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Crítica:DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Vals mortal

La universalidad de los planteamientos de la danza de Kazuo Ohno, y lo que le da altura estética, es precisamente que, a pesar de ese hermetismo que respira todo lo que viene de Oriente, llega a todo el público, conecta tanto en el humor como en las desoladas escenas de muerte.Espectáculo de base conceptual, El Mar Muerto es un recorrido por la estética de lo trágico a través de la técnica y la filosofía del butoh.

Rómola Nijinsky, en su libro biográfico sobre su marido, Vatzlav, el célebre bailarín de los Ballets Rusos, hace crónica de cuando, estando en Viena durante la I Guerra Mundial, Nijinsky planificaba, y de hecho redactaba, un ballet de tema japonés. Rómola dice: "Las danzas japonesas de Vatzlav eran esculturales hasta el extremo, una serie de poses, con muy poco movimiento, torturados, a la manera del conocidísimo grupo de Laocoonte; paradas bruscas, inclinaciones de la cabeza, un cerrar de párpados, una contorsión increíble de la muñeca, unos temblores de los dedos...".

Kazuo Ohno

El Mar Muerto, espectáculo de Kazuo Ohno, con Yoshitc Ohno. Centro Cultural de la Villa. Madrid, 24 de marzo.

Por asombroso que parezca, esta descripción corresponde, literalmente, a lo que hace Ohno en escena. Rómola no acertó nunca a explicarse de dónde sacaba Nijinsky aquella cultura, además de profesar una devoción por el pintor Hokusal, muy de moda en la Europa de los años veinte. Esta es la universalidad que se reconoce en Ohno cuando homenajea a Dalí (con cinturón y bufanda de un club de fútbol milanés) o cuando asume el vals a través del regocijo musical.

Tortura y baile

El butoh somete el cuerpo a un verdadero sufrimiento, buscando el éxito, la culminación artística, en la sinceridad del paso o el gesto, o, a veces, la negación del gesto. El código no está claro más que para quien entra en su universo de expresión, y parece que el precepto básico está allí en la reacción contra el propio cuerpo.Yoshito Ohno, hijo de Kazuo y su discípulo predilecto, asume con el color blanco (el luto japonés) el papel de catalizador. Es la pausa entre los cambios de vestuario del padre, y, a la vez, objeto de un diálogo con la profundidad espiritual. Yoshito domina el aire que le rodea, y la gravedad de su paso es el contrapeso a esa expansión dolorosa del anciano que logra revivir con cada cadencia valseada.

En El Mar Muerto no hay otra unidad que la que pueda aportar el espectador. Los números de baile son un fresco, a la usanza de los florentinos del trescientos, donde acciones diversas cobran cohesión a través de un autor o un estilo.

Yoshito y Kazuo son los polos opuestos. El primero, en el centro de su vida, haciendo credo de la técnica y el control para representar ese viaje a la perfección de la muerte, y el segundo, abriendo quizá por última vez la llama de la vida, sin mesura, entregado a la mímica de la libertad.

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