La desesperación quedó atrás
A tumba abierta ganó el Premio Tirso de Molina en 1975. Todavía la desesperación y la protesta eran potencias activas; Vallejo, médico neurólogo, en contacto diario con muertes horribles, quizá con vidas más horribles aún, escribía -y escribe un teatro violento, apegado a la forma francesa del grand guignol, con cadáveres descuartizados, purulentos, cabezas rotas, miembros perdidos...Su objetivo con esta obra: mostrar el horror de la guerra, de la enfermedad, de la soberbia del poder; vengarse de él con una especie de siniestra carcajada ácrata, diferenciar víctimas y verdugos, denunciar el mal. No es que el fondo humano haya cambiado mucho desde entonces, pero sí la superficie, las costumbres, la capacidad receptiva de la sociedad, la instalación de un cierto nihilismo.
A tumba abierta
Autor: Alfonso Vallejo. Grupo Trasgo. Escenografía: Mario Bemedo. Dirección: Carlos Creus. Círculo de Bellas Artes. Madrid, 4 de marzo.
Esta obra se queda atrás, percute más en el público su risa que su horror -acentuado el humor negro por la dirección de Carlos Creus-, e incluso la risa no pretendida pero que resulta de la acumulación de horrores.
Cuerpos descabezados, niños muertos de hambre -literalmente-, cadáveres amontonados en guerras y represiones, los ofrece a diario la televisión a la hora de comer y se acogen ya con cierta indiferencia. En el teatro no asustan. Y Vallejo, con su poesía agónica, con su tremenidismo para sacudir a las masas, está tan por debajo del terror cotidiano que no percute demasiado. Queda a salvo su buena voluntad, su buena cafidad humana. El grupo Trasgo la pone: en escena con los rasgos lógicos: luces luciferinas, estallidos, oscuridades, relampagueos. La interpretación alcanza justamente a expresar el texto, y la dramaturgia lo acentúa y, como queda dicho, le saca el partido cómico donde puede. Nada va más allá
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