudes. Bofill, un propagandista persuasivo y elocuente, ha encontrado en sus grandes conjuntos franceses de vivienda el equilibrio justo de monumentalidad y banalidad para seducir a los políticos y al público. Moneo, reflexivo y minucioso, ha sabido combinar en su Museo de Mérida la espectacularidad escenográfica con el refinamiento escéptico de los detalles, complaciendo al visitante y al crítico.

Es probable que, superando a los dos retratos bosquejados al principio, exista un tercer rostro de la arquitectura posmoderna, tan verdadero como aquellos, y acaso más convincente. Me refiero a la arquitectura de las buenas maneras, la arquitectura posmoderna cortés, sensible al entorno, respetuosa con los hábitos, más próxima a la cosmética que a la terapéutica, ajena a la polémica y a la sospecha; es, francamente, una arquitectura bastante habitable, relativamente cómoda y soportablemente banal.

Las grietas que en ella puedan abrirse mañana no serán las que finjan los arquitectos en proyectos arbitrariamente disgregados o descompuestos: la arquitectura que viene no está en los. tableros, sino en las, pantallas. Mientras profesores y críticos se enredan en discusiones de galgos y podencos, la nueva arquitectura nace en el celuloide, en los interiores de Blade Runner, de Brazil, de París-Texas, de Trouble in Mind, de Zückerbaby o de Blue Velvet. En esos espacios densos de emoción y exentos de parodia habita la arquitectura del futuro.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_