Un legendario guerrillero de Zapata
Universalmente célebre como uno de los más significativos representantes del muralismo mexicano, Diego Rivera fue, además, un pintor de trayectoria y obra más amplias, como se puede apreciar en la exposición que ahora nos visita.Nacido el año 1886 en la lo calidad de Guanajuato, en el seno de una familia de clase media, Diego Rivera estudió en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, de México, antes de marchar a Europa en 1907, donde permaneció durante casi 14 años consecutivos, con la sola excepción de un corto período entre 1910 y 1911 en el que regresó a México y en el que, según la leyenda fabricada por él mismo, participó en las guerrillas del general campesino Emillano Zapata.
La estancia europea -Madrid y París fundamentalmente, aunque también viajó con amplitud por Italia- puso a Rivera en contacto directo con el desarrollo de la vanguardia histórica, a cuya fracción cubista perteneció.
Etapas ignoradas
Precisamente la importancia de esta exposición retrospectiva, organizada por el Detroit Institute of Arts, se basa en lo que en ella hay sobre estas etapas primeras, generalmente ignoradas. Como le gustaba afirmar al propio pintor, refiriéndose a su reencuentro definitivo con México en el año 1921, hecho básico para la formación de su obra mural, "mi estilo nació como nacen los niños, en un instante, salvo que este nacimiento tuvo lugar tras un fatigoso embarazo de 35 años".
Con una obra colorista y bien construida, fruto de sus experiencias en la tradición cubista y de un conocimiento sólido de la historia de la pintura, Rivera es más que un simple buen pintor.
Mejor dicho: si se pudiera separar la pintura de la personalidad de su autor y de las circunstancías históricas excepcionales que le rodearon, no la apreciaríamos seguramente como ahora lo hacemos.
Rivera era un ser fantástico, de talla y volumen monumentales, apasionado y, excesivo en todo, tanto en la política como en el amor. Aparte de los cuadros sobre temas populares mexicanos, tan característicos, los retratos dan testimonio de su mundo, lleno de personajes e incidencias. Hubo varias mujeres en su vida, desde Angelina Beloff, que le acompañó en su largo periplo europeo, hasta Guadalupe Marín y Frida Khalo, esta última gran pintora, de la que tuvimos ya la oportunidad de ver una excelente exposición en Madrid.
Amigo de los escritores españoles Valle-Inclán y Ranión Gómez de la Serna, lo que ya, por sí solo, dice mucho de las inclinaciones estéticas del pintor mexicano, hay en él algo de ese aura fervorosa del nacimiento de la personalidad histórica de una nación, mezcla de razas y culturas.
En el realismo popular y en los grandes murales, Rivera pudo explayar a conciencia ese aura, convirtiéndola en mito histórico, a la vez que coloreó con ella toda la época conflictiva de las décadas de entreguerras.
La influencia de Rivera en la Norteamérica de los años treinta fue, desde luego, decisiva, marcándola definitivamente, más que con la huella de un estilo concreto, que sí afectó a algunos artistas determinados, con el sello de la vitalidad y del monumentalismo, con la reconquista de las propias raíces antiguas americanas. En este sentido, el mito de Rivera excederá siempre al simple pintor, aunque los estudios precisen cada vez más los perfiles reales de una leyenda que él mismo construyó con su abundante fantasía.
Babelia
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