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La España de las ciudades

Durante estos años de la "transición democrática" hemos estado obsesionados por un único problema ideológico y político: hallar un cauce para tramar de modo pacífico la relación entre el Estado y las nacionalidades (sean éstas "nacionalidades históricas" o regiones convocación de "nacionalidad" virtual). Toda la atención política se ha centrado en el Estado de las autonomías. Hoy puede considerarse ya cancelada la necesidad práctica y teórica por colocar dicho problema en el centro prioritario de la conciencia cívica y política, por mucho que no lo entiendan así algunos empecinados "nacionalistas".En dirección hacia el nuevo paradigma que puede relanzar a este país hacia aventuras ideológicas, políticas y cívicas de esperanzado horizonte (como el que tiene por fecha simbólica el año de gracia de 1992), yo propongo un nuevo centro de atención prioritario en el debate cívico, ideológico y político. Después de la España que busca el cauce a la tensión entre "Estado español" y "nacionalidades" (históricas o virtuales), y que halla su forma provisional en el actual Estado de las autonomías, yo propondría un desplazamiento radical de la atención cívica y política hacia un problema mucho más urgente, mucho más excitante y más acorde a las necesidades modernas tanto de las "nacionalidades históricas" como del conjunto español y de la forma estatal que le corresponde.

Avanzo el eslogan que enuncia dicho problema: frente a la España de las autonomías, el nuevo horizonte prioritario tiene que ser, en los próximos años, la apasionante y esperanzadora construcción de una España de las ciudades. Extrapolando un tema que desempolvé de la memoria histórica catalana hace unos años, el tema de la Cataluña-ciudad (y que hoy día todos los políticos catalanes intentan integrar en sus tradiciones ideológicas, incluso a través de los más increíbles malabarismos retóricos e ideológicos, como es el caso de la ideología pujolista), yo propondría, frente a la España autonómica y después de ella, el apasionante proyecto de construir una genuina España de las ciudades, o lo que bien podría denominarse la España-ciudad.

Sería interesante que la izquierda española siguiera en este punto los pasos de una izquierda catalana que comienza a comprender el inmenso valor de uso ideológico y político de este mensaje. Tanto más cuanto que la derecha (catalana y española) parece querer resucitar de las cenizas del centismo y de la operación reformista" mediante una reconstrucción soportada en el nacionalismo más costumbrista y neorrural (es decir, neocarlista), que tiene su encarnación mística y carismática (y, por tanto, tercermundista) en la figura de Jordi Pujol.

Frente a esta nueva versión del maurismo es importante que todo el espectro de la izquierda, socialista, comunista, "alternativa", etcétera, juegue a fondo con toda radicalidad la baza apasionante del poder ciudadano o del poder urbano, desprendiéndose, rápidamente, de sus residuos nostálgicos respecto a la "tierra libre" o respecto a un ecologismo seudorromántico, maerobiótico y reaccionario. El reto de nuestro tiempo, a escala mundial, es la configuración, frente a gigantismos urbanos al modo de Ciudad de México, o frente a patrañas ideológicas sin futuro como "la Europa-de las regiones", de una trama inteligente y racional de espacio urbano que tiene en la conciencia cívica y urbana su premisa y en un poder municipal democrático, reforzado por esa conciencia cívica, su consecuencia pragmática.

Quiz,á lo más interesante que, en términos pragmáticos, ha ofrecido y sigue ofreciendo la "transición democrática" lo constituye la definitiva consolidación de un "reino" de doble capitalidad (tanto monta, monta tanto) más próximo a modelos como el antiguo austro-húngaro o al de países de doble capitalidad, como Italia o Brasil, que al modelo, soñado de forma a veces trágica y esperpéntica por algunos "nuevos jacobinos", como el francés. El relanzamiento de Madrid como ciudad que se halla en sus inicios, aupado por la campaña propagandística a medias oficialista de los últimos años, debería ser proseguido y profundizado. Y en este punto, en tanto que considero a Madrid como una abierta realidad que me incumbe y pertenece, quisiera dar mi pequeña señal de alarma. Bueno es que se guarde duelo y melancolía con relación a la muerte del Padre. Pero sería trágico para todos los españoles que entrara Madrid.cn un desánimo cívico peligroso o se encontrara, cara a la próxima década que se nos avecina, sin verdadero proyecto cívico. En cuyo caso se experimentaría en esta hermosa ciudad el "retorno de lo reprimido", lo cual, respecto a la villa y corte, significaría seguir siendo, como trágicamente fue, gigantesca villa que no alcanza a ser ciudad o "corte de los milagros", que confunde constantemente la figura del funcionario eficaz y del cortesano políticamente avisado. Nada me dolería tanto como que se generalizara una conciencia, que desgraciadamente percibo, de Titanic madrileño.

