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Polonia en la hora de Gorbachov

Encima de la oposición casi completa que sigue enfrentando en Polonia la sociedad al poder, la oposición al régimen del general Jaruzelski, existe un acuerdo fundamental: lo que está pasando en la Unión Soviética es de una inmensa trascendencia, aún más que la ruptura de Jruschov con el régimen estaliniano, y el futuro político de Polonia depende en gran parte de la influencia de Gorbachov en Varsovia. Lo que significa también que la amnistía del mes de septiembre pasado, por importante que haya sido, no indicó a los polacos un cambio de política. Para ellos son decisivas solamente las medidas que disminuyen el poder absoluto de la nomenklatura y, en particular, que introducen criterios económicos de gestión industrial, mientras hasta la fecha predominan totalmente los criterios políticos: los apoderados y muchas veces hasta los capataces están nombrados con criterios políticos, no ideológicos, por supuesto, porque nadie se preocupa de ideología, pero de clientela colectiva y personal. Un país occidental considera como de central importancia el respeto o no de las libertades institucionales, pero en un país como Polonia el problema central es la autogestión de la industria; es decir, la sustitución de criterios políticos por criterios económicos de gestión.Pero existen dos imágenes del posible proceso de cambio. Kuron, principal dirigente del antiguo KOR, autodisuelto en 1981, no cree en la apertura del régimen y da una importancia central a las luchas económicas, porque existe, si no una alianza, por lo menos una convergencia de intereses entre los dirigentes políticos y Solidaridad, que, cada uno por su lado, luchan contra la nomenklatura y su burocracia, que destruye la economía nacional. Por el contrario, los principales consejeros de Walesa, Geremek y Mazowiecki, creen más en la posibilidad de un cambio limitado, pero real, de estrategia política de parte de Jaruzelski. En realidad, creen más en la voluntad que en la posibilidad de Jaruzelski de cambiar de orientación. Si bien es cierto que el actual consejo consultivo, que tuvo su primera reunión en diciembre pasado y tendrá la próxima durante los próximos días, no tiene ni programa ni competencia definida, es significativo que en una primera etapa se haya preparado una lista de posibles consejeros dividida en tres tercios: uno, con nombres que serían indicados por Walesa; el segundo, propuesto por el cardenal Glemp, y el tercero, escogido por el partido. La oposición de la nomenklatura impuso una solu ción mucho menos atrevida, tan prudente que el nuevo consejo no parece muy importante, pero la mera idea de una negociación con Walesa no parece tollalmente imposible. Algunos dicen, bromeando, que la solución es que Gorbachov llame por teléfono a Walesa como llamó a Sajarov. Todos observan que Jaruzelski apoya con entusiasmo la política de Gorbachov, mientras los dirigentes checos se encierran en un silencio hostil.

Las expectativas depositadas en Gorbachov son tan grandes porque no hay solución política interna posible, porque los adversarios del régimen tienen más capacidad movilizadora que el aparato oficial. El régimen tiene la fuerza militar, el apoyo de los dos o tres millones de miembros de la nomenklatura y puede contar con la pasividad de gran parte de la población, agotada por las dificultades de la vida cotidiana; pero el partido no ha logrado nunca reorganizarse y controlar ideológicamente a la población, lo que de la a los intelectuales una amplia autonomía. Frente al poder, por el contrario, Solidaridad mantiene una fuerza sorprendente. Un portavoz del partido evaluaba recientemente en 300.000 el número de activistas del sindicato prohibido y son más de un millón los asalariados que pagan ilegalmente su cuota mensual a Solidaridad En realidad, si el sindicato se ha debilitado, no es frente al Gobierno, sino porque no controla enlleramente la oposición y la Prensa clandestina. Grupos anarquistas -por ejemplo, en Gdansk- y otros grupos políti cos muy radicales -en particular, en Silesia- tienen una independencia completa y critican el reformismo de Solidaridad. Si la noción de socialismo es todavía aceptable para una minoría fuerte, si Jaruzelski tiene una imagen personal más bien positiva, el régimen y el partido están rechazados por una enorme mayoría.

Es difícil la apertura de un poder apoyado pasivamente por burócratas cuando está en frentado con una fuerte resis tencia de la nación. Conviene, sin embargo, mencionar la otra fuerza -fuerza de la influencia de Gorbachov- que puede transformar la sociedad: la Iglesia. El cardenal Glemp no es muy popular y se ha alejado de Solidaridad, pero puede aprovechar su posición casi mediana para servir de intermediario entre Walesa o los organismos dirigentes de Solidaridad y el régimen. Pero Polonia entera está esperando mayores resultados del viaje del Papa, en junio próximo. Primero, porque en Polonia el Papa es más popular que la Iglesia y mucho más que cualquier otra personalidad, y segundo, porque este viaje -el tercero- es difícil y corre el riesgo de ser más fácilmente aprovechado por Jaruzelski que por la oposición. El Papa tiene entonces que tomar iniciativas. ¿Por qué no preparadas con Gorbachov?

La conclusión de mi libro sobre Solidaridad, escrito algunas semanas después de la proclamación del estado de guerra, el 13 de diciembre de 198 1, fue que el golpe no significaba el fin de Solidaridad, sino más bien de la sociedad comunista. Más de cinco años después, Solidaridad vive presente en la tumba del padre Popieluszko, asesinado como el corazón de millones de polacos, y asegurada por el apoyo del Papa. Mientras, el poder de la nomenklatura aparece por primera vez amenazado en el centro del imperio, lo que significa un aumento decisivo de la capacidad de iniciativas y de reformas en los países periféricos. Lo que pasa en la Unión Soviética, cuya importancia la oposición occidental a veces no reconoce plenamente, no es consecuencia del movimiento polaco de liberación social, democrática y nacional- pero la crisis económica no puede ser superada ni en Polonia ni en la Unión Soviética si el Gobierno no puede apoyarse en la opinión pública contra la nomenklatura, y Solidaridad ha revelado la fuerza permanente de la opinión pública y de la conciencia nacional en Polonia. Así, Solidaridad fue y es un elemento esencial de un proceso de cambio que tiene que ser dirigido desde arriba, pero que no puede tener éxito si no desencadena un renacimiento de la sociedad civil.

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