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La creación de un parque fluvial en el Guadarrama, pendiente de la solución a un asentamiento ilegal

Juan Antonio Carbajo

Un total de 160 casas, levantadas espontáneamente entre el barro y sin ninguna clase de servicios, ha crecido justo donde el arroyo del Soto vierte todos los desechos de Móstoles y Alcorcón. Colonos que llegaron al río desde hace tres décadas crearon este pequeño poblado. El proyecto de creación de un parque fluvial en el río Guadarrama, al sur de Móstoles, está pendiente de la solución que se dé a uno de los mayores asentamientos ilegales de la provincia.

Sesenta familias viven de forma permanente y 120 se han construido su segunda residencia en este paraje, que deberá convertirse, según se prevé en el plan general de Móstoles, en parque fluvial.El Gobierno regional no ha diseñado todavía ninguna solución para casos como éstos, que fueron excluidos en su día del catálogo de urbanizaciones ilegales porque se pensó que las ocupaciones de márgenes de ríos y cañadas deberían tener un tratamiento diferente. No obstante, según fuentes de la comunidad, el desalojo parece en principio la única salida.

A este pueblo fantasma, construido a retazos, con ladrillos, cemento y toda suerte de materiales de desecho, se llega por un estrecho sendero entre baches y barro. En medio de la variedad de formas y tamaños de las construcciones -hay desde chabolas a chalés- discurre la única calle, dedicada al pionero Esteban García, un funcionario depurado tras la guerra que se instaló allí para trabajar en los areneros del río. Aquellos areneros, desaparecidos a causa de la contaminación, eran hace 40 años la playa de moda de Madrid.

Esteban García decidió aprovechar el aluvión de visitantes festivos, y construyó la primera choza de paja y cañas, que habría de servir de quiosco de bebidas. La segunda choza sería ya su casa.

Emilia, la Casillera, la mujer del guarda del paso a nivel, alquilaba tiendas de paja y palo a 200 pesetas; otros preferían construirse la cabaña con ayuda de Pablo Rodríguez, el Tío Abate, otro de los pioneros, que recogía materiales para los recién llegados. Había uno, fotógrafo, que retrataba a los visitantes del fin de semana.

Muchos de los hijos de estos pioneros viven todavía aquí, a pesar de que han desaparecido los areneros, la vegetación, la caza y la pesca desde que el arroyo del Soto empezó a vomitar los residuos de Móstoles y Alcorcón.

Fue en la década de los sesenta cuando se produjo la mayor afluencia a la zona. Llegó gente que conocía el paraje por referencias, que necesitaba un lugar donde curar sus enfermedades o que no tenía donde vivir. Surgieron leyes no escritas que todos respetaban: una parcela no demasiado grande por familia. Luego mejoraron los materiales de construcción.

Engañar a la policía

"Construíamos con ladrillo dentro del armazón de paja, porque la policía nos decía que sólo podíamos construir chozas. Terminada la casa, quitábamos la paja y ya no la podían derribar", dice un vecino.Y así nació este poblado del Guadarrama bajo. "Como en el Oeste", apunta José Luis Gallego, concejal de Urbanismo de Móstoles, que reconoce que detrás de esta aberración urbanística hay un trasfondo social que hay que considerar.

La infraestructura no existe. Según Juan Raúl Sanz, médico titular de Móstoles, la población presenta una "inmunidad de foco a las fiebres tifoideas por haberlas pasado en los últimos años", algo que no admiten sus habitantes, acostumbrados a recordar su poblado como fuente de salud. Han improvisado soluciones para determinados problemas: entierran y queman la basura, y beben de pozos artesianos cuya agua tiene la misma calidad que la del río, apuntan fuentes sanitarias. El único adelanto es la luz, que llegó en 1982.

La comunidad de vecinos surgió hace 12 años, ante la necesidad de organizar la vida del poblado. La Comisaría de Aguas del Tajo les ha denunciado por su asentamiento ilegal y por el peligro que corren en caso de crecida. El Instituto para la Conservación de la Naturaleza (leona), también, pero el procedimiento está paralizado desde hace años.

Aunque la asociación se encarga de regular todas las gestiones, Paquita, de 61 años, es la alcaldesa oficiosa. Llegó al río hace 19 años por problemas de salud. "Fueron los médicos los que me dijeron que me quedara aquí; ya me habían dejado por imposible".

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