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Crítica:37º FESTIVAL DE CINE DE BERLÍN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

'La ley del deseo', de Pedro Almodóvar, aclamada por el público berlinés

Comenzó el turno del cine español. Hoy, las dos sesiones de lujo del Zoo Palast estarán ocupadas por El año de las luces, de Fernando Trueba, única película española en competición. También hoy está programada en la sección Panorama Pasos largos, de Moreno Alba. Ayer se exhibió, en la sección de cine infantil, Caín, de Manuel Iborra. Y anoche, en el Atelier del Zoo, se presentó fuera de concurso La ley del deseo, que despertó oleadas de entusiasmo en el público berlinés que abarrotaba la sala, hasta el punto de que la película de Almodóvar fue interrumpida en 10 ocasiones por ovaciones cerradas.

El calor con que fue recibido el último filme de Almodóvar contrastó con la tibieza con que fueron acogidas las dos películas que concursaron ayer: la brasileña Vera y la norteamericana Hijos de un dios menor.La entusiasta respuesta de los berlineses a La ley del deseo si se tiene en cuenta que la cadad media de las películas de la sección oficial es baja, lleva a preguntarnos por qué la organización del festival no eligió la película de Almodóvar para su sección oficial y la relegó al segundo plano de Panorama.

Inocente caramelo

La respuesta la da indirectamente el filme brasileño Vera, de Sergio Toledo, exhibido ayer en el concurso, y que aborda, como La ley del deseo, una historia de homosexualidad. Vera, comparada con la película española, es un inocente caramelo. Cuenta un escabroso asunto y lo convierte en una caricia. En cambio, el puñetazo en la boca del estómago que es la película de Almodóvar, no entra en esa media tinta tan del gusto de los diplomáticos del cine. Es probablemente su violencia y su hondura lo que ha cerrado el camino del escaparate a La ley del deseo y le ha dejado un lugar en la trastienda del festival.La película estrella de ayer fue Hijos de un dios menor, de la norteamericana Randa Haines, que está seleccionada para varios oscars. Si la brasileña Vera es un trago amargo endulzado con sacarina, la película de Haines es toda una factoría de azúcar. La ola del nuevo sentimentalismo lanzada por Hollywood adquiere en Hijos de un dios menor proporciones inimaginables de cursilería y pasteleo. Si a ello añadimos que la nobleza y el buen oficio de los protagonistas, William Hurt y Marlee Matlin, son incuestionables, parece evidente que estamos ante uno de los éxitos de taquilla más seguros y más viciados de la temporada.

La vida de un festival se nota en sus contrastes. Las dulzonas sesiones de ayer en la sección oficial chocaron con la superioridad de la dureza de La ley del deseo, pero ésta es también una película convencional, que entra en las reglas del comercio del cine.

Fuera por completo de estas reglas, en el Fórum se proyectó The Journey, un filme de Peter Watkins de 14 horas y media de duración. Se trata de un viaje, en palabras de su autor, "a través de a conciencia de un mundo que gasta billones en armamento mientras millones de hombres se mueren de hambre". Esto es el filme: armas, hambre y muerte en 14 horas y media de un día cualquiera de nuestro planeta. La desmesurada duración del filme es una pequeñez para las dimensiones de lo que quiere mostrar.

Guerras lujosas

Hay otras guerras más lujosas que las denunciadas en The Journey. El director de Berlín 87 publicó ayer una proclama pidiendo literalmente socorro. La todopoderosa industria norteamericana, que ocupa con sus productos casi un tercio de las películas de este festival, anunció que mañana, viernes, se abre en Los Ángeles su Mercado del Filme, lo que va a dañar irreparablemente, si es que no hunde, al mercado de este Berlín 87.Los responsables del festival protestan contra este "acto pirata" y se preguntan razonablemente por qué los vendedores de cine norteamericanos no han podido esperar sólo cuatro días para convocar a los compradores' de cine del mundo. Pero en las guerras de lujo, como en las otras, al triunfador no le basta con triunfar: tiene que destruir al otro.

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