Entre el documento y la ficción

Madrid es una película de corte sencillo, pero que se hace enrevesada a causa de las complicaciones que en ella introduce, desde fuera con más frecuencia que desde dentro, su autor.Comienza Madrid como una obra de investigación objetiva -la busca de los signos de la identidad de una ciudad desparramada- que se convierte en subjetiva a medida que su autor la transforma en investigación sobre sí mismo. Es obra de imágenes cuya acumulación les hace experimentar un giro y mediante él se hace poco a poco obra de conceptos, de tal manera que sus concreciones se vuelven progresivamente abstracciones.

Patino ha puesto transparencia en una ligera ficción y ha combinado esta ficción con un material documental de montaje, unas veces procedente de tomas del Madrid de hoy y otras del Madrid histórico. Pero el filme va dejando de lado tanto la ficción como el documento y tiende a servirse del choque entre ambos para preguntarse sobre la propia idea que del cine tiene su autor. Así deriva Madrid hacia una especie de ensayo especulativo sobre filosofía de la imagen, redactado unas veces con palabras y otras con lenguaje de cine, de buen cine. La película es por tal causa desequilibrada, pero a ratos es muy bella y emotiva.

Querer y poder

De lo dicho se desprende que Madrid es un filme inicialmente extravertido que deriva hacia un filme introspectivo. Las bondades y las insuficiencias de la película se aprietan alrededor de las duplicidades enunciadas: trata, más que de Madrid, del propio Patino, e insiste no tanto en lo que la cámara ve como en lo que su autor no ve, o ve confusamente, a través de ella.El filme produce en el espectador unas veces la impresión de que quiere más de lo que puede y otras de que quiere dos cosas distintas que no acaban de conjugarse enteramente. Esta quiebra interior -el no entero acuerdo entre las preguntas abstractas del ojo humano y las respuestas concretas del ojo óptico- es el aspecto más discutible de este, por otra parte, personalísimo ejercicio de Patino, embarcado como antaño en proyectos coherentes con su maestría como cineasta de montaje.

Lo menos convincente del filme es su insistencia en la condición de caos del Madrid que indaga. Una cosa es el caos y otra el embarullamiento, y si, como dijimos, Patino ha puesto inteligibilidad y vértebras en la parte de ficción, no ocurre otro tanto con la parte documental, que a veces resulta poco menos que ininteligible y produce sensación no de caos, sino de arbitrariedad. Para filmar el caos se requiere mucho más orden en la filmación del que Patino impone a la materia documental capturada por su cámara.

La película emociona, divierte e inquieta, le hace buscar a uno lo que ella busca, pero decepciona en la parte final, al provocar verbalmente un exceso de incógnitas que casi nunca alcanzan equivalencias visuales profundas, como si la palabra y la imagen actuaran en Madrid sobre dos registros diferentes de la sensibilidad del receptor. El filme merece verse porque genera hambre, pero hay que advertir que su visión no sacia ese hambre que genera. Si, como dice el autor, "Madrid es una ciudad sin terminar, hecha a la medida del hombre", esta bella idea no es aplicable a su película, que no es una ciudad y sólo puede considerarse realizada a la medida del hombre cuando está, al contrario que su Madrid, realmente terminada. Expresar el inacabamiento requiere un exquisito acabado.