El neonarcisismo olímpico barcelonés está, desde luego, justificado después de la hambruna cívica de este purgatorio de siete años en el que Barcelona como ciudad ha sido (y desgraciadamente sigue siendo) carne apaleada del pujolismo. Es el momento de decir que el enemigo público número uno (en el sentido del hostes) del pujolismo, es decir, de la ideología más reaccionaria y cavernícola que se ha generado en Cataluña, en la Cataluña moderna, desde el declíve del carlismo, auténtica objeción que ofrece Cataluña todavía al espacio de ideas y valores propios de la modernidad (esa modernidad que de un modo tan cursi el propio pujolismo proclama), ese enemigo público número uno no es el Estado central, con el que siempre termina entendiéndose, sino el poder municipal que representa Barcelona. No es casual que entre los jóvenes empieza a proliferar una ideología independentista barcelonesa, es decir, de ciudad libre e independiente, que por lo menos tenga para sí, como tiene Madrid, autonomía propia, o sea, "distrito federal", dentro dé un marco federalista y que consideran como principales enemigos la Cataluña nacionalista que Pujol encarna y el Estado central. He visto jóvenes que desearían proclamar como lenguas oficiales de esta Barcelona independiente el barcelonés o el barceloní, pero que no quieren oír hablar ni del catalán de Pompeu Fabra ni del castellano castizo. Es la lógica reacción a una ideología reaccionarla y despótica que últimamente sólo sabe responder con el "ordeno y mando" (como la incalificable supresión de la

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Corporación Metropolitana de Barcelona).

Pues bien, cara al próximo futuro, yo desearía que este país de doble capitalidad pudiera hallar en ambos "lanzamientos" el modelo de configuración que hiciera salir definitivamente de su secular bostezo provinciano a todas las ciudades españolas con la vista puesta en ese poder municipal que uno advierte, sobre todo, en los dos países en los que más a fondo se ha jugado en esta dirección, Alemania Occidental e Italia. Yo sueño en una España de las ciudades o en una España-ciudad en donde, junto al binomio Madrid-Barcelona, pueda soñarse también, como espacio de legítima ambición y realización personal de todos los ciudadanos, una Sevilla replanteada por esa gran ocasión que es la fecha de 1992, una Zaragoza definitivamente ganada para la cultura y para la modernidad; una Valencia suficientemente segura de sí misma para poder enterrar sus propios fantasmas o demonios ideológicos familiares; una Murcia que pueda rivalizar con cualquier ciudad del mismo tamaño en Alemania o en Italia; una versión moderna de la soñada Granada la Bella; un Burgos en el que definitivamente triunfa el espíritu laico sobre el dominio secular del caciquismo clerical; un León que reordena su bello ensanche y su "barrio húmedo" hacia un horizonte nuevo de modernidad dura urbana; una Gerona que, en la línea inteligente en que la sueña y la va orientando su alcalde Nadal, parece ya mirarse en el espejo hermoso de un Arno ampurdanés; un Matará que sepa ser cabeza de mi "patria chica", que es el Maresme, enterrando definitivamente la dureza de cerviz que antaño se le atribuyó en la creación de un espacio de civismo, cultura y modernidad que se desparrame, generosa, por todo el entramado urbano-rural del que es cerebro y condición de vida. Y, desde luego, un Bilbao que sabe al fin que en su propia estética dura de industrialismo manchesteriano de colores grisáceos se halla su futura belleza transfigurada. O un San Sebastián que ofrece su mágica cabellera femenina al Peine de los Vientos, ahogando en sensualidad recuperada y en cultura urbana y cívica su trágico arbetzalismo neoalbano.

Yo sueño con esta España de las ciudades que puede hacer, algún día, de este país una hermosa comunidad que en nada tenga que envidiar a sus vecinas mayores, latinas o germánicas.

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