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Jesús Garzón Heydt

Un ecologista que no vale para político

El nombramiento de Jesús Garzón como director general del Medio Ambiente de Extremadura fue recibido en el movimiento ecologista como la más clara manifestación de la voluntad del PSOE de asumir la filosofía de protección de los recursos naturales. Año y medio después de ocupar su cargo, Garzón, conocido por su espíritu indomable, ha presentado su dimisión. La burocracia y las malas artes de algunos políticos le tienen maniatado y su esperanza de que algo cambiara en la gestión de la naturaleza parece frustrarse. La Junta de Extremadura, no obstante, ha rechazado su dimisión.

Este hombre de 38 años, que eleva su mirada de niño inocente por encima de los 1,80 metros, es la única persona cuya opinión ha sido siempre acatada por los cientos de grupos de defensa de la naturaleza. Su gran experiencia de campo hace que su voz se imponga en las tumultuosas asambleas y congresos de los conservacionistas. Por algo es el naturalista más legendario de Europa. Así se le reconoció en el homenaje que le hizo la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), organización que agrupa a 58 Estados y más de 500 entidades no gubernamentales, en su último congreso, en agradecimiento por su tenaz protección de la naturaleza ibérica.La figura mítica de Garzón nació cuando Félix Rodríguez de la Fuente transcribió en una de sus obras de divulgación el, en sus palabras, "único estudio serio sobre el lince, de enorme valor, escrito por el joven naturalista Jesús Garzón Heydt". Era el año 1971, poco después de que Garzón hubiera abandonado la facultad de Biología de Madrid para estudiar la naturaleza en el campo. A partir de entonces, las águilas, los osos, los buitres, los linces, los urogallos fueron sus maestros, junto con la gente del campo, pastores, artesanos y tramperos. De Pirineos a Doñana, de los Ancares a Gredos, del mar Cantábrico a los montes de Toledo, no quedó espacio de valor ecológico que no fuera hollado por Garzón. Su paso del estudio de la naturaleza a la lucha por la conservación ocurrió en 1975. Estaba elaborando un informe para la UICN sobre la fauna de lo que hoy es el parque natural de Monfragüe, en Cáceres, un valle en el que pululan más de 300 especies de vertebrados. Un día, la paz de los bosques de encinas y madroños se vio interrumpida por atronadoras máquinas excavadoras que de buenas a primeras comenzaron a roturar aquellas sierras para plantar ecucaliptos.

Garzón inició una intensa batalla para salvar un espacio natural, objetivo que consiguió al cabo de tres años. Este éxito no fue ajeno a su nombramiento como director general del Medio Ambiente poco después de que los socialistas llegaran al poder en Extremadura. El político que fue capaz de convencer a Garzón para que abandonara su envidiada libertad y se sentara en un despacho fue Juan Serna, consejero de Obras Públicas, que hace siete meses dimitió de su cargo por su oposición a las centrales nucleares. La noticia de que el hombre que se pasaba la vida correteando por las sierras y los llanos, durmiendo bajo las estrellas, acechando al lobo o siguiendo el rastro de la nutria iba a encerrarse entre cuatro paredes provocó sorpresa. "Merece la pena", repetía Garzón a los incrédulos, "es como luchar a caballo después de haberlo hecho toda la vida a pie". Casi dos años después, Garzón comienza a dudar de que las caballerías de la Administración sepan galopar.

